C2 - León y Protector

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—Prepárate. Has de abandonar este lugar. —su estilizada figura se mostraba ante él, como tantas otras veces desde aquel inesperado encuentro en el templo.

Su llamada era inevitable pues una promesa le ataba a él, a su voluntad. Podía sentir su poder, su alma, y su propio ser reaccionaba inexorablemente a aquella antigua canción.

Ahora era su siervo, y lo detestaba.

Ma nuvenin, mir Evanuris. — agachó la cabeza en señal de reverencia y se dispuso a marchar.

La repentina intrusión de una voz en su mente le hizo retroceder y tuvo que cerrar los ojos para concentrarse en no caer al suelo con la intensidad de aquella intromisión.

Sé lo que sientes —susurró la voz en su interior —Pero ahora eres necesario. Pronto todo acabará. Pronto podrás descansar.

La desconexión se sintió como un doloroso desgarro y su magia se alteró súbitamente con aquella revelación.

—No lo olvides. Hasta que esto termine, te necesito fuerte, lethallin. —concluyó su amo sereno. Él sentía aquella antigua y poderosa magia aún presionar ligeramente su esencia, invadiendo su alma, doblegándole como el esclavo que era a la voluntad del dios.

No ofreció respuesta. No valía de nada pues la infinita sombra de aquella pretérita deidad aún navegaba por su mente como un indeseable merodeador que se alimenta de sus pensamientos.

Continuó su marcha sin mirar atrás. Sentía aquella atenta mirada sobre su nuca, como una fiera que perdona la vida a su presa sólo para obligarle a cumplir con su último y definitivo capricho.

No cabía duda del horror que se avecinaba, y él, a pesar del imperante deseo de un final propio, debía aún cumplir con su pactado y preso destino.

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—Comandante, ¿me buscabais? —Enallin entró tímidamente al estudio del shemlen sin saber muy bien qué decir o hacer. A pesar de los diversos momentos que había compartido junto a sus consejeros, Cullen seguía incomodándola especialmente. La manera en la que el humano la miraba en ocasiones le intranquilizaba, le ponía especialmente nerviosa y se preguntaba si, parte de aquella sensación, no derivaba del hecho de que aquel hombre había sido, en una época no tan lejana, un cazador de magos.

—Sí, Inquisidora. Estoy con vos en un momento —el humano carraspeó y continuó dando órdenes a sus agentes, dirigiéndole entretanto alguna que otra mirada de soslayo.

—Disponed todo lo antes posible. En unas horas partiremos. Comunicádselo al grupo de inmediato y avisad a la exploradora Harding. Nuestros exploradores han de marchar primero. Podéis retiraros. —concluyó, dejando caer suavemente su puño sobre su mesa. Pequeñas motas de polvo se levantaron con aquel gesto, pero nadie, salvo ella, pareció advertirlas.

Enallin observó a los soldados obedecer al unísono mientras uno de ellos, posiblemente el de más alto rango, recogía la vitela con las órdenes que debía comunicar al resto de sus compañeros de pelotón.

El proceso normalmente era simple; Cullen escribía las órdenes y convocaba una reunión con los capitanes y cabos correspondientes para organizar las tácticas de la incursión. Era muy metódico y organizado en su proceder, tanto, que Enallin se preguntaba si alguna vez le quedaba tiempo para divertirse o disfrutar un poco de la vida. En cierta forma, el gesto taciturno y severo del shemlen le recordaba a su Custodia y no pudo evitar sumirse brevemente de nuevo en el dolor residual de aquella pérdida.

Mythal'EnasteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora