Sueños rotos

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 "Mientras mi mente vagaba en la oscuridad, comencé a ver imágenes borrosas de mi pasado. Era como si estuviera flotando en un mar de recuerdos, sin poder controlar lo que veía."

  Era una tarde muy hermosa. Yo, Elena, caminaba por el malecón cuando de pronto vi a un chico alto, con ojos cafés y una mirada encantadora. Solamente pasamos uno al lado del otro y nos miramos fijamente. No hubo ningún otro encuentro. Al llegar a casa, no podía dejar de pensar en ese joven que había visto. Al recordarlo, me di cuenta de que él era el niño del cual me había enamorado en la primaria. Sin embargo, lamentablemente, debido al trabajo de mis padres, tuvimos que mudarnos a otra ciudad hace 4 años. Ahora, nuevamente estamos de vuelta en la ciudad que vio crecer.

Pasadas unas semanas, yo comencé la secundaria. Allí me di cuenta de que Alexander tenía novia, pero eso no era un impedimento para que pudiéramos ser amigos. Un día, durante el recreo, vi a la novia de Alexander besándose con otro chico. Saqué mi celular y tomé evidencia, pero decidí quedarme callada y no decir nada. En ese momento, vi que Alexander se acercaba y le dije:

—Hola, ¿me recuerdas? — le pregunté.

—Claro, cómo no recordarte, amiga mía —respondió Alexander.

Seguimos conversando durante más tiempo, hasta que llegó la hora de regresar a clases. Habíamos quedado en encontrarnos después de las clases para salir a tomar té. En el salón de clases, él en sus pensamientos solo estaba yo; tal vez era porque había pasado mucho tiempo sin verla. Cada uno tomó su camino hacia casa.

Más tarde, en la cafetería, hablamos de las cosas que hacíamos cuando éramos pequeños. En una de esas conversaciones, Alexander voltea hacia el lado izquierdo y ve a su novia besándose con otro chico. Él se siente con el corazón roto y traicionado. Decidió irse junto conmigo, sin confrontarla en público, para hablarle en privado sobre la situación.

En ningún momento me separo de su lado, apoyándolo desde que éramos niños. Ambos recordamos que siempre hubo algo que nos unía.

Tanto él como yo compartimos la misma visión: no queríamos más violencia, delincuencia ni drogas. Anhelábamos un México sano, donde los padres hablaran con sus hijos sobre sexualidad y todas sus consecuencias. Queríamos poner fin a los secuestros y los asaltos, y que la gente no condujera bajo los efectos del alcohol. Además, luchábamos por la aceptación de la homosexualidad y por erradicar la pobreza, que era el principal problema en nuestro país.

Para Alexander y para mí, este era un sueño que queríamos cumplir. Deseábamos ayudar al país, promoviendo campañas para proteger el medio ambiente y asistiendo a personas de bajos recursos. Sin embargo, no teníamos el dinero necesario para llevar a cabo todo lo que teníamos en mente. Nuestros padres no estaban de acuerdo con nuestras acciones, considerándolas negativas. Pero nosotros teníamos una forma de pensar diferente, al igual que muchos otros.

Era una noche maravillosa. Alexander y yo estábamos en nuestras respectivas casas, durmiendo tranquilamente. Ambos compartíamos el mismo sueño: estábamos ayudando al país y al planeta. Plantábamos árboles, recogíamos basura y brindábamos asistencia a las personas con despensas. En ese sueño, vivíamos en un país donde el presidente se preocupaba por la ciudadanía. Nos sentíamos felices por cumplir uno de los sueños más grandes de nuestras vidas.

Sin embargo, en la realidad, nuestra vida no era igual al sueño. Me entristecía no poder hacer realidad lo que anhelábamos. A pesar de eso, un ruido nos despertó y ambos queríamos compartir nuestro sueño. Cuando nos encontramos, Alexander me preguntó:

—¿Soñaste lo mismo?

—Sí, fue un sueño que deseaba que se hiciera realidad, pero sabemos que no es posible —respondí con tristeza.

—Ya verás que lo lograremos. No te preocupes, nuestros padres nos entenderán.

—Ellos tienen una forma de pensar diferente a la nuestra _le dije.

—Tienes razón, pero no debemos perder la ilusión de que algún día cambiarán — afirmó Alexander.

— Espero que ese sueño se convierta en realidad.

En ese momento, mi curiosidad me llevó a voltear hacia una esquina. Vi un carro en el que un hombre entregaba dinero y una bolsa con algo blanco (era droga). Luego llegó la policía, y los vendedores le dieron dinero a la patrulla antes de marcharse. Al regresar a casa, le comenté a Alexander:

—¿Viste todo lo que sucedió?

—Sí, es lamentable que estas cosas ocurran a plena vista. No me gusta presenciarlo, y menos aún que la policía esté involucrada.

—Estoy cansada de la delincuencia y de todo lo negativo que ocurre en el mundo. Nos vemos luego

Todo lo que vimos nos puso más tristes de lo que ya estábamos. Teníamos sueños, pero no podíamos cumplirlos debido a nuestros padres, quienes no nos dejaban hacer ni siquiera las cosas más pequeñas. En la actualidad, muchos padres restringen a sus hijos, mientras que otros les permiten hacer todo lo que quieren. Esto último está mal, ya que los jóvenes pueden caer en malos hábitos o incluso enfrentar embarazos no deseados. Además, no se les habla lo suficiente sobre sexualidad.

Cada día, la delincuencia y la contaminación aumentaban, y nosotros, no soportábamos ver lo que estaba sucediendo en el mundo sin poder hacer nada al respecto. Los presidentes tampoco parecían tomar medidas para resolver los problemas. Sabíamos que muchas de las situaciones eran causadas o respaldadas por los mismos líderes o por la delincuencia organizada.

Nuestros sueños eran completamente opuestos a la realidad en México. Anhelábamos un país sano, libre de delincuencia y otros males. Sin embargo, esos sueños parecían desmoronarse poco a poco. Nunca pudimos cumplirlos debido a las restricciones impuestas por nuestros padres, quienes seguían apoyando a los mismos partidos políticos. Nuestra vida estuvo llena de tristeza y lágrimas por no lograr lo que deseábamos. La depresión se apoderó de nosotros, y nuestros padres nunca comprendieron nuestras aspiraciones.

Lamentablemente, no cumplimos nuestros sueños de ver un México mejor, sin delincuencia y otros problemas que aquejaban al país. Éramos menores de edad, por lo que no podíamos hacer mucho para resolver los problemas que nos atormentaban desde niños. Sin embargo, más tarde, cuando alcanzamos la edad adecuada, comenzamos a brindar un poco de ayuda.

Ilusión Pérdida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora