Era un día cualquiera cuando yo, Adriana, de tan solo 13 años, me encontraba caminando por la calle. Vi a un chico que parecía tener 16 años, pero en realidad tenía 14. Era rubio, de ojos verdes. Se podía notar que él y yo nos mirábamos con una mirada coqueta. En ese momento sentí que lo conocía de toda la vida, pero en el fondo sabía que no era así; ni siquiera sabía cómo se llamaba. Él pasó por mi lado; ninguno de los dos habló, solo cruzamos miradas.
Las miradas entre él y yo se hacían cada vez más intensas. Los amigos de él y mis amigas no entendían por qué no hablábamos, y los dos sabíamos que nos moríamos de amor. Al mismo tiempo, ese chico estaba enamorado de mi mejor amiga. Diría que él estaba loco porque no estaba enterado de lo que sentía por mi mejor amiga, pero ella no estaba enamorada de ese joven. Pasaron los días y, en un día cualquiera, Ana y yo nos dirigíamos a la secundaria. Cada una se dirigía a su respectiva aula; como de costumbre, ella a su clase de matemáticas y yo a mi clase de inglés. Entré al salón y me senté en una butaca. En ese momento vi que entraba el chico que me gustaba. Habíamos cruzado miradas otra vez y esta vez eran encantadoras, tanto que el chico decidió hablarme.
—Hola, chica. Un gusto, me llamo Mateo. ¿Y tú?
—Hola, mucho gusto. Me llamo Adriana.
—Muy hermoso tu nombre, al igual que tú.
—Gracias.
Él se fue a su asiento. Le dio pena decirme lo que sentía, pero sabía que la mejor opción para que yo le hiciera caso y fuera su novia era desde la primera vez que me vio. Se enamoró de mí, de una joven encantadora y bella. Todo el tiempo usamos miradas, pero no nos animamos a hablar. No parábamos de hablar con nuestros amigos de lo mucho que nos gustábamos uno al otro. Pasó un mes y cada amigo nos preguntaba por qué no decíamos nada si se notaba que estábamos enamorados. Aunque no habláramos, había una niña que gustaba de Mateo, pero él no le hacía caso; solo eran amigos y no quería algo con ella.
Yo estaba con mis padres, quienes no me prestaban mucha atención. Le ponían más empeño al trabajo que a mí, su hija. No escuchaban los problemas que yo tenía. Quería que mis padres fueran diferentes, que me dieran la atención que deseaba y me apoyaran en mis metas y sueños, que pusieran empeño en cuidar de mis hermanos. Esa es la razón por la que yo, Pamela, estaba cambiando de parecer. Ya no veía al mundo como una rama para mí; lo veía como un desastre. El mundo estaba empeorando por la forma en que los humanos prestaban atención a sus hijos debido al trabajo. Era raro quien le tomaba importancia a los hijos. Los humanos no eran nada si no estaban con un aparato electrónico. La vida ya no era como se imaginaba en otra vida pasada. Había más problemas de violencia y hasta los humanos lo llegaban a hacer con sus propias manos. Yo tenía otra mentalidad y estaba asimilando lo que estaba pasando. Me dije que no debía seguir los mismos pasos.
Pasaron los días y llegó el mes de nuevo. Esta vez, Mateo y yo ya nos habíamos animado a hablarnos. Yo, como joven, ya no pasaba casi tiempo en mi casa; siempre salía con el chico que me gustaba. Al parecer, todo iba bien. Pasaron los meses y llevábamos un tiempo conociéndonos. Hablábamos más y ya sabíamos quién le gustaba a quién. Llegó el momento en que nos hicimos novios. Yo tenía la sospecha de que Mateo estaba enamorado de mi mejor amiga. Lo que yo no sabía es que mi chico le tiraba la onda a ella, mi amiga Ana. Muchas veces ella le seguía el rollo para ver qué tal era. Era para enseñarme la clase de novio que tenía y que no era lo que aparentaba. Ella quería darle una lección a Mateo: que con los sentimientos de una mujer no se juega y qué haría si él le fuera infiel.
Era un día escolar común cuando mi amiga quiso mostrarme los mensajes que intercambiaba con mi novio. En ese momento, Mateo se acercó y le advirtió que no dijera nada, amenazándola con represalias si lo hacía. ¿Cómo se enteró? La chica estaba pensando en voz alta. Mi mejor amiga, creyendo que Mateo podía leer su mente, vino hacia mí.
—Hola, ¿qué tal?
—Bien, ¿y tú? Te noto rara.
—No es nada, estoy bien.
Mi amiga se alejó sin decir más, pero sabía que si me contaba algo malo sucedería. Ella solo quería mostrar lo que él le enviaba, no lo que ella le respondía, traicionando así mi confianza. Mis padres ni siquiera sabían que tenía novio, mucho menos lo que vivía en la escuela, donde me burlaban. Él no se esforzaba por protegerme, aunque llamaba la atención de los burlones. Llevábamos un año y cinco meses juntos, y yo no había prestado atención a las señales, ni mucho menos había hablado con mis padres sobre la relación. Ni mis hermanos estaban al tanto.
Mi novio se mostró romántico esa mañana, enviándome un mensaje de buenos días y hasta me llevó serenata, algo que nunca había hecho antes. Me alegré, pero también me sentí confundida por su repentino cambio. Mis padres me preguntaron por el joven y decidí contarles la verdad, aunque no le dieron importancia. Él me besó apasionadamente y, tras irse, continuó enviándome detalles románticos, incluso a mi amiga, aunque solo eran amigos. Parecía que quería algo más con ella, a pesar de tenerme como novia.
Después de tres meses, empecé a sentirme mal, con vómitos y náuseas. Fui al médico, quien me dio la noticia de que estaba embarazada. No sabía qué hacer y decidí hablar con mis padres, quienes dudaron en apoyarme. Luego fui a ver a Mateo.
—Hola, amor, tengo algo que decirte.
—Dime, bb.
—Estoy embarazada.
—¿Qué estás diciendo?
—Sabes que esto no es solo culpa mía, sino de ambos.
Mateo reflexionó y decidió asumir la responsabilidad, dejando atrás lo ocurrido y cambiando por el bien de nuestro hijo. Con el tiempo, se distanció de mi mejor amiga y me confesó todo, prometiendo ser un mejor esposo.
ESTÁS LEYENDO
Ilusión Pérdida
RandomIlusión perdida es un libro que abarca diversos géneros y explora la complejidad de las emociones humanas: Se trata de diferentes historias que te llevan a que hay límites entre la realidad y la fantasía que dibujan los personajes. Cada protagonista...