III. b u r n

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Sus miradas se cruzaron. Para vislumbrar a Louis primero se encontró con los rostros sombríos y apáticos de al menos treinta personas. La adrenalina corría por sus venas como si fuera a comérselo vivo; y la melodía en sus oídos era la misma que hace tres días; sólo que ahora rogaba por no sentir nada en absoluto, sus ojos siendo arrastrados a cada rincón por un millar de sombras y pasos y ojos.

Louis se veía calmado, lo cual no era malo. No del todo. Era perfecto. Pero Harry lo conocía tan bien que apostaría su vida; por eso sabía que dentro de su cabeza sólo había ruido estático. Y que no podía evitar que sus dientes mordisquearan su labio inferior ansiosamente y que sus uñas rasgaran la piel de su muslo.

Las luces eran demasiado brillantes. Las voces demasiado familiares. El ruido constante lo dejaba atolondrado a sus pies. Debían hacerlo rápido y tajante; de esa forma no estarían arrastrándose fuera de sus pieles luego y, lo más importante, les garantizaría el dinero.

Así era siempre, de todos modos.

Más temprano ese día la vieja del motel los había corrido por no pagar, y por más que intentaron sobornarla con marihuana, no pudieron quedarse. Después de gritarle un gran «jódase», hacer que su gato se meara las sábanas y esparcir las fotos de Louis por todo el piso del vestíbulo; Harry pensó que normalmente no le importaría, porque Louis y él siempre tenían un plan, cualquier cosa que los sacara de apuros, pero ésta vez sí que estaban jodidos. En la maldita calle y sin pasta. Además, era la primera vez que permanecían en un mismo lugar por tanto tiempo, y se había empezado a encariñar con las ratas que habitaban en el baño.

Mierdas que pasan.

Sin ningún plan ni opciones, no les quedaba de otra. Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas y todo eso, a Harry le daba igual. Si debía hacerlo por la supervivencia de Louis, lo haría sin pensarlo. Joder, lo haría aunque estuviera arriesgándolo todo. De todas formas no es como si fueran particularmente nuevos en éstos, o malos. Contaban con la experiencia suficiente como para estar jodidamente seguros de que obtendrían lo que quisieran, y es que cuando robabas un museo local en plena luz del día o traficabas cocaína en tus vellos púbicos, sentías que ya nada podía detenerte. Y para Louis y Harry, los límites habían dejado de existir hace mucho tiempo.

—Es el lugar perfecto —había dicho Louis mientras caminaban por las calles, observando, evaluando con ojos escrupulosos, desde caras limpias y amigables hasta los sitios más pijos y miserables; todo mezclándose en su sistema como sangre y veneno.

Harry estrujó su mano con la suya y lo miró a los ojos, tensando su mandíbula—. No lo conoces.

Louis resopló, clavando las uñas en la palma de Harry hasta que la piel se rompió. —Es igual en todos los lugares, Harry. Masas de turistas perdidos y vulnerables, gente en general demasiado exhausta después de haber pasado diez horas chupándole el culo a hijos de puta con traje en sucias oficinas como para darse cuenta de que robamos su maldito celular.

Harry lo pensó. Tal vez podría serlo. Había la luminosidad suficiente como para no sentirse demasiado consumido por la oscuridad, después de todo era Louis quien trabajaba mejor en ella, según él lo hacía sentirse audaz y frágil y poderoso, en la cima del puto mundo, capaz de hacer cualquier cosa con las pequeñas y endebles siluetas a sus pies.

Para Harry, no existía nada más eléctrico y consumidor.

El U-Bahn, era.

Efectivamente, estaba atestado de personas, una multitud interminable y bulliciosa que se arrastraba por todos lados. El ruido de trenes lo ancló a la realidad, y respiró hondo por última vez.

A continuación, repasó el plan entero en su cabeza.

En la esquina de Louis, se encontraban mayormente los turistas. Louis era bueno con ellos; o bueno entreteniendo, al fin. Nadie sospecharía nada, se repetía una y otra vez en su cabeza.

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