• Julio, 17, 2017. •
- ¿Qué haces? - preguntó cuándo llegó a mi -.
- Llegas tarde - fue lo único que dije -. Y estoy escribiendo, ¿no ves? - añadí -.
Era un día más y tenía un poco de mal humor por levantarme con la tía Rosi por la mañana.
- No llegué tarde. Y lo sé, pero ¿qué es lo que escribes?
- Claro que sí, estoy esperándote hace una hora - refunfuñe -. Y escribo palabras.
El tono que utilicé no era de alguien educado. En serio, que no estaba de tan buen humor.
- ¿Qué? ¿Una hora? - podía ver la confusión en su rostro -.
- Sí, una... - revisé mi reloj, viendo la hora - hora. ¡Son las cuatro! - exclamé -.
- ¡¿Cuatro?! ¡Pero si son las tres! - gritó alarmado -.
- ¿Cómo qué las...? - y recordé que mi reloj estaba malogrado y bien se adelantaba una hora o se retrasaba lo mismo -. ¡Rayos! ¡En serio debo cambiar este reloj! - grité enojada -.
Un par de mamás voltearon a verme con sus hijos.
Él reía; no, no reía, estaba carcajeándose muy fuerte, como si su vida dependiera de ello.
- ¡Y tú no te rías!
Se calmó un poco.
- Gracias.
Dije con sarcasmo.
- Ajá. En realidad yo llegué temprano y tú llegaste re temprano. ¿Por qué si no llegaba no te fuiste?
La respuesta a su pregunta no se la podía dar en ese momento, ya que ni yo la sabía.
- Pues... Pues, porque ¡no sé! sólo me dió ganas de estar aquí un rato más y ya - en lo profundo de mi sabía que esa no era la verdad -.
Tal vez me gustó mucho como se comportó ayer que quise que volviera a ser así otra vez, hoy.
- Okay - alargó la palabra como no creyéndome -. Vale, pero enseñame lo que escribías.
Intentó mirar estirando el cuello y yo reaccioné pegando el cuaderno a mi pecho.
- ¿Qué? No.
Las palabras salieron temerosas de mis labios. Que vergüenza si veía lo que tenía escrito mi cuaderno.
- Venga, dámelo - intentó tomarlo, pero fui rápida y me paré -. Rae, ¿qué te cuesta? - dijo mientras me perseguía en la silla -.
Su silla era ortopédica, de esas que con un pequeño mando lo manejas. Sofisticado, cómo todo él.
«No te distraigas, Rae.»
Yo, por mi lado, no podía correr mucho ya que tenía tacos, había llegado de un almuerzo familiar, y para ir tuve que ponerme tacos. No unos pequeños, cabe aclarar.
Almuerzo familiar con la tía Rosi. Con solo recordar eso se me ponía los pelos de punta.
- ¡Mi dignidad! - exclamé tratando de aunque sea trotar -.
- ¡Rae! - gritó llamándome y riendo, casi al mismo tiempo -.
Y las palabras que iba a decir a continuación quedaron suspendidas cuando me atrapó de la cintura y me hizo caer encima de él. Repito, encima de él. ¿Saben que es eso?. Él está en silla de ruedas y, lógico, está sentado; entonces, ¡caí en su regazo! ¡Caí en su regazo! ¡Oh por Dios!
Me puse demasiado roja, lo sentía en lo caliente de mis cachetes.
Intenté pararme pero me agarró de la cintura.
- Ron...
- Así me llamo - ahora él tenía ese tono burlón -. Enseñame el cuaderno.
- Ron, no, por favor. Es personal - volteé a verlo y fue el peor error que pude haber cometido -.
Estábamos muy cerca. Demasiado como para sentir su respiración chocar contra mis labios.
- Rae...
Me paré de un salto y el no puso objeción. Ese había sido un momento incómodo. Y, por alguna razón, me gustó.
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El chico en silla de ruedas.©
RomanceElla era Rae, tenía 22 años y no tenía la mejor suerte que digamos. Tal vez encontró al amor de su vida, o tal vez no. Aún no lo sabía. Ella era todo y a la vez nada. Su pasado, su presente y su fruto pendían de un hilo, de su carrera. Como siempre...