Uno.

73 10 0
                                    

Mayo de 2014,



—Usted debe ser el señor King —le dijo la mujer, sentada detrás del escritorio, y lo invitó a que se sentara también. Su cabello rojo estaba acomodado en un recogido sobre su nuca, y sus ojos azules le miraban analíticos. No tenía más de treinta y cinco años—. Me llamo Melanie Cole, un gusto conocerlo —estrechó su mano con rapidez, para luego comenzar a buscar algo en los cajones—. Lamento mucho lo que sucedió con Kate, ella era una gran amiga. —Robert solo asintió en acuerdo, pero la afirmación sonaba muy hipócrita y superficial.

Finalmente, Melanie sacó del cajón un llavero con dos llaves medianas, y se las entregó. Tenían un papel que tenía impreso el nombre de Katherine Miller en él. Robert lo cogió entre las manos y lo contempló unos instantes.

—Esas son las llaves del cubículo de psicología escolar, que está ubicado al este, dentro del apartado de orientación y consejería. A partir de la semana que viene puedes comenzar a ver a los alumnos en tu agenda. —luego sonrió ampliamente—. Gracias a Dios que viniste. Tenemos algunos alumnos que han estado esperando meses por una consulta.

—Muchas gracias, Melanie —dijo él, poniéndose de pie y estrechando su mano de nuevo. Ella, un poco descolocada por su rápida disposición a irse, simplemente se despidió con cortesía. Robert no necesitaba saber nada más, y prefería salir de esa oficina antes de comenzar a sudar notoriamente.

Afuera, los estudiantes recorrían los pasillos como alguna vez él lo había hecho. Le costaba creer que ahora vendría aquí dos veces por semana para ofrecer ayuda a alguno de ellos, por primera vez estando del otro lado de la moneda.

Otras escuelas habían encontrado innecesaria su participación dentro de las instalaciones, alegando que sus estudiantes no necesitaban nada más que orientación básica y alguien que les escuchara. Con una pequeña risa, Robert simplemente los había desechado. Él sabía que se equivocaban, y que la verdadera razón para no contratarlo era la deliberada reducción de costos en sus presupuestos y la poca ética en cuanto al cumplimiento de su palabra para con Katherine. Todas las escuelas que Katherine había dejado para él consideraban más importante la decoración de la escuela que la salud mental de sus estudiantes, a excepción de la Belmont High. Eso era un alivio para Robert, de veinticuatro años, desempleado y bastante desesperado.

La escuela era mucho más grande que la que lo había visto graduarse, en un pequeño pueblo al este de Melbourne. Esta era una secundaria de instalaciones impecables y un sentido arquitectónico osado, con estudiantes en cantidades industriales. Sus caras pasaban como un borrón a gran velocidad para Robert, quien caminaba rápido y con el único deseo de salir de ahí para volver a su auto y preparase mentalmente para todo lo que tenía por hacer esa semana.

Ahora que había conseguido un empleo, debía utilizar el dinero de sus ahorros en reactivar el consultorio que Kate había dejado en el centro de la ciudad. Tenía que contactar al abogado de Kate para hacer efectiva la sucesión de los bienes, entre los cuales no solo estaba el consultorio. Robert se enteró dos días después de la noticia de la muerte de Kate de que le había dejado un departamento cercano al consultorio para ahorrarle el estrés de la búsqueda de un apartamento rentado.

Si bien Kate había amasado una pequeña fortuna y jamás había sido conocida por ser egoísta, Robert no lograba comprender qué había hecho para merecer tal generosidad. Desde su perspectiva, su romance de seis meses había sido placentero e intenso, así como pasajero. Pero, claro, para Rob todo era pasajero desde que ella se había ido.

Era tal su concentración, que fue imposible ver venir a un estudiante que estaba desprevenido hablando, y que le hizo dejar caer su mochila.

—¡Lo siento, hermano! —exclamó él, claramente parte del equipo de fútbol de la escuela, con un gran tiburón en la espalda. Ambos se agacharon para tomar la mochila del suelo, pero Robert la tomó más rápido, desechando amablemente al muchacho.

NoelleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora