6: Quédate.

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Tomé mis cosas y cerré el lugar con llave mientras tiraba mi patineta al suelo, ella rodó un par de veces y luego salté con suma precisión para no tambalear y caer.

Hacía bastante frío como para ser el comienzo de primavera y tuve que colocarme la campera para calentarme.

La ciudad estaba tranquila y callada, y no faltaba razón ya que se acercaban las 12 de la noche. Me gustaba recorrerla de día, pero de noche era otra cosa totalmente diferente y llamativa. Las luces brillando, nadie en la carretera molestando y cuando ponía mis auriculares en mis oídos todo cobraba vida.

Además de que podía imaginar a Storm en cualquier parada de autobús que quisiera. Con su camisa a cuadros y sus pantalones estrechos, sus rulos bellísimos y esos ojos devoradores.

Sentía que había vuelto a la secundaria, con ese zoológico revolviendo mi estómago y mirando al techo cada noche por la falta de sueño.

Quería averiguarlo todo acerca de ella, de entender el por qué de su carácter tan fuerte y su mirada ruda. Tenía que saber por qué me odiaba tanto y por qué Frenchie se negaba a contarme siquiera un detalle de ella.

Mi celular comenzó a sonar en mi bolsillo y lo saqué de allí mientras me inclinaba hacia la derecha en dirección a la calle Jenkins, ella me llevaría directo al departamento.

—¿Diga?—contesté por el altavoz y extrañado de que alguien llamara tan tarde.

—Oh, eres tú... ¡Eres tú!—gritaba alguien sin poder creérselo.

—¿Quién es?

—No reconoces la dulce voz de...

De repente una bicicleta se cruzó delante de mí y tuve emplear todas mis fuerzas para desviar mi patineta hacia la izquierda, pero no funcionó y caí sobre ella y sobre su dueña.

Mi teléfono quedó seguramente hecho pedazos.

Me paré enseguida y miré a mis alrededores para ver si había alguien observando que pudiera ayudarnos, pero ero era muy tarde.

—Oh, dios... ¿estás bien?—ella, quién había quedado completamente debajo de la bicicleta, no se movía y casi caigo de rodillas al reconocer los rulos—¿Storm? ¿Qué demonios haces aquí?

Ella no contestó y al dar vuelta su cuerpo noté que no había un gran tajo no muy profundo en su frente.

—Oh, no... —le tomé el pulso y este se encontraba muy débil como para permitirle siquiera ponerse de pie.

La cargué en mis brazos olvidando que su bicicleta estaba allí, abollada y rota. Rodé con ella en dirección al hospital, el más cercano de los dos en la ciudad, pero ella despertó y comenzó a quejarse.

—Mi cabeza... duele mucho, has algo.

—Tranquila, voy llevarte al hospital. —le dije sosteniéndola más fuerte.

—¡No! No allí, a tu casa, a tu casa.

No podía llevarla allí. ¿Quién iba a curarla en mi departamento? Su herida cada segundo expulsaba más sangre de la cuál no podía hacer que se detenga.

—Es grave, no puedo llevarte a mi departamento.

Ella escondió la cabeza entre mi cuello y el comienzo de mi brazo. Estaba aturdida y cada vez presionaba más mi hombro para que me apurara.

—Storm...

—A tu casa.

Y perdió el conocimiento.

***

Por suerte, la recepcionista no estaba allí presente y pude ingresar sin ninguna molestia. Tiré la patineta en una planta en donde estaba seguro de que nadie la encontraría y cargué nuevamente a la chica en mis brazos mientras que de sus labios no salía ningún suspiro.

—¡Denovick!—gritó mi amigo cuando me vio ingresar con Storm en estado crítico.

Su voz sonaba preocupada, pero cuando vio mi expresión entendió que yo no había hecho nada voluntariamente. Corrí con ella hacia mi habitación y la apoyé en mi cama mientras le tomaba nuevamente el pulso el cuál estaba en serias condiciones. Me sentía fatal, tendría que haber mirado antes de cruzar, incluso aunque fueran las 12 de la noche en una calle desierta.

León trajo un par de paños húmedos y gasas bañadas en alcohol para desinfectar la herida. Observó cada acción que decidía llevar a cabo y desafortunadamente notó la desesperación en mis ojos. Mis manos temblaban y estaba sudando, ¿qué pasaría si no despertaba? ¿Qué le diría a Frenchie?

¡Tendría que haberla llevado a un maldito hospital!

Pasé los paños delicadamente por su frente y luego coloqué la gasa rozándola con la punta de mis dedos. Ella no se movió, no se quejó ni por el ardor del alcohol. Algo malo sucedía.

León la examinó de todos los ángulos posibles y me dijo que llamaría a un doctor que mo tardó en llegar para tratar sus heridas las cuales mencionó que eran superficiales. Tenía pulso, tenía buena temperatura, su corazón seguía latiendo, iba a ponerse bien.

—Ve a dormir, mañana tienes que ir a la universidad.—me dijo alentándome luego de que le conté la rapidez con la que había pasado todo.

—¿Y qué haré con ella?

—Yo estaré aquí, no trabajaré y la cuidaré.—razonó—Tienes que cubrir su trabajo mañana, si llega a decirle a alguien que fue por ti que terminó en este estado y nos hacen un juicio, no podremos ni pagarlo con el departamento.

Realmente teníamos un gran problema económico y se suponía que era abogado, tendría que poder arreglar eso.

—Bien, pero déjame unos minutos por si despierta y luego iré a dormir.

León se fue despreocupado, pero lo cierto fue que no me despegué de ella en toda la noche.

Buscando a StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora