Capítulo 3: Esperanzas.

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Miércoles 10 de enero del 2018

-Disculpe ¿ArtSchool está por aquí cerca?- Pregunté a una señora que estaba al pendiente de un puesto de periódicos.

-Lo siento, señor. Ese lugar cerró la semana pasada- Respondió con un poco de lástima y burla en su tono de voz.

Agradecí y me retiré del lugar. Tal vez no pueda trabajar de pintor otra vez pero estoy seguro que si le digo a Don Pancho que me haga el favor, lo hará. Él fue mi compinche, éramos excelentes reposteros y también prometió hacer postres toda su vida. Estoy seguro que puedo confiar en él.
Sin más que pensar, tomé otro autobús que iba semi-vacío y me senté cerca del timbre. Por alguna extraña razón siempre me gustó estar lo más cerca posible de él, así me quedara parado, tenía que estar a un lado para no bajarme después o tal vez otra cosa, no estoy seguro.
En este camión, un chico subió para vender paletas, al parecer su novia tenía cáncer o algo parecido, no puedo permitir que una persona sufra así. Le he dado algunas monedas que utilizaría para mi cena, pero no me  importa porque es para una buena causa. O eso espero.
Al bajarme, pude notar como comenzaba a oscurecer. El tiempo se me terminaba, estaba cansado a más no poder pero tenía que encontrar trabajo para no dormir en la calle. Alfonso podría ser demasiado violento si le pedía otro día y no me iba a arriesgar.
Al llegar a la repostería, efectivamente encontré a Pancho ¡Por fin encontré al ángel, señor!.

-¿Qué pasó, mi Memo?- Saludó al verme entrar. Me ha reconocido, me alegra tanto que tengo ganas de llorar.

-Panchito, buenas noches- sonreí -ha pasado mucho tiempo desde que te ví, tan pequeño y con una vida por delante.

-Pues ve- extendió ambos brazos para poder observarlo de pies a cabeza. Estaba más gordito y su piel era más morena, sin duda tenía una buena vida -Ya tengo muchos hijos y una esposa a la cuál mantener- soltamos una carcajada -¿Qué ha sido de tí y de Lupe? ¿Cómo está su niña?

-Verás...

Así pasó. Me entretuve con Pancho al menos dos horas platicándole lo que me había pasado y él me platicó lo que él estaba pasando. Parecía tener una vida feliz pero le faltaba el dinero. Su esposa le era infiel, sus hijos iban por mal camino y su repostería estaba decayendo. No podía pedirle nada más, con trabajos podía mantenerse y por un capricho mío perdería más. Era inaceptable.

-Fue un gusto platicar contigo, Memito- sonrió -Un milagro que te aparecieras por estos rumbos tú solo.

-S-sí... También me alegró verte, Panchito- sonreí -Debo retirarme antes de que se me haga más noche.

Pancho se ofreció a llevarme en camioneta a mi casa y con un poco de pena acepté. El dinero que usaría en el camión de regreso tomaría lugar para mi cena de hoy. Fue un camino largo, tranquilo y me sentí protegido por unos instantes ya que este tipo de amistades siempre me daban calidez.

Al llegar a donde solía ser mi hogar, le agradecí, me obsequió un muffin que también agradecí y entré a casa ocultando mi pan bajo la camisa porque no me arriesgaría a que Alfonso me lo tirara al piso de nuevo.
Entré y directamente fui a mi habitación, aunque al pasar por el comedor, vi a una mujer de piel blanca, pelirroja y prendas muy cortas, sentada en una silla.

-Buenas noches- Me sonrió.

-Buenas noches- le respondí y me metía mi habitación. ¿Tan rápido había reemplazado a mi Lupita? Eso no estaba bien en absoluto... Lupe le había entregado hasta la última pieza de su corazón y este sujeto coqueteaba con cualquiera. No... Ya no es de mi interés. Debo cenar y dormir, mañana encontraré trabajo ahora sí.

Apenas me estaba quedando dormido cuando escuché un azotón en mi puerta que me hizo voltear.

-¡¿No te has ido todavía, pedazo de basura?!- gritó el temible Alfonso.

Yo no le contesté.

-¡Se te está acabando el tiempo, tarado!- gritó y me lanzó un espejo que yacía colgado a un lado de mi puerta. Me cubrí con la cobija; no se quebró, no me pasó nada gracias a Dios.
En cuanto dejé de temblar, me levanté y cerré la puerta con seguro, cosa que a Lupe le molestaba. Cuando me volví a acostar, lágrimas llenas de dolor salieron, ya no quería estar ahí, pero no tenía dónde más dormir. Nisiquiera me comí el obsequio de Don Pancho pues mi tristeza me había desaparecido el hambre de todo el día. Ahora solo era un viejo mal alimentado, con problemas de autoestima y rechazado por el mundo.

¿Aún estás conmigo, Dios mío?

Señor GuillermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora