Capítulo IV

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Alejandra tomó la mala decisión de llegar tarde a su casa, había tenido un día pesado y lo único que deseaba era llegar y encerrarse en su pieza, disfrutar que su padre se encontraba fuera de la ciudad por negocios. Pero cuando sus llaves abrieron la puerta y puso un pie dentro, su cuerpo se congeló tanto que le dolían los huesos; en el salón se veía la figura de su mamá y la sombra corpulenta e imposible de no reconocer de su padre sosteniendo un vaso, probablemente de whisky, adoraba el whisky cuando discutía, seguramente lo hacía hablar con más ingenio que sobrio.

— Miren quien decidió aparecer, la princesita de papá —dijo ronco y fuerte acercándose a su hija.

— Pa...papá, no te esperaba hasta la próxima semana —contestó Alejandra sin una pisca de emoción en su voz.

— ¿Esa es forma de saludar a tu padre? —retó fuerte y duro, si había algo que le cargara a ese hombre, es que no dijeran lo que él quería escuchar.

Los brazos fuertes del hombre se extendieron esperando un cariñoso abrazo de su hija, pero Alejandra estaba inmóvil, imposibilitada de reaccionar como debía. Sabía lo que venía ahora, sabía que no debía hacerlo enojar. Cuando recuperó el aliento, estuvo a punto de hacer lo que debería, pero demasiado tarde.

— ¿No te alegras de verme? —más fuerte y molesto.

— Si...si papá, sí —no supo si fue el miedo, pero su voz salió en un hilo que no ayudó a recuperar la serenidad que minutos atrás se encontraba presente en ella.

El señor Campbell ya estaba enojado y con un par de copas en el cuerpo, le hicieron levantar su mano y dirigirlo justo a la mejilla de su hija que sólo fue capaz de aferrarse el rostro. Desde hace un par de años, los golpes fueron en aumento, ya no existían motivos o más bien era él quien los creaba y diseñaba de tal modo que cualquier cosa que el padre de familia considerara incorrecta, se enmendara ejecutando su castigo como le placía.

La señora Campbell por otro lado, era una mujer presa de la cobardía que creía que si no miraba no pasaba. Desde que había descubierto que los golpes habían cesado en su piel ya que su marido ahora descargaba su irá en alguien más, alguien que era su hija, decidió no interferir, prefirió salvar su pellejo y entregarle la presa más fácil a la bestia en que se había convertido su esposo.

°°°

Medianoche

Ale estaba revisando su Instagram, pero sin prestar atención a lo que veía, tenía la mente en lo que había sucedido. Las lágrimas caían por sus mejillas, odiaba cada día más a sus padres; a él por golpearla y a su mamá por no ser capaz de defenderla, sin importarle que tiempo atrás fuera ella quien intentaba evitar que los golpes fueran a su madre.

Salió de la red social y se fue a los contactos, necesitaba hablar con la única persona que sabía todo lo que pasaba cuando las puertas de la enorme casa se cerraban. Vanessa.

Primer tono...nadie contestó, segundo tono...tampoco...tercer tono...

— ¿¡Hola!? —se escuchó de la otra línea y detrás de la voz una fuerte música y gritos de más personas.

— ¿V?, ¿dónde estás?

— ¿Alejandra Campbell?, ¡que sorpresa!, ¿por qué no te vienes?, hay unos chicos...

La risa de Vanessa y la voz enredada que tenía, le hicieron comprender que (para variar) su amiga estaba borracha. No sería un buen oído.

— Vanessa, mañana hay clases...deberías llamar a Vic para que vaya a buscarte.

— ¡Ay! Que aguafiestas, te pareces a mi hermana —pegó un pequeño grito y una voz masculina y ronca se escuchó muy cerca, Alejandra estaba segura que no era del Soda.

— Ese no es Soda...

— No te hagas la santa conmigo Campbell, eres igual de zorra.

— Estás borracha.

Y cortó, lo último que necesitaba era escuchar a Vanessa hablando demás y cagándose a su novio, y más encima, alardeando de eso. Al parecer no se podía contar con nadie, ni siquiera con sus amigos, estaba sola, se sentía sola.

Unos pasos de tacón se fueron acercando a su puerta e inmediatamente apagó la luz y se tapó hasta las orejas, no quería hablar, y mucho menos con la mediocre de su mamá, le conocía el discurso de memoria, "no lo provoques", "tú lo haces enojar", "entiéndelo, está cansado".

La mujer abrió delicadamente la puerta y se acercó hasta la cama de su hija, odiaba con toda su alma ver como su marido la golpeaba, pero tenía miedo, tanto que poco a poco se volvió en una mujer obediente y egoísta. Se acomodó en un hueco de la cama y alargó su mano al cabello de la pelirroja.

— Lo siento mi amor...lo siento tanto.- corrió un mechón de pelo y lo colocó detrás de su oreja con cuidado—. Ojalá puedas perdonarme por no ser capaz de cuidarte.

Depositó un pequeño beso en su frente y se marchó, tan cabizbaja como llegó.

Por la mente de Alejandra sólo cruzaba una idea "no te perdono".

SilenciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora