¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La brisa gélida de Berlín se metió por debajo de su piel. Frente a él se exponían grandes edificios y azoteas blancas, cada plano una pintura que apaciguaba sus sentidos. La noche caía lentamente sobre las luces de la ciudad y sus ojos y la extraña familiaridad de todo envolvió cálidamente a los huesos de Harry, dándole esa sensación de estar flotando.
París no había sido tan bueno para ellos (lo único de lo que podían sacar una historia para cuando ambos fueran ancianos y recordaran sus retorcidas aventuras era que habían cogido en un rincón oscuro de la puta Torre Eiffel, con al menos 300 turistas estúpidos a su alrededor, pero aún así pudieron haberlo hecho mucho mejor). El maldito dinero se les había acabado y tuvieron que recurrir a sus viejos hábitos.
Lo robaron de un viejo calvo ricachón que tomaba un café como si nada en el puto mundo le preocupara, con sus gafas de sol de un millón de dólares; así que, en teoría, fue un trabajo fácil. Además, debía tener mucho más dinero. No tenía por qué sentir remordimiento de nada, que le den por culo a los ricos y todo eso. Salieron lo más rápido que pudieron de esa pocilga y volaron hasta Alemania sin pensarlo, donde por suerte se sentirán muy lejos. De todas formas, de eso se trataba todo. Todo.
Ahora Harry sólo quería enterrarse en el colchón barato del motel y dormir por un siglo.
—No tengo huesos en la mano, H —dijo Louis desde la cama, desnudo y mirándose la mano con ojos graciosos.
Su piel brillaba y su pelo estaba hecho una maraña en su cabeza.
Harry lo observó detenidamente por unos segundos, luego se arrancó la camiseta y los jeans desgastados del cuerpo y fue hacia su novio, arrojándose a la cama y empujando a sus cuerpos juntos en busca de calor. Cuando tomó una de las piernas de Louis, la piel se sentía como miel y seda quemando en sus palmas. Volvió a mirarlo a los ojos y tocó suavemente su mano con la punta de sus dedos.
—Los puedo sentir —susurró Harry en la cara de Louis.
—No, no puedes —le dijo seriamente, su mirada estancándose en los labios de Harry. Sus ojos eran dos grandes círculos que vestían océanos y oscuridad.
—¿De qué hablas? Están ahí. —Harry entrecerró los ojos, sus labios apenas rozando los de Louis.
Ninguno de los dos había dormido bien en mucho tiempo, Harry calculaba unos cuantos meses de lenguas raras y colchones y pisos duros y rostros aún más raros; pero como era usual Louis despertó algo en él que no podía ni siquiera tocar; sólo sentir en partes de su cuerpo que le pertenecían a él hasta el fin de los tiempos, hasta que éste no fuera más que una jaula de huesos podridos.
—Me los saqué —musitó Louis, emitiendo una risita mientras Harry colocaba su pierna, que había estado descansando en su mano, sobre su regazo, pudiendo sentir todo de él.
Cerró los ojos momentáneamente y mordió su labio inferior, el calor esparciéndose por todo su sistema como fuegos artificiales, y finalmente volvió a verlo a los ojos, éstos últimos tan radiantes que todo lo que pudo hacer fue acabar con la distancia entre ellos y besarlo con fuerza en la boca.