3. No estoy sola

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Muy intenso lo de hoy.
En primer lugar, he de decir que he tomado una difícil decisión: voy dejar de hablarle a un póster de papel que acabará siendo confiscado para escribirle a la mismísima Frida Kahlo, así pareceré menos loca, ¿no?
No es que me encante escribirte. Es que se me olvidó contarte que llevo más de una semana sin móvil. Problemas del primer mundo, algo que tú no entenderías, supongo.
Hoy ha sido emocionante a la par que raro.
Hacia las 3 de la tarde, después de comer, empecé a escuchar murmullos en el pasillo. No creas que he sido capaz de abrir la puerta, ya lo han hecho por mí.
Se abalanza una estampida de chicas sin frenos hacia mi cama deshecha y solo quiero aprovechar la emoción del momento para tirarme yo también, pero por la ventana.

No entendía a qué se debía la visita, pero Almudena se adelantó para explicármelo antes de que pudiese decir una palabra.

- No te preocupes, Sor se ha ido. No hay monjas en la costa. Soy Almudena y puedo enseñarte muchas cosas aquí, solo llevo dos años, pero conozco este internado lo suficiente.

Creo que no podía casi abrir la boca para decir algo y te prometo que jamás había sentido tanta emoción por tener contacto con alguien que te hablase sin mirarte como un bicho raro.
A excepción de las otras dos, mudas como yo.
Pero duró poco.

Casi sin darme cuenta estaba embarcándome en la que empezó siendo mi primera "aventura", por llamar de alguna forma al hecho de hacer algo allí sin que me matase del aburrimiento.

Se me acercó otra de las chicas, bastante directa, pero con poco contacto.

- Aunque parezca que lo vamos a hacer por ti, todas estamos como tú. No te creas especial o algo. Llevo el mismo tiempo que tú sin móvil y sin hablar con mi novio, espero que no se haya estado viendo con otra a mi espalda...

- ¿Por qué te haría eso? – intenté tocarle el brazo en un amago de empatía.

- No me toques, que no sabes ni mi nombre. Por cierto, Claudia, encantada. – me tendió un par de dedos de la mano.

- Me llamo Chari, y me parece bastante acertada la idea de rescatar los móviles. – le dije estrechando los dedos.

Bastó muy poco tiempo para que Almudena volviese a sorprenderme con otra de las suyas.

- Espero que no creáis que esto va solo de coger los móviles y cada una por su lado.
No chicas, no. Yo no tengo móvil, y esto funciona de la siguiente manera:
Yo os ayudo a coger los móviles y vosotras solo tenéis que dejarme media hora de Instagram al día. ¿Hay trato?

Se escuchó al unísono "trato". Y fue la primera vez que oí hablar a la tercera chica.

- ¿Y tú, no hablas? – pregunté intrigada.

- Chica, es la sordomuda. – dijo Claudia muy seria.

- No me jod...

Y entonces se me quitó el sentimiento de culpabilidad por haberla cagado al instante, Claudia y Almudena estallaron en risas y entendí que la tercera chica solo era tímida, pero no le daba ninguna vergüenza pegarle un puñetazo a cada una en el brazo.

- Me llamo María. – dijo entre dientes casi sin levantar la mirada del suelo y con las mejillas coloradas.

Y ahí se quedó, sin más. No fue directa. Tampoco fue impertinente.
Pero fue muy mona.



Un clip, un par de horquillas y diez minutos bastaron para abrir "el trastero".
Mejor dicho, le bastaron a Almudena, que no era la primera vez que la abría a juzgar por sus hábiles maniobras.
Esta chica no pensaba dos veces las cosas. Ni una vez. Simplemente lo hacía.

Apenas eran las cuatro de la tarde cuando Almudena decidió llevarse mi teléfono sin avisar y desaparecer con él. Y así el resto de chicas en su habitación correspondiente. Y en ese momento sí llegué a entender que Almudena tenía las cosas mucho más controladas de lo que parecía a su edad.
La monja volvía a entrar a esa hora.

Y no creas que esa tarde fue como todas las demás, empecé a imaginar mucho más allá de las fronteras que tenía la última semana entre las neuronas. Y vi que allí podría hacer mucho más que el paripé de portarme bien y hacer como que estudio. Quizás no era todo amargarse.

Un rato antes de la hora de la meriendicena, no pude aguantar más el pis. Y eso que no me gusta salir al pasillo entre horas.
Y... sorpresa: no había monja.
Me apuré en ir al baño y pegar en la puerta más próxima a la mía. Habitación 13.
Me abrió María.

- Genial, intento socializar con alguien al azar y me abres la puerta tú. ¿Vas a hablarme esta vez?

- Pasa, estoy jugando a los sims. – me dijo dirigiéndose al ordenador tan pronto como abrió la puerta.

- Guay, ¿algo especial? Espera, ¿UN PORTÁTIL? ¿Cómo has conseguido colar el portátil en tu habitación?

- Digamos que se me da muy bien guardar secretos. – dijo con seguridad, aún sin quitar ojo de la pantalla.

- ¿Algún secreto para compartir? – pregunté con mucha intriga

- En los sims puedes quedarte embarazada de una mujer, ¿no es increíble? – me dijo en tono burlón entre alguna risa.

Y entonces supimos que era la hora de cenar, ante los estridentes gritos de la mujer casada con Dios.

Después de la cena todo fue normal. A excepción de que a las 9, la hora de rezar, Almudena se las ingenió para pasarme mi móvil (por fin), y nos fuimos a "dormir".
Nadie duerme a las 9 de la noche, Sor.

Mierda. Media hora dijo.
Pues me ha devuelto el móvil sin batería. Y para colmo me acabo de dar cuenta de que los enchufes de la pared están de decoración.
Vamos, seguramente habrían intentado suicidarse metiendo algo metálico por ahí y han cortado la electricidad, como la calefacción.

Cartas a FridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora