Me esperaba a un gato, de esos que dicen que trae mala suerte. No me hubiese asustado, porque yo nací salada.Y en realidad, un cachorro de orejas caídas llegó a ensuciarme la pijama que tanto me fascinaba.
Sus huellas quedaron marcadas en mi pantalón, traté de sacudir las gotas de lluvia que embarró en mi ropa mientras este recorría el suelo con su nariz.
Respiro hondo para tranquilizarme. Si no me controlo, puedo morir de un paro cardiaco, y estoy segura de que nadie lo notaría por mi gran soledad.
Cruzo los brazos al mirar al villano de cuatro patas.
No armo drama, es de madrugada, llueve y hace frío. No soy tan cruel para dejarlo afuera, cuando llueve siempre pienso en todos los animalitos callejeros que no tiene un lugar para quedarse, y lo han de estar pasando terrible buscando un refugio.
¡Olvídenlo!
Acaba de hacer pipi en la maceta de la única planta que no se ha secado. (Sí, todo se marchita en mi vida).
— ¡Oye tú, sentado!—le indico alzando mi voz.
El perrito negro me mira dos segundos, como si estuviese analizando mis palabras. Después prefiere seguir corriendo por mi casa.
— ¡Necio, vuelve acá!
No me oye, está entretenido mordiendo mi larga cortina rosada.
Y antes de poder regañarlo, siento una inmensa comezón en mis piernas. No son por sus pulgas, ¡Es mi alergia!
Tomo asiento en el sillón más cercano y descubro mi pierna enrollando la pijama.
Mi piel adopta un color rojizo, encima de granos e hinchazón.Para rematar, el can se aproxima a mí con ganas de lamerme la cara.
—¡No!—subo deprisa mis piernas al sillón—, Aléjate.
No entiende, como es de esperarse. Y brinca sobre mí.
Al menos soy más rápida y me mantengo de pie encima del sillón.
— ¡Abajo! —le gritó enfadada y estiro mi mano hacia atrás.
No voy a golpearle, por supuesto que no, pero a veces con ese simple gesto entienden, tristemente, por lo que les ha sucedido en la calle y todo ese maltrato que les genera traumas.
El perrito chilla y se hace pequeño, ocultando su cola, que si no me equivoco, tres minutos atrás la meneaba ansioso.
—Lo siento—suspiro con voz rota. Quisiera acariciarlo en recompensa, pero sé que aquel gesto afectaría mi salud.
Él también espera mi caricia para recuperar su alegría. Pero no sucederá así.
Pierdo el miedo y confío en que no me atacará. Por tanto, bajo del sillón y me dirijo a la cocina para darle algo agua y no sé, tal vez comida del refrigerador... si es que hay algo, para variar.
Obviamente no tengo croquetas y busco con qué sustituirlas.
Pienso darle cereal, pero mejor yo me como eso. La leche apacigua mis alergias, y ya nada más me faltaría untarme la crema que recomendó el dermatólogo.
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El perro de mi ex
Cerita PendekNo, no. No es un perro mi ex. Bueno, no sé, quizás un poquito... Olvídalo, ese no es el punto. Me refiero a la mascota que dejó al tocar el timbre de mi apartamento. Y existen dos sencillas razones para no acoger al peludo: 1.-Básicamente están...