Ana
Es un nuevo día en el hospital y me encuentro lista para enfrentar los desafíos que se presenten. Como enfermera, sé que cada jornada puede traer situaciones difíciles, pero también oportunidades para marcar una diferencia en la vida de las personas.
Desde temprano por la mañana, las urgencias no han dejado de llegar. Los pasillos están llenos de pacientes ansiosos esperando ser atendidos. Mi equipo y yo. Y por equipo me refiero a Aída, y un compañero más. Nos movemos rápidamente, tratando de brindar atención a todos lo más pronto posible. El teléfono no deja de sonar con llamadas urgentes y nuestras listas de tareas parecen interminables. Me siento como si estuviera corriendo constantemente contra el tiempo, sin poder pausar ni un segundo para descansar. Cada paciente tiene su propia historia y necesidades específicas. Algunos llegan con dolores intensos, otros con enfermedades crónicas o condiciones complicadas que requieren cuidados especiales. Es mi deber estar allí para ellos, ofreciendo apoyo emocional y físico en cada paso del camino. A medida que avanzamos en el día, me encuentro lidiando con situaciones difíciles e impactantes. Un paciente es diagnosticado con una enfermedad terminal; otro sufre una recaída inesperada; hay familias angustiadas buscando respuestas a preguntas difíciles sobre la salud de sus seres queridos.
Pero hoy no lo he visto a él.
Mi plan avanzaba según lo previsto, el único problema es que no lo soportaba. Era un engreído, patán, tonto y mala influencia. Solo era un deber más en mi lista de tareas, una cosa más que hacer hasta que el acosador me dejara en paz.
Pero a pesar del cansancio acumulado y las emociones abrumadoras que amenazan con aflorar durante todo el día, me mantengo firme en mi compromiso como enfermera: proporcionar cuidados compasivos y mantener la calma incluso ante las circunstancias más adversas. En medio de la intensidad, también hay momentos de alegría y esperanza. Una paciente se recupera satisfactoriamente después de una cirugía complicada; un bebé nace sano y los padres irradian felicidad en su rostro; un anciano sonríe agradecido por el cuidado que le brindamos. A medida que la jornada avanza hacia el final del día, me doy cuenta de lo agotada que estoy física y emocionalmente. Pero también me siento orgullosa por todo lo que hemos logrado como equipo y por las vidas que hemos tocado con nuestro trabajo.
Cuando por fin salgo del hospital veo a Daniel acercándose a mí. Su rostro está cubierto de sudor y su respiración es agitada, indicio claro de que ha estado practicando boxeo. Me saluda con una sonrisa radiante mientras se acerca.
-¿A dónde vas enfermera? -Algún día, lejano, este hombre me llamaría por mi nombre.
-No te importa Daniel. -Le espeto con brusquedad, hoy había tenido mucho follón en el trabajo y no estaba para tonterías.
-Mi nombre suena tan bonito en tus labios.
Este es tonto.
-¿Qué quieres? -Pregunte cansada.
-Llevarte a donde fuera que vayas.
-No quiero que me lleves a ningún sitio, déjame.
-Ana es tarde, está oscureciendo. Voy a acompañarte. -Parece que él día en el que me llamaría por mi nombre no estaba tan lejos.
-Vale, pero iremos andando. -Sonrió satisfecha cuando veo su sonrisa caer, y guarda las llaves en el bolsillo. Aunque normalmente no aceptaría este tipo de invitaciones por cuestiones profesionales, ya que es un familiar de un paciente. Esta vez tengo que hacerlo. Es una imposición si quiero que nadie salga herido. Nadie excepto él. Mirándolo fríamente y de forma calculadora, prefería que un desconocido sufriera las consecuencias antes que alguien cercano a mí. Era lo más ruin y despreciable que había pensado nunca, y si solo fuera pensarlo, pero es que debía hacerlo. Reflexiono brevemente sobre los límites éticos.
Mientras caminamos por dentro, siento una mezcla de incomodidad y confusión. ¿Por qué querría pasar tiempo con alguien a quien apenas soporto? . Sin embargo, pienso en la amenaza y se me estremece el cuerpo.
Salimos juntos rumbo a la casa de mi amiga, hacía tiempo que quería visitar a Miranda. Durante el trayecto en tratamos de mantener conversaciones superficiales y educadas; evitando temas incómodos o polémicos. Siento cómo los minutos se hacen eternos mientras me esfuerzo por mantener una actitud tranquila y amigable, a pesar de las diferencias que aún existen entre nosotros. Finalmente, llegamos a casa de mi amiga. Me despido rápidamente de Daniel con una sonrisa forzada y le doy las gracias por llevarme hasta aquí. Pero el me agarra del brazo.
-Me ha encantado el paseo. -A mi no.
-Ha estado bien. -Digo soltándome de su agarre y caminando hacia dentro. Pero me giro sobre mis talones, cogiendo aire en mis pulmones para gritar. -¿Cuándo lo repetimos? -Corro hacia la puerta para no obtener su respuesta. Con tan mala suerte de que me tropiezo con el escalón.
Cerré los ojos esperando un golpe que nunca vino. Cuando los abrí, Marco me sostenía de las caderas, iba vestido de jardinero y sus manos estaban llenas de tierra. Gire mi cabeza deseando que Daniel no lo hubiera visto, pero él estaba yéndose con las manos apretadas con fuerza y el semblante serio.
-Gracias. -Le susurro a mi héroe.
-Ana ten más cuidado, no quiero que la madrina de mi hijo se descalabre.
-¿Qué? -Es lo único que sale de mi boca.
-No lo sabias...Cuando entres dentro y Miranda te lo diga hazte la sorprendida por favor. -Hizo un ademan con las manos en forma de súplica y yo asentí.
Una vez dentro del lugar, respiro aliviada y me siento libre para ser yo misma nuevamente. Ahora puedo disfrutar de la compañía de mi querida amiga sin la presencia incómoda e irritante de Daniel.
-¿Por qué estas llena de tierra?
-Casi me caigo, pero tu novio me cogió. -Le explico a mi embarazada amiga.
-Sube a mi habitación y cógete una camisa anda, tengo algo que decirte. -Asentí, me acerqué a ella para depositarle un beso en su mejilla y subí las escaleras corriendo. Estaba emocionada, sería la madrina de su hijo.
Mi móvil empezó a vibrar, número desconocido. Era él. Mis manos comenzaron a sudar y mis pelos se pusieron de punta, con temor respondí la llamada.
-Anita, ¿Qué tal el paseo? . La verdad es que me importa poco, sin embargo, no veo a Niebla muy interesado en ti.
-Dame tiempo. -Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensarlas.
-Lo que menos tenemos es tiempo. Lo vas a enamorar locamente y cuando yo te avise le romperás el corazón. ¿Quedo claro?
-¿Para qué todo esto?
-Cállate. Que respondona estas últimamente. -Rio sin gracia. -Tal vez deba darte otro susto...
-No, por favor.
-Más te vale que empiece a haber indicios de que ese chico te quiere o tu madre sufrirá las consecuencias. Tic tac Anita tic tac. -La llamada finalizó, todo lo que dijo era inquietante, pero sin duda con esa voz robotizada provocaba en mí más pavor. Me tenía muy bien vigilada, estaba tan cerca de mí y yo no era capaz de averiguar quién es.
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Que empiece el juego
Novela JuvenilEn la vibrante ciudad de Barcelona, donde la brisa marina se mezcla con el aroma del Mediterráneo, dos mundos se encuentran en un apasionado combate: el del boxeo y el de la alta sociedad. Daniel, un joven boxeador de familia adinerada, está a punto...