Capitulo 10

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-Este es su cuarto – le dijo Elena – es un gusto verlo de nuevo señor San Román, la señorita Estrella no para de preguntar por usted.
-Estrella preguntar por mí? – pregunto confundido – Elena no entiendo que está pasando – dijo desconcertado.
-Descanse señor San Román, mañana será otro día.

Lo despertaron unas risas, abrió los ojos y se encontró en un lugar bastante extraño, recordó que estaba en Italia, y que era lo que estaba buscando, se levantó de la cama y volvió a escuchar las risas, camino hacia la ventana y al correr la cortina encontró la imagen más hermosa que creyó alguna vez que la vida le había negado, ver correr a su hija, escuchar sus risas, le hacían latir el corazón con fuerza, entonces una voz llamo su atención, “mira las mariposas” fue lo que escucho, sus ojos viajaron en dirección y la vio ahí, lucía un vestido blanco con mangas largas, su cabello suelto y libre al viento, sus mejillas sonrojadas y un brillo que jamás había conocido en su mirada, era ella, su Maria, la mujer que amaba, por la que había cruzado el mediterráneo, estaba ahí, la había encontrado y esta vez lucharía por ella, por hacerla feliz como sabía que se lo merecía.

-Está aquí? – pregunto la pequeña entusiasmada.
-Si cielo, está aquí – contesto ella – ha venido a verte – le dijo acariciándole su rubia cabellera.
-Y él también lo sabe? – pregunto Estrella.
-Sí, él también lo sabe Estrella – contesto Maria con calma – él te quiere Estrella, te quiere mucho.
-Y es bueno como papá Luciano? – pregunto la niña.
-Tan bueno que lucho por ti – le dijo Maria sonriendo – anda, ve a dentro, creo ya está despierto.

Bajo las escalas con calma, tomándose el tiempo para apreciar cada detalle, el lugar era espacioso y muy tranquilo, muy iluminado y en cada lado tenía vista a todo el viñedo, al llegar al salón se encontró solo, y el silencio era perturbador, pero entonces un grito rompió cualquier miedo que existiera en su interior.

- ¡Papá! – grito la pequeña al verlo – estas aquí, de verdad estas aquí – corrió hasta él y se lanzó a sus brazos.
-Estrella – dijo el con lágrimas en los ojos y abrazándola con fuerza – si cariño, aquí estoy, mira preciosa – dijo separándola un poco – mira cuanto has crecido hija – acariciándole el rostro.
-Es bueno que estés aquí – le dijo Estrella sonriendo – mamá me ha hablado de ti, me dijo que estabas de viaje, que por eso volvimos a Italia – conto – que no te casaste con Ana, es raro, porque eres mi papá y estabas con mi tía, pero no importa – siguió hablando.

Esteban escuchaba asombrado la historia de su hija, el llevaba años escribiendo cartas para ella, que hacía llegar a Italia al antiguo taller, cartas que creyó que su hija jamás leería, cartas que Estrella le recitaba de memoria y que no supo en que momento llegaron a sus manos, tenía tanto que hablarle, tanto que decirle, tanto que disfrutar, que el tiempo se le hizo corto cuando a la mitad de la tarde Elena le dijo que Estrella debía tomar la siesta, la cual la niña suplico para que la acompañara, pues era tanta su emoción que le confeso a su padre que tenía miedo de despertar y no encontrarlo de nuevo.

-Aquí voy a estar cuando despiertes Estrella no temas – dijo acariciando sus cabellos dorados.
-no me vas a dejar verdad? – pregunto ella con los ojos aguados.
-No cielo, no voy a hacerlo – dijo el con calma – cierra los ojos Estrella, aquí estaré cuando despiertes.

Se limitó a observarlos de lejos, mientras veía a su hija reír con aquel hombre, recordó que ella no tuvo un solo momento de paz en su vida mientras era pequeña, recordó el instante en que tomó la decisión de alejarse de nuevo de España y también las palabras que había usado para explicarle a Estrella cuál era su lugar en el mundo, le hablo de sus abuelos paternos, le conto de Leonel y de Alba, los dos señores que le habían salvado la vida luego de que Demetrio la dejara tirada en el camino, sola y sin comida, le conto de Esteban, de aquel joven valiente que se había enfrentado a su amigo para protegerla, omitió los detalles desagradables pues no valía la pena sembrar en ella una semilla de odio y resentimiento que ella misma había tardado en arrancar de su corazón, le hablo de Sofia, de la mujer fina y elegante que le había dado la vida, y si mintió sobre su infancia, no quería que su hija pensara que había sido desdichada, le hablo de su tía y de la relación que tenía con Esteban y si bien Estrella no entendía porque sus papas no estaban juntos, entendió que si Luciano le había dado su apellido era para protegerla, le explico lo que significaba ser un bastardo, le dijo que lo había vivió, no le conto sobre la prostituta Sofia Acuña ni toda aquella mentira, en pocas palabras, el saber la verdad de su origen mal que bien le había permitido liberar su alma de tanto dolor y sufrimiento.

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