Capítulo XVIII - Céfiro victus.

236 19 8
                                    

[Evan]

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

[Evan]

— ¿Cómo carajos se te ocurre hacer esa clase de shows en tu primer día de clases Evan?, ¿ACASO TE VOLVISTE LOCO?—escupía Seymour con una mueca ácida de rabia, los ojos azul gélido, cual lagos congelados se habían ya consumido, la frialdad cedía paso a lava que buscaba arrasar todo a su paso, un fenómeno climático peculiar que amenazaba con acabar mi paciencia.

—¿Sabes lo que Beatriz me dijo?, ¿TIENES IDEA DE LO QUE ME DIJO?—repetía una y otra vez intentando atraparme en su tornado de palabras, haciéndome girar y girar, invocando, o más bien ¡exigiendo! la aparición de las furias en mi semblante plano y silente. Yo no quería pelear, no tenía culpa de nada de lo que sucedió en ese patio apestoso a hormonas, yo solo era la victima de los halagos de un muchacho dorado como el trigo, de los amenazantes girasoles que me obsequio y de una turba furiosa que exigió lapidar a los maricones que amenazaban la frágil heterosexualidad de la institución.

—¿Tienes una puta idea de lo que me dijo?—repitió una vez más, en un necio intento por despertar la violencia en mi espíritu rehabilitado...

—¿A ver?, ¿Que te dijo Beatriz?—respondí irritado intentando seguirle el juego para hacerle feliz.

—¡Me dijo que nadar en piscinas de billetes no me daba el derecho a traer manzanas podridas a su institución, que si pretendía comprarlo todo en la vida que por lo menos también te comprase decencia y sentido común!—

—¿Enserioooo?—dije fingiendo interés sin verle a la cara, jugando con la brisa entre mis dedos que soplaba por fuera de la carroza fúnebre.

—¡SI!, ¡ES ENSERIO!, ¿Y sabes que es lo peor?—

—¿Qué es lo peor Seymour?—dije con cansancio dándole la espalda. Viendo pasar a los transeúntes por la ventana.

—¡Qué ni siquiera puedo reclamarle algo por llamarme mimado ricachón sobórnalo todo!, porque técnicamente ella tiene toda la razón, ¿sabes?, yo fui el de la idea de meterte a estudiar allí, yo di fe de ti, de que eras una persona decente—

—¿Y no lo soy?—respondí sarcásticamente, volteando a verle al fin. Ahora si tenía mi atención, para su desgracia.

—¡PUES TU...!—dijo molesto, pero se detuvo inseguro de lo que quería decir y luego continuo decidido, sin una pizca de miedo en su mirada—NO LO SÉ... ¿LO ERES?, ¿LO QUE HICISTE ES DECENTE?—inquirió con toda la intención de lastimarme, yo solo pude reír incrédulo ante el monstruo que suplía al Seymour de siempre, francamente no entendía a que estaba jugando conmigo.

—¿Para ti que es decente Seymour Astraios?, depende de que consideres decente... ¿Crees que sea una persona decente si me conociste en prisión?—

—No estamos hablando de eso, no me cambies el tema—dijo molesto.

—No, pero estamos hablando de ser decente, de ser una persona DE-CEN-TE, porque si opinas que no lo soy solo por eso, pues el de los problemas mentales aquí eres tú, por invitar a vivir a tu casa a el vagabundo de una celda, ahora, si lo dices por el escándalo que ocurrió ahora, pues ya te dije que no fue mi culpa, Magnus me sorprendió en los bebederos con las flores y lo demás pues también se me escapa de las manos—

Como aman los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora