Capítulo XXI - Copos de nieve.

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[Hailan]

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[Hailan]

—¡Que chico más raro!—siseó a mi oído con disimulo.

—¡Shhhh!, ¡Cállate Jyrki, que nos va a escuchar!—espeté.

Magnus no estaba muy lejos de sacar la cabeza por la ventana del taxi como un perro, eso y jadear con la lengua fuera, claro. El rubio miraba los edificios y peatones con tal asombro que parecía sacado de la cueva más recóndita. Yo en lo personal me sentía algo fastidiado el viaje al hotel, ya que por un lado el salir con Jyrki implicaba estar en un estado de alerta constante para que no ande toqueteando objetos delicados o destape productos sellados en alguna tienda, es tan hiperactivo, y yo siempre tengo que hacer el trabajo del que se libra su madre. Por otro lado tenemos a Magnus. Le dijimos para vernos en un sitio específico a una hora específica, y luego estuvimos esperándolo por unos eternos 15 minutos que me sacaron de las casillas, detesto a la gente impuntual.

No conforme con ello, parecía que me había sacado la lotería—¡Genial!, ¡Ahora tengo gemelos no idénticos!—pensé. Magnus preguntaba por aquello y por lo otro con la gran sonrisa de un niño campirano que visita por primera vez la gran ciudad. No sé si lo hacía por molestarme o simplemente porque de verdad desconocía este mundo fuera de su caverna, no me quedó otra opción que responder con evidente irritación a cada una de sus dudas acerca de nuestra forma de vida citadina. Luego del tormentoso viaje en taxi conseguimos llegar al "Le Fritz" en una pieza.

—¿Aquí vive Evan?—preguntó Magnus con aquella inocencia absurda.

—Sí... Aquí vive Evan, Magnus—respondí de forma automática, algo robótica.

Nos anuncié con la recepcionista y ella llamó a su vez a la habitación de Evan, confirmó que no fuéramos ladrones y nos dejó pasar sin más, aunque antes tuve que regañar y quitarle de las manos a Jyrki un jarrón decorativo de la recepción, todo ante la indignada mirada de la recepcionista. Subimos por el ascensor junto a una pareja de ancianos sonrientes, esta vez tuve que detener los curiosos dedos de Magnus que pretendían juguetear con los botones del ascensor.

—¡CHICOS!, adelante, pasen por favor, ¡Están en su casa!—nos dijo Evan al abrir la puerta. La cara de Magnus se iluminó como cuando un niño abre sus regalos de noche buena, Jyrki me codeó las costillas con una risilla indiscreta, yo puse los ojos en blanco. Aunque por lo menos ahora tendría a Evan para ayudarme con ese par. Pasamos y nos sentamos en el juego de muebles de la estancia de la habitación, he de admitir que Evan debía estar ganando muy bien como para pagar un sitio como ese por tantas noches.

—¿No lograron contactar a Seymour?—preguntó Evan preocupado.

—Pues a mí nunca me atendió—dijo Magnus alzando su móvil.

—¿Y a ustedes?—Jyrki y yo negamos con las cabezas.

—A mí también me preocupa—soltó Jyrki de repente—Ojalá y alguien que conociéramos supiera lo que le está pasando—dijo lanzándole la bola a Evan descaradamente.

Como aman los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora