No me gustan los animales en general. Y mucho menos me gusta que un perro mire mi comida.
Acabo de pedir una orden de cinco tacos campechanos y los perros callejeros están rodeando el puesto ambulante, esperan que algún trozo de carne caiga al suelo y así tener algo en su débil y delgado estómago.
Este tipo de escenas me entristece, donde sus ojos cansados miran en dirección a la comida y ruegan. O con su olfato recorren el piso, paseándose entre mis pies. Buscando, esperando, y de nuevo buscando. Reciben malos tratos; golpes, patadas, voces altas y enfadadas, los salpican con agua para que se marchen. Qué vida tan desdichada y sólo por querer comer.
No puedo soportarlo, siento como si me lo hicieran a mí y duele.
Lo cambiaría, si tan solo no fuera alérgica a ellos. Por eso no me gustan, porque no puedo hacer nada por ayudarlos.
Acerco la tortilla a mi boca y sobresalto con el sonido de una llamada entrante. Esteban.
Bajo la comida, pido una servilleta al taquero y limpio mis manos por la grasa que exceden los tacos. Tardo en sacar el celular de mi bolso. Todo esto lo hago porque no quiero contestarle a mi ex en el primer tono, espero a que suenen cinco.
—¿Bueno?
—Hola ¿ya vienes? —pregunta alegre.
—Lo siento, estoy en la universidad, surgió una oportunidad para recibir asesoría en la materia que voy mal, me quedaré hasta tarde—miento.
—Genial... Yo tampoco iba a poder—su voz suena apagada—. Mis amigos llegaron y me invitaron a jugar fútbol. ¿Qué dices, Omar? Sí, ya estoy poniéndome los tacos. Bueno, adiós.
Y cuelga. Él también mintió. Nunca ha sido fanático del fútbol, a menos que desde hace dos meses, tres semanas, cinco días y ocho horas que terminamos, haya cambiado de opinión.
Esta iba a ser la primera vez que nos veríamos después de la ruptura. Y algo dentro de mi decía que no debíamos vernos. Sería doloroso, sería mortal para mi pobre corazón.
Sé que aún no es tiempo, no lo he superado por completo. Hace dos días recibí su invitación a salir y sin pensarlo acepté, como si lo estuviera esperando. Y después no me atreví a cancelar, hasta que me dio hambre por los nervios y vine a comer.
No sé de dónde salió que estoy en la universidad, salí de vacaciones por las fiestas de diciembre. Seguro no cayó en la mentira.
Resoplo y dirijo mi mirada a los perros, sus costillas se marcan en su débil cuerpo y pelaje sucio. Me deprime cada vez más. Prefiero cerrar los ojos y pensar en flores, en el último capítulo de la serie que estoy viendo, en el escándalo del artista que me gusta, en cualquier otra cosa.
—Joven, su orden—extiende el brazo el taquero. Y un chico sostiene el plato de plástico. Esas manos las reconocería incluso recorriendo mil vueltas al mundo, sus dedos se entrelazaron con los míos durante dos años.
Levanto mi rostro a quién pasa su brazo por encima de mi hombro.
—Gracias—sonríe Esteban y percibe mi mirada—. Oh.
—¿Qué haces aquí?
—¿Tú que haces aquí? —devuelve mi pregunta.
—¿Y el partido de futbol?
—¿Y la universidad?
Abro con exageración mis rasgados ojos y él me dedica una sonrisa amortiguadora.
—Al final si nos encontramos—dice buscando un asiento, cruza la banca y pega sus piernas a lado de las mías. Estamos muuuuuy juntos.
Intento separarme sacudiendo las boronas del pantalón. Y lo empujo disimuladamente con mi codo.
—Val, no hay espacio y solo quiero comer sentado.
—Entonces debería irme para que comas más a gusto—cedo mi lugar.
—Ni que ocuparas mucho espacio—resopla observando mi complexión delgada—. Si no quieres hablarme lo entiendo, pero quédate.
—Es que tampoco quiero verte.
—Tengo una idea, tú miras hacia la izquierda y yo a la derecha ¿va?
—No.
—Y tendrás tu propio salero, palillos y servilletas para que no crucen nuestros brazos—comienza a acomodarlos y sonríe.
—Esteban...
—Puedes rechazar a tu ex, pero no a unos tacos—chasquea los dedos y me señala.
—Basta—respondo con un leve tono enfadado—. Estoy cansada, sí.
—¿Entonces quieres que te lleve a casa?
—No, ya—toco mi cabello por la frustración— , quédate ahí.
Él baja sus manos, desganado, y asiente.
Por un segundo creí que seguiría insistiendo, pero no hace nada más que comer rápidamente porque detesta la comida fría.
Espero mi cambio de billete y camino lejos.
—Te daré un perro—escucho claramente a Esteban.
—¿Qué? —me vuelvo hacia él.
—Que se los daré al perro—avisa y lanza la comida de mi plato hacia el perro callejero que seguía ahí.
Me enfurece.
—¡Baboso, lo vas a matar! —grito mientras corro de vuelta. Los tacos tenían cebolla, y la cebolla es mortal para ellos.
No me gustan, es cierto, pero si tuviera uno sabría cómo cuidarlo. Y no como el irresponsable de Esteban, a quien estoy golpeando con mi bolso.
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Manita arriba quien quiera el primer capítulo pronto. (n.n)/
Manita arriba quien tenga una mascota, hasta un pez cuenta.
Manita arriba quien tenga un ex y todavía lo quiera... okno. Es no.
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El perro de mi ex
Short StoryNo, no. No es un perro mi ex. Bueno, no sé, quizás un poquito... Olvídalo, ese no es el punto. Me refiero a la mascota que dejó al tocar el timbre de mi apartamento. Y existen dos sencillas razones para no acoger al peludo: 1.-Básicamente están...