Capítulo 1: Castigo errado

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El alma pura de un bebé refleja todas las cualidades alabadas por los humanos, era la materialización de una perfección cedida solamente por la ignorancia de los sentimientos negativos y, en ese caso, ... de la falta de influencia de otras deidades

Estaban en el centro del castillo sagrado, en donde todos los dioses festejaban el arribo, mejor dicho, nacimiento, del nuevo hijo celestial. Un tesoro nacido de aquella mujer que reflejaba el amor en el mundo humano y del hombre que personificaba el poderío absoluto incluso dentro del cerrado círculo de deidades. Risas, aplausos, regalos, felicidad infinita porque una nueva vida siempre sería apreciada... mas, no todo es perfecto, incluso para esos seres que hipotéticamente deberían serlo



—Lo maldigo



Despedía toda la rabia contenida por meses Esa voz hizo eco en medio del tumulto de dioses que deseaban ver al pequeño ser quien, chupándose el dedo, reposaba en la cuna de oro y sedas de blanco esplendor. Los padres sintieron un ligero cosquilleo en sus espaldas previendo el caos que esa diosa acarrearía.

Su rostro sereno, cabello recogido en un moño alto, ojos violáceos y brillantes debido a la ira, inmaculado andar que hacía las telas blancas de su peplo largo balancearse armoniosamente. Era la primera esposa del dios que en ese día celebraba el nacimiento de su nuevo hijo, la que fue dejada de lado en cuanto la nueva diosa ocupó su lugar. Ella, Orégano, era la que dictaba tales premisas tan negras



—No arruines este día, Orégano — exigió aquel dios de rubia cabellera y piel bronceada, porte duro, de barba un poco descuidada. Sus ojos marrones claros mantenían la serenidad porque no sería la primera vez que veía a esa mujer enfadada

—Lo maldigo — repitió sonriendo al ver el miedo de la mujer que le arrebató a su esposo, felicidad, estatus y su puesto en ese castillo —. Maldigo a tu hijo, Iemitsu, tal y como maldije a la mujer que está a tu lado

—Por favor — fue la suplicante voz de aquella castaña de cabellos largos y marrones que combinaban con los ojos achocolatados que en ese momento despedían terror — no lo hagas — a sabiendas de que esa mujer era peligrosa tomó a su bebé en brazos y se ocultó detrás de su esposo.

—Si no estás aquí para festejar, deberemos sacarte a la fuerza — amenazó quien siempre fue el guardián de ese lugar, Basil — así que...

—Maldigo a tu amante, a tu hijo — sonrió mientras acomodaba su peplo y miraba de refilón al bebito que se removía en brazos de su madre, Nana

—Haz amenazado una y otra vez, pero hasta ahora te veo en incapacidad de cumplir con tus palabras — Iemitsu se giró hasta abrazar a Nana y acunarla al igual que a su pequeño retoño

—Tsunayoshi, ¿verdad? — Orégano dio un paso al frente y ya todos los asistentes se preparaban para atacarla, pero ella los ignoró — un bello nombre para un bebé tan pulcro, el cual heredó la mayoría de cualidades de su madre... tanto físicas como emocionales

—Es un niño, no puedes juzgarlo aún

—Nana. Mi maldita, Nana — la recién llegada se detuvo, elevó sus manos mostrando que no atacaría y que la dejaran hablar — sufrirás como ninguna otra diosa en esta vida casi eterna

—Puedes hacerme lo que quieras, pero deja a mi hijo en paz — suplicó pues ella no predijo lo que sucedió en esos años. Nana jamás imaginó ser privilegiada con el amor que ese dios podría generar en ella, ni tampoco pensó que el destino le ofrecería estar junto a Iemitsu con la promesa de un sentimiento sin limitantes, mucho menos quiso hacerle daño a alguien, pero no todo sucedió como deseó —. Yo no quise

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