7. Cotilla no, curiosa.

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El abrazo se rompió con el portazo de la puerta de fuera.

Dimos por hecho de que sería la monja viniendo de vuelta. Pero nos equivocamos; no estaba sola, venía hablando con alguien.

Decidimos levantarnos de la cama y escuchar la conversación, algo de lo que quizás nos arrepentiríamos un poco más tarde.

- Hermana, es un poco temprano aún para bajar. – susurró la voz misteriosa.

- No, no, no. No lo entiendes. Tenemos que hacerlo cuanto antes. Sor Milagros me ha dicho que incluso están haciendo documentales en televisión. ¿Y si nos pillan ahora?

María y yo nos mirábamos sin entender absolutamente nada de lo que estaba pasando mientras seguíamos oyendo la conversación.

- ¿Y de dónde se supone que sacamos la pala, Encarna?

- Tú coge los sacos de la habitación, que lo tengo todo controlado.

E igual que vinieron, se fueron.

- Por favor, dime que eres tan cotilla como yo. – me suplicó María.

- Cotilla, cotilla... no. Yo soy curiosa. Y no he entendido nada. – aclaré.

No compartimos más palabras porque nos entendimos sin hacerlo, tan pronto como nos pusimos unas sudaderas encima del pijama nos dispusimos a salir.

Y... nos habían cerrado la puerta de fuera con llave.

- Vale, están tramando algo gordo. – frunció el ceño.

Me dirigí a la habitación 14 y abrí con un fuerte portazo.

Gritamos las dos.

- ¿Dios, pero qué haces? – me tapé los ojos con las manos mientras pude.

- ¿Qué haces tú entrando así a mi habitación? Joder. ¿Tú te crees que este cuerpo se depila solo? – dijo levantando una cuchilla de afeitar que pude ver ligeramente entre mis dedos. - Almudena está preparada para todo, guapa. Y mañana en los baños tengo una cita importante con Paco, el repetidor de 3º de ESO B. – suspiró. – Qué guapísimo es.

- Madre mía. – dije poniéndome de espaldas a ella para no ver las maniobras que se estaba haciendo en el vello púbico. – Almudena esto es importante.

En ese momento se asomó María que, como no, también se llevó una sorpresa.

- Tía, ¡eso se hace en la ducha! – también se tapó los ojos con las manos mientras se ponía de espaldas a mi lado.

- Lo siento, no me ducho cuando se ducha la gorda, que solo se ducha los jueves y deja los azulejos negros.

- Como el matojo que te cuelga, ¡puerca! – reí. – Esto va en serio, la monja está tramando algo con alguien más.

- No os preocupéis, a veces se pasea por aquí con su novia Sor Dolores, las monjas bolleras del convento.

María y yo nos miramos y contuvimos la risa.

- Hemos escuchado algo de unas palas y unos sacos. – dijo María con prisa. – Además, no me jodas, nos ha cerrado la puerta del pasillo con llave. ¿Qué clase de enferma hace eso?

- Ella. – dijo Almudena aclarando la cuchilla de afeitar. – parece que no os acostumbráis a esto, y que sepáis desde ya que es lo que hay. – tomó aire en una corta pausa. - Entonces, ¿qué queréis de mí pesadas paranoicas?

- Lo primero; que te pongas algo, que con el frío que hace en este puto internado se te va a resfriar el conejo. Y lo segundo, que cojas unas horquillas y vengas con nosotras.

Hice un amago de tenderle la mano con los ojos cerrados, pero la quité recordando lo que estaba haciendo.

Almudena soltó la cuchilla en el lavabo y se puso unas bragas.

- Yo os puedo abrir la puerta, pero no pienso salir ahí afuera. No sería la primera vez que me pillan haciendo algo así y no puedo permitir que me echen. – dijo explicándose.

- Venga ya, si yo estoy deseando que me echen de aquí para volver con mi familia. – replicó María.

Almudena adoptó una cara muy seria.

- Sí, pero mi familia no está deseando que me echen para que vuelva con ellos. – apartó la mirada.

- Anda ya, eres algo traviesa, pero no es para tanto, chica. – le dije a modo de consuelo.

- Mi madre murió hace dos años, y mi padre se fue de casa antes de que naciera. Estuve viviendo con mis tíos y después con mis abuelos; pero nadie quiere hacerse cargo de mí y es por eso que estoy aquí.

Las tres enmudecimos.

Almudena soltó una pequeña lágrima que quitó de su mejilla de inmediato.

No sabíamos qué decir.

- Vaya, lo siento. – me disculpé.

- No te preocupes, supongo que con el tiempo se hace llevadero. – volvió a suspirar con fuerza.

- Yo... yo no sé qué decir en estos casos... - tartamudeaba María. – Eh... lo siento mucho.

- No os preocupéis, de verdad. Estoy bien. – esbozó una sonrisa. – Bueno ¿qué?

¿Abrimos la puerta?

Cartas a FridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora