6. Habitación trece.

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Entré sin pegar en la puerta y sin pensármelo dos veces.

- ¿Quién es? – preguntó la voz entre las penumbras de la habitación.

- ¿Ya se te olvida que me habías invitado o qué? – reculo cuando enciende la luz de la habitación.

- Si solo te hubiera invitado a ti a venir no hubiese preguntado, ¿no? – se desperezaba desde la cama.

- ¿Perdona? Ya veo lo especial que soy... - me hice la indignada.

- Bueno, eres la única que me ha visto sin paleta. Deberías de estar contenta, porque a mí casi me da un ataque. – argumentó nerviosa. – además, era broma. No he invitado a nadie más. Siéntate anda, jugamos a los sims. – me hizo un gesto para que me sentase a su lado mientras cogía el portátil.

- ¿Cómo se supone que lo cargas si no hay electricidad?

- Touché, no tengo batería. – presionaba el botón de encendido reiteradamente. - ¿Ahora qué vamos a hacer? – se echó las manos a la cara.

- ¿Haces otra cosa que no sea jugar a los sims? – me reí. - Porque aún no te he visto hacer otra cosa.

- Claro, también juego a Minecraft, Word of Warcraft, The Witcher 3, Grand Theft Auto... Pero prefiero parar de decirte juegos porque no puedo ofrecerte jugar a ninguno, así que... - se encogió de hombros lamentándose.

- Confirmado, eres rara. Eres muy rara. – me hice la patidifusa.

- Podríamos ver un capítulo de Orange is the new black. – dijo como si fuese su más brillante idea. - Ah, que no. No tengo batería. – se escondió en las sábanas.

- ¿En serio ves esa serie? ¡Es increíble! – dije un poco alto por la emoción.

Mi mente ya empezó a maquinar sola y a sacar conclusiones precipitadas.

Una persona que ve esa serie con alto contenido lésbico:

1. no es para nada hetero.
2. tiene mucho tiempo libre y curiosidad.
3. es un tío.

Y descartamos la 3. De repente salí de mis pensamientos en el mundo de yupi para volver a incorporarme a la conversación.

- Tendremos tiempo para verla juntas. – me dijo sonriendo.

Y esta soy yo volviendo a mis pensamientos de mierda queriendo descartar la 2.

- Cuéntame, ¿qué haces aquí? – preguntó con interés.

- Casi no podía repetir más cursos en mi pueblo y he tenido que venir aquí para no estar en clase con los niñatos de turno. – dije con un poco de tristeza. – tengo planes de futuro, ¿sabes?

- Uh, ojo que tenemos aquí a la figura de chica mala repetidora. ¿Cuántos años tienes? Porque eso de los planes suena ya a vejestorio – frunció el ceño.

- De chica mala a puta vaga, hay unos pasos querida. – arqueé la ceja izquierda. – tampoco muchos más que tú... pero sí los suficientes como para que dejes de vacilarme, ¿no?

- Ahora entiendo, te fuiste del pueblo para que no te vacilaran los críos. Vienes aquí y te vacilo yo. – empezó a reírse. – tu pesadilla hecha realidad.

- ¿Y esas fotos de allí? – me levanté a cotillear por la habitación.

- Ah, es mi mejor amiga. – me dijo en tono triste a mi espalda. – llevo sin verla dos meses. Ya sabes, vive fuera.

- ¿Y la foto de aquí? – pregunté señalando.

De inmediato se levantó y guardó el marco de fotos para que dejase de hacerle preguntas.

- Mira, son cosas mías. ¿Por qué no me sigues contando lo tuyo con los planes de futuro? – titubeó algo nerviosa.

No era su amiga.

- Cuéntame más, venga. – me tumbé en su cama y la invité a tumbarse.

- No, que luego me dices que te vacilo. – sonrió.

- Porque lo haces. – sonreí yo también.

Recordé a la de química, explicando los tipos de enlaces entre electrones. Me vino a la mente la nube electrónica, justo lo que estaba sucediendo en esa habitación cochambrosa.

- Es mi chica. Punto. – espetó con una media sonrisa fingida. - ¿Algo más?

Me incorporé en la cama en un gesto de victoria.

- ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Debería de estudiar criminología porque he resuelto el caso en menos de 5 minutos. – dije con aire victorioso.

- Que te den. También quiero ser astronauta y visitar todos los planetas del sistema solar cuando sea posible. – tomó aire. – Sigo sin vacilarte. Ya sabes todo lo que tienes que saber sobre mí; empezando por la paleta que me falta.

Estallé en risas y me acompañó.

Nos miramos.

- Eres rara. – le dije de nuevo sin pensar.

- No te pases. – frunció el ceño a modo de enfado.

- Pero molas. – le puse la mano para que me chocase los cinco. – yo quiero ser directora de cine y hablo con Frida Kahlo, tengo un gran expediente académico. Lo de gran expediente es porque nunca termino el instituto, debe de ser muy largo. Ah y viviré en Nueva York con algunos gatos y vistas a Central Park.

María me abrazó.

Era una de esas sensaciones que sabes que ocurren pocas veces en la vida. Como cuando estás montando un puzle gigante con tus primos y tienes la oportunidad de poner la última pieza, de sentir que hay un hueco que puede llenarse con algo que encaje a la perfección y que estaba hecho para ello.

Así más o menos sentí aquel abrazo y me fundí en él. Quizás estuvimos poco tiempo, pero sentí que todo a mi alrededor se congelaba.

Y por primera vez, aquella noche, pude decir que estando en aquel frío y siniestro lugar me sentí como en casa.

Cartas a FridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora