El abrazo se rompió con el portazo de la puerta de fuera.
Dimos por hecho de que sería la monja viniendo de vuelta. Pero nos equivocamos; no estaba sola, venía hablando con alguien.
Decidimos levantarnos de la cama y escuchar la conversación, algo de lo que quizás nos arrepentiríamos un poco más tarde.
- Hermana, es un poco temprano aún para bajar. – susurró la voz misteriosa.
- No, no, no. No lo entiendes. Tenemos que hacerlo cuanto antes. Sor Milagros me ha dicho que incluso están haciendo documentales en televisión. ¿Y si nos pillan ahora?
María y yo nos mirábamos sin entender absolutamente nada de lo que estaba pasando mientras seguíamos oyendo la conversación.
- ¿Y de dónde se supone que sacamos la pala, Encarna?
- Tú coge los sacos de la habitación, que lo tengo todo controlado.
E igual que vinieron, se fueron.
- Por favor, dime que eres tan cotilla como yo. – me suplicó María.
- Cotilla, cotilla... no. Yo soy curiosa. Y no he entendido nada. – aclaré.
No compartimos más palabras porque nos entendimos sin hacerlo, tan pronto como nos pusimos unas sudaderas encima del pijama nos dispusimos a salir.
Y... nos habían cerrado la puerta de fuera con llave.
- Vale, están tramando algo gordo. – frunció el ceño.
Me dirigí a la habitación 14 y abrí con un fuerte portazo.
Gritamos las dos.
- ¿Dios, pero qué haces? – me tapé los ojos con las manos mientras pude.
- ¿Qué haces tú entrando así a mi habitación? Joder. ¿Tú te crees que este cuerpo se depila solo? – dijo levantando una cuchilla de afeitar que pude ver ligeramente entre mis dedos. - Almudena está preparada para todo, guapa. Y mañana en los baños tengo una cita importante con Paco, el repetidor de 3º de ESO B. – suspiró. – Qué guapísimo es.
- Madre mía. – dije poniéndome de espaldas a ella para no ver las maniobras que se estaba haciendo en el vello púbico. – Almudena esto es importante.
En ese momento se asomó María que, como no, también se llevó una sorpresa.
- Tía, ¡eso se hace en la ducha! – también se tapó los ojos con las manos mientras se ponía de espaldas a mi lado.
- Lo siento, no me ducho cuando se ducha la gorda, que solo se ducha los jueves y deja los azulejos negros.
- Como el matojo que te cuelga, ¡puerca! – reí. – Esto va en serio, la monja está tramando algo con alguien más.
- No os preocupéis, a veces se pasea por aquí con su novia Sor Dolores, las monjas bolleras del convento.
María y yo nos miramos y contuvimos la risa.
- Hemos escuchado algo de unas palas y unos sacos. – dijo María con prisa. – Además, no me jodas, nos ha cerrado la puerta del pasillo con llave. ¿Qué clase de enferma hace eso?
- Ella. – dijo Almudena aclarando la cuchilla de afeitar. – parece que no os acostumbráis a esto, y que sepáis desde ya que es lo que hay. – tomó aire en una corta pausa. - Entonces, ¿qué queréis de mí pesadas paranoicas?
- Lo primero; que te pongas algo, que con el frío que hace en este puto internado se te va a resfriar el conejo. Y lo segundo, que cojas unas horquillas y vengas con nosotras.
Hice un amago de tenderle la mano con los ojos cerrados, pero la quité recordando lo que estaba haciendo.
Almudena soltó la cuchilla en el lavabo y se puso unas bragas.
- Yo os puedo abrir la puerta, pero no pienso salir ahí afuera. No sería la primera vez que me pillan haciendo algo así y no puedo permitir que me echen. – dijo explicándose.
- Venga ya, si yo estoy deseando que me echen de aquí para volver con mi familia. – replicó María.
Almudena adoptó una cara muy seria.
- Sí, pero mi familia no está deseando que me echen para que vuelva con ellos. – apartó la mirada.
- Anda ya, eres algo traviesa, pero no es para tanto, chica. – le dije a modo de consuelo.
- Mi madre murió hace dos años, y mi padre se fue de casa antes de que naciera. Estuve viviendo con mis tíos y después con mis abuelos; pero nadie quiere hacerse cargo de mí y es por eso que estoy aquí.
Las tres enmudecimos.
Almudena soltó una pequeña lágrima que quitó de su mejilla de inmediato.
No sabíamos qué decir.
- Vaya, lo siento. – me disculpé.
- No te preocupes, supongo que con el tiempo se hace llevadero. – volvió a suspirar con fuerza.
- Yo... yo no sé qué decir en estos casos... - tartamudeaba María. – Eh... lo siento mucho.
- No os preocupéis, de verdad. Estoy bien. – esbozó una sonrisa. – Bueno ¿qué?
¿Abrimos la puerta?
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Cartas a Frida
Teen FictionCartas a Frida, basada en hechos reales, nos cuenta el día a día de nuestra protagonista, que decide por su propia voluntad entrar en un internado de monjas para terminar el instituto en su último curso. En un abanico de emociones entrelazadas entre...