11°📖

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• Agosto, 15, 2017. •

- Me he puesto a pensar que aún no tengo tu número.

Fue lo primero que dijo cuando me senté en la banca con un café en la mano.

Era la cuarta semana consecutiva que nos veíamos a la misma hora todos los días.

Lo que pasó un mes antes, gracias a Dios, se volvió borroso para los dos y no volvimos a hablar de eso. No pasó mucho después de ese momento tampoco. Cada quien se tuvo que ir por su lado. Creo que ese día pensábamos que era lo mejor. Por mi parte, me arrepentía de no haberle besado.

En este mes que pasó lo conocí más y él a mí. Pasar con Ron casi todas las tarde me ayudaba a olvidarme de todo.

«Él» no dejaba de visitarme y cada vez me ponía peor, ya no comía ni dormía como antes, tenía miedo que lo que pasó años atrás volviera a suceder.

Pero estar con Ron me hacía olvidar de todo. Y me hacía sentir cosas que yo no sabía que era. Eso me confundía.

Y aún no le daba mi número.

Y, tampoco, le pregunto sobre la silla. Siempre llego con el pensamiento de hacerlo, pero hablamos de variedades que me salgo olvidando.

- ¿Aún?

- Sí, aún.

- No le doy mi número a desconocidos - bromeé -.

- ¿Soy un desconocido? No lo sabía.

Se hizo el ofendido.

- No tengo móvil - admití un poco avergonzada -.

- ¿Por qué? - preguntó un poco asombrado -.

Claro, pues, ¿Quién no tenía móvil en el siglo XXI?

- No me gustan - mentí -.

- Mientes.

- ¿Me haces daño y luego te arrepientes? - intenté bromear con la letra de la canción de Camila -.

- No seas...

- ¿No soy...?

- Olvídalo, ¿por qué no tienes móvil?

- Ya te dije que... - me interrumpió -.

- No mientas.

- Bien, bien, tú ganas; no tengo porqué siempre los malogro, todos - admití muy avergonzada -.

- ¿Es en serio, Rae? - dijo como si no pudiera creerlo -.

- Muy en serio.

- ¿Por qué?

- Dejé de hacerme esa pregunta al quinto móvil que malogré. Y eso que he tenido ya quince.

- Wow... - sí que se sorprendió -.

- Ajá - dije quitándole importancia -.

- ¿Y no tienes número telefónico?

- Oh, eso sí, ¿de casa, no?

- Yep.

- Entonces, sí.

- Dámelo.

- ¿Y por qué?

- No sé, algún día te llamaré, ¿no crees?

- No creo.

- Rae...

- Así me llamó.

Le sonrío burlona.

- No juegues.

Dijo serio.

- Uh, ¿y ahora quien es el gruñón? - dije, ya que en estas últimas semana mi apodo era gruñona o gruñonsita, con cariño, como decía él -.

- Sigues siendo tú.

- Ugh, vale, apunta.

Sacó su móvil, que ni sabía que lo tenía, y apuntó mi número de casa.

- ¿Sabes exactamente qué hora es? - preguntó después de un par de minutos en silencio -.

Siempre había silencios largos con nosotros. No incómodos, sino todo lo contrario.

Yo ahora estaba recostada en el banco del parque y el a mi lado acariciando mi cabello.

Cualquiera que pasara pensaría que somos pareja, pero no era así.

- Son las... - miré la hora en mi reloj de muñeca - cinco y treinta y siete.

- Oh, ya programé mi móvil.

Reí.

- Oh, me alegro - me reí más fuerte -.

- No te burles.

- No lo hago. Bueno, fue una tarde divertida, pero ya me tengo que ir. Hasta mañana.

- Hasta mañana.

Me levanté alisando mi ropa y quitando cualquier rastro de suciedad.

Y, luego, partimos por diferentes caminos hacia nuestros respectivos hogares.

Que cómico lo que acabo de decir, ¿no?.

Sí, Rae, fue muy cómico, me respondí a mi misma.

Rayos, me estoy volviendo loca.

El chico en silla de ruedas.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora