Capítulo 2: El deber primero

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El quitón era lo más difícil de ponerse, al menos eso pensaba cierto jovencito castaño que se preparaba para la fiesta de esa noche. La prenda era nueva, hecha a mano por su tía, la sacerdotisa, pero estaba tan bien hecha que no sabía cómo sujetarla con el broche en su hombro, hasta estaba considerando hacerle un nudo solamente y salir así.



—¿De nuevo sin poder vestirte, Tsu-kun? — sonreía mientras invadía el cuarto de su hijo

—Mamá — imitaba el gesto ajeno mientras sujetaba las telas y el broche — ¿me ayudas?

—Siempre que mi pequeño lo necesite

—Ya no soy tan pequeño, mamá — protestaba con un leve puchero

—Es cierto, ya tienes quince años — sonreía mientras con paciencia ataba el broche, las telas y daba los últimos arreglos al quitón de su niño — y eres el jovencito más hermoso entre todas estas deidades

—Mamá — se reía sutilmente — deja de decir eso o me la creeré

—Ara, ara... pero sólo digo lo que todos comentan — se sentaba en la cama de su hijo y palmeaba el lugar a su lado para que el castaño se acercara. Con una sonrisa, Tsuna lo hacía, y posaba su cabeza en el hombro de su madre — yo no te mentiría

—Lo sé — suspiró mientras veía las sedas que ondeaban en las ventanas de su habitación — mamá... ¿cuándo podré bajar al mundo humano? — era buena oportunidad para decir aquello porque cuando estaba su padre el tema se cortaba de inmediato

—Cuando seas mayor y sepa que estarás bien

—Pero tengo curiosidad

—Lo sé — sonrió mientras acariciaba la cabeza de su retoño — pero me temo que tu madre no quiere que la abandones

—Jamás lo haría

—¿Me lo prometes? — con leve tristeza cerraba sus ojos y sentía como su hijo la abrazaba

—Lo hago

—Entonces, Tsu-kun — apretó sus labios antes de seguir — nunca te enamores... nunca lo hagas

—¿Eh? Pero, ¿no es normal que lo haga? — elevó sus cejas con extrañeza

—Lo es, pero quiero ser caprichosa e impedir que eso suceda... porque no quiero que me abandones, Tsu-kun — trataba de mantenerse serena al pedir algo de esa índole, pero tenía sus motivos

—Jamás te dejaría sola, mamá, por eso — el castaño se separó de su madre y sonrió — por eso no me enamoraré. Si así puedo estar con mamá y protegerla, jamás la haré — inocencia en su promesa, brillo en su mirada, calidez en su toque

—Eres lo más hermoso que tengo, Tsu-kun — besó al frente de su niño y suspiró aliviada — nunca lo olvides

—Orégano jamás te volverá a hacer daño, mamá — hablaba con seriedad — yo no la dejaré



Quedarse quieta no era la habilidad de una diosa como aquella, por eso, durante años, tanto Iemitsu como Nana habían sufrido afrentas con Orégano. Aquellos duros encuentros desencadenaron en que el pequeño castaño se sintiera responsable por la protección de su madre, ya que, por aluna razón, Orégano nunca le hacía nada a él. Tsuna aprovechaba esa característica en pro de su progenitora, no era idiota como para dejar de lado aquella ventaja, eso siempre y cuando no afectara a alguien más.

El noble corazón del chico era su cualidad más resaltante, incluso el enemigo lo reconocía, tal vez por eso nadie podía hacerle daño a ese pequeño. Quien lo lastimara debía ser el ser más oscuro como para atreverse, de eso todos estaban seguros

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