Capítulo 1: Giro repentino.

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Lunes 8 de enero del 2018

El día de hoy falleció mi única hija Guadalupe a las 3:00 am por un paro cardiaco. La preciosa niñita que prometió estar a mi lado hasta mi último respiro se me ha adelantado y no he podido hacer nada al respecto pero tenía que pasar ¿no? Después de todo, mi señor es el que tiene la última palabra y yo confío en él por lo que en su primera misa, he rogado que me la cuide y que cuide de mi, pues ahora en adelante me espera un futuro aterrador.
Fui la única persona que lloró por ella, también fui el único en estar junto a ella hasta mandar su cuerpo a incinerar y me he quedado con las cenizas. Es mía, solo mía. No permitiré que Alfonso me la quite y haga con sus restos lo que quiera... Ese sujeto no está bien con Dios, no está bien con nadie y aún así ella lo amó hasta el final.

Tampoco he llegado a casa desde que me entregaron las cenizas, en cambio, preferí dar un paseo por la ciudad de Guadalajara y distraerme un rato. Después de todo llegaré a casa y la cena no estará lista, tampoco seré bien recibido y terminaré encerrado en mi habitación el resto del día; sin embargo, Dios es grande y he encontrado unas monedas en mi pantalón, las suficientes para comprar algo de comer y cenar y, mañana temprano rogaré por un trabajo para poder salir de esto yo solo.
Mi situación es simple: Mi hija se hizo cargo de mi desde el momento en que mi esposa falleció al mismo tiempo que me jubilé. Tuve que mudarme a la casa de su esposo pues hay muchas cosas que ya no puedo hacer solo y sí, llevo bastantes años ahí observando como el desgraciado le gritaba, la celaba, la trataba mal... También hubo una vez en que le levantó la mano pero no lo permití. Desde entonces me odia.

-Buenas noches, Don Memo ¿Qué hace usted solo a estas horas?- saludó la señorita de la tienda.

-Buenas noches, Marianita. Solo he venido por un poco de pan y leche para cenar- contesté con una sonrisa bastante fingida. La verdad es que odio fingir que todo está bien pero la última vez que confié algo a alguien, me traicionó.

Ella tomó la bolsa con el pan y la metió dentro de otra más grande junto con el cuarto de leche y al pagar, sus dos pequeñas manos tomaron la mía que apenas había alcanzado a rozar la bolsa de plástico.

-Oiga... ¿Que falleció Lupita?

Justo en el corazón.

Asentí y quité mi mano enseguida. No quería hablar de eso, ya había pensado todo el día y necesitaba un respiro. Al parecer lo comprendió, pues retiró sus manos y me dio las buenas noches como siempre.

Al llegar a la casa pude notar que nadie había estado durante un buen rato, tal vez Alfonso todavía estaría en el taller mecánico  o en un bar, ebrio y alegre de poder salir con jóvenes de nuevo. Que Dios te bendigue, hijo.
Dejé mis compras en la mesa y me apresuré a quitar mi chamarra mezclilla azul, un regalo de mi hija, luego me senté a cenar mientras observaba aquel panorama en el que me encontraba. No era una casa lujosa o enorme, pero Lupe siempre lo consideró su hogar. Incluso más que el dueño.
Frente a mí se encontraba el mueble lleno de fotografías, platos de cristal y montones de vasos puramente  artesanales de colección. Las fotografías estaban llenas de polvo y en su mayoría aparecían ellos dos y mi nieta Jennifer, quien se dio cuenta de la persona que tenía como padre y se independizó siendo menor de edad. También había una fotografía de Lupe conmigo; al verla no pude evitar sonreír.

-¡¿Sigues aquí, viejo tonto?!

Me giré un poco sin levantarme de la silla para encontrarme con Alfonso, quien se acercó a mi y tiró mi cena al piso de un golpe. Sentí cómo mi corazón se encogía cuál uva seca. Mi mirada se cruzó con la de él; sentí el verdadero odio en su ser, el coraje, el rencor... Todo. Este sujeto podría mandarme a la tumba de un solo golpe, no lo dudo.

-¡Ya no hay quién te cuide, viejo huevón! ¡Vete a la mierda!- Sus gritos me asustaban demasiado, no podía responder ni mucho menos defenderme -¡No te quiero en mi casa!- Su tono era grueso, era irritante y su tono estaba demasiado alto, mis oídos me lastimaban, me estaba gritando peor que a Lupita cuando le había puesto arroz blanco en lugar de frijoles a su platillo.

-Yo no tengo a donde ir- Dije por fin con la voz entrecortada, al borde del llanto.
Estoy solo. Siempre lo estuve y siempre lo estaré. No importa a donde vaya o qué pase conmigo, la soledad me perseguirá hasta la muerte.

-¡Ese no es mi problema! ¡Yo no te voy a mantener, inútil!- golpeó la mesa tan fuerte que por un momento creí que se partiría en dos.

-Tres días. Dame tres días y me iré de aquí- ignoré sus grotescos gestos de inmadurez y lo manipulé con la mirada más fuerte que tenía. Claro que sentía un terror difícil de describir, mis piernas me dolían de tanto temblar y mis manos no paraban de sudar pero ¿qué haría si me decía que no? Un señor de 79 años no podría sobrevivir ni una noche en la calle, ni en el frío o al menos yo no.

Alfonso se acercó al mueble y tomó la fotografía de Lupe junto a mí, luego me regresó la mirada y me lo lanzó directo al rostro, golpeándome abajo del ojo derecho. Grité de dolor pero me negué a derramar una lágrima.

-¡Chinga a tu madre, viejo cabrón!- gritó incluso más fuerte que yo -¡Si en tres días no sales de aquí, te sacaré a punta de balazos!- continuó gritando mientras su voz se alejaba hasta azotar la puerta de su habitación.

Perfecto. Tengo tres días para encontrar un lugar donde pueda quedarme hasta encontrar un trabajo donde no importe mi edad o capacidad ¡suena tan fácil! Estoy perdido. Sin dinero, sin hogar, sin alguien que me quiera...
Batallé para agacharme pero logré recoger lo que aquel animal tiró al piso, luego me dirigí a mi habitación. Me llevé mi basura conmigo y no encendí la luz, solo me recosté en mi cama y cerré mis ojos ya cristalinos.

-Me pongo en tus manos, señor, por favor ayúdame ahora que más te necesito- dije entre sollozos y antes de que las lágrimas salieran, me forcé a dormir.

Señor GuillermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora