Mayo de 2014,
Entre los muchos defectos de Robert King —impuntualidad, procrastinación complusiva y sensibilidad excesiva— estaba, también, la adicción irremediable al tabaco y al café. Cada mañana, Robert acostumbraba a ordenar un café y fumar de camino al trabajo. Solía ordenarlo en su cafetería favorita en Sídney, un negocio pequeño que no tenía pinta de extenderse pronto al resto del país, por lo cual debía conseguir un lugar nuevo, o hacer su propio café.
Considerando que iba tarde y que estaba quebrado hasta que llegara su primer salario, Robert se conformó con un rápido café hecho en la cafetera de su nueva cocina, parte del departamento que sería legalmente suyo dentro de unos días y después de una firma de su parte. Llevaba cuatro días viviendo en él, y seguía sintiéndose como la habitación de un hotel: ajena, impersonal, fría. Para que ese departamento fuera suyo aún quedaba por recorrer un largo camino, pero supuso que justo ahora el tiempo para ajustarse le sobraba.
El tiempo, que no le sobraba —notó mientras terminaba de poner su café en un vaso de plástico reusado para poder beberlo en el camino—, era para llegar a la escuela. Iba retrasado por cinco minutos, que en esta ciudad y con el tráfico de esta hora, podía significar llegar demasiado tarde al primer día.
Casi corriendo, Robert salió de su departamento, se dirigió a la escuela en su auto, y tuvo la suerte de llegar relativamente rápido. Ahí, los estudiantes entraban como polillas a un bombillo, pocos minutos antes de que la campana sonara. Robert se encaminó sin interactuar con nadie hacia su cubículo en el apartado de orientación y consejería, donde notó que habían tres estudiantes esperando, pero poco o nada pudo reparar en sus aspectos. No sabía si iban a verlo a él o al consejero Taylor (al cual no conocía, pero sabía que trabajaba justo a su derecha, y que ya se encontraba atendiendo a estudiantes). Ni siquiera recordaba quienes de ellos eran chicos o chicas, ya que su objetivo era entrar en su pequeño despacho y prepararse mentalmente durante al menos cinco minutos para atender a quien sería su primer paciente desde que había obtenido el título de psicólogo.
Sabía que se trataba de un chico de dieciséis años llamado Gavin McLauren, cuya madre había muerto un año atrás. Gavin luchaba no solo con el duelo, sino con el descubrimiento su preferencia sexual por los hombres. Voluntariamente había venido a ver a Katherine dos años atrás, por su creciente preocupación relacionada a su falta de atracción por las chicas y, en medio de una serie sesiones que progresivamente le habían ayudado a aceptar su homosexualidad, su madre se vio involucrada en un accidente de tránsito que le hizo perder la vida. El progreso de Gavin no solo fue interrumpido entonces, sino que había retrocedido exponencialmente. Justo ahora (o en ese punto en que Kate había dejado de tratarlo), lo más crucial a tratar sobre Gavin eran métodos para a aceptación de la muerte de su madre; su sexualidad había pasado a segundo plano. Robert se encontró placenteramente en su elemento, preguntándose qué tanto había evolucionado Gavin desde que había dejado de verse con Kate.
De esa forma, Robert tomó el último sorbo de su café y sacó su libreta y pluma. Cuando se hizo el momento, fue al pasillo y buscó la cara que coincidiera con la foto del expediente de Gavin, pero ninguno de ellos era el muchacho del que había leído.
Desconcertado, preguntó a los estudiantes:
—¿Gavin McLauren?
—Oh, él tiene un resfriado —dijo un chico de piel oscura—. Me dijo que te dijera que vendrá la semana que viene.
—Oh, vale. —Robert revisó su cronograma, decidiendo llamar a al siguiente persona en la lista—. ¿Isabelle Collins?
La chica al lado del muchacho, cuya atención había estado fijada en su móvil, levantó la vista y se puso de pie para entrar al despacho. Dicho muchacho le dedicó una mirada de confusión, pero no dijo nada, así que Robert tan solo se dirigió a su silla.
ESTÁS LEYENDO
Noelle
Mystery / ThrillerEn Victoria, Australia, un joven psicólogo toma el lugar de su difunta mentora, quien, en sus últimos días, se negó a dejar de tratar a Noelle Williams, una peculiar paciente que ha desaparecido sin dejar rastro.