MARÍA ISABEL

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El tiempo pasaba tan velozmente para Matilde Estefanía, que el destello de un rayo era más lento que la apreciación de su propio tiempo. Tenía ya 32 años y su hija bordeando los 14. Cuando la pequeña cumplió los cinco, sus padres contrajeron matrimonio por la iglesia en una ceremonia simple, corta y con muy pocos invitados. Luego continuaron viajando en barco a países cercanos y regresando, de vez en cuando, a ver a su hija que seguía creciendo bajo la total tutela de su tía abuela, Lucía. La chica comenzó a ir a los mejores colegios de Gijón. Aprendió hablar francés e italiano. Era muy parecida a su madre, preciosa, tez blanca, enmarcada en un cabello claro liso, largo y muy sedoso. Alta como su padre y demostraba tener más edad de lo real. Su personalidad era extremadamente fuerte, y pocas veces hablaba de sus padres. Tenía ciertos sentimientos encontrados. Se sentía abandonada. Y, con el tiempo, la diferencia de opiniones de tipo generacional, la hicieron enemistarse con su tía abuela, injustamente. Lucía le había entregado por completo (siempre) su atención y desvelo. María Isabel comenzó a comportarse sin respeto y de manera extraña. Se arrancaba de la casa y volvía tarde sin dar explicaciones, y si se las pedían... respondía de manera insolente y se encerraba. Además, comenzó a bajar sus calificaciones en el colegio, notoriamente. Su tía abuela ya se estaba cansando con el comportamiento de María Isabel.

Cuando Lucía les planteó la situación a sus padres, en una de sus "visitas" a casa, la chica lo negó, y acusó a su tía abuela de mentirosa y que no la dejaba salir con sus amigas ni ir al puerto a mirar los barcos. Ellos, lejos de reprender a su hija, le pidieron a Lucía que fuera más permisiva y que no la reprimiera tanto. Que no fuera tan anticuada. Y, que la niña necesitaba más cariño y que esto y que esto otro... Pero los padre, al parecer, solo se preocupaban de viajar y que los trataran con distinción. Aparecer en la prensa y ser muy solicitados.  Incluso, Pepe, había dejado el negocio de importación de artículos y accesorios náuticos bajo administración de empleados de su confianza, y eso marchaba bien.

Lo que no marchó bien, fue la situación de la chica, que en su rebeldía y su afán de creerse adulta antes de tiempo, a los quince años quedó embarazada de un muchacho que trabajaba en el puerto, de apellido Santander.

A los dieciséis fue madre, y el año 1934 nace Leopoldo Santander Albanés, quien también queda al cuidado de la tía abuela (ya de 56 años), porque la chica no sabía qué hacer con el bebé, ni cómo alimentarlo adecuadamente, y mucho menos qué hacer cuando no paraba de llorar.

Por su parte, Matilde seguía entregando vaticinios que, ahora sí, se acercaban al futuro inmediato:

"Noviembre de 1934; ya no es posible parar el desorden político; las armas y la sangre se verán por todo España. La guerra política está por desatarse; lo veo con la más absoluta claridad"

"Se vienen tiempos muy difíciles; sumamente difíciles para España. Y, lo que es peor, veo que en Alemania se está tramando algo muy peligroso. Veo un juego político en el cual destaca un hombre muy joven liderando masas multitudinarias. Parecen fanáticos. Esto se ve muy mal. Creo que nuevamente Europa y el mundo verán tanta destrucción que... prefiero no decir más hasta tener mayor claridad"

Sus vaticinios eran, una vez más, sumamente alarmantes. Sin duda que lo eran; sin embargo su clarividencia no le anticipaba a Matilde lo que podría ocurrirle a ella o en su entorno cercano.

A fines del año 1935, estando Matilde y su marido en Gijón, recibieron en su casa la visita de dos conocidos líderes políticos procedentes de Madrid. Ellos querían saber "algunas cosas de vital importancia" para planificar ciertas estrategias, obviamente políticas, para el futuro inmediato. No venían solos; era toda una comitiva con ocho guardaespaldas fuertemente armados, quienes se quedaron fuera mientras se desarrollaba la consultoría. Era relativamente temprano; faltaba aún para las diez de la mañana; no hacía frío, era un día soleado aunque una suave brisa soplaba desde el mar arrastrando sutiles olores salinos. De pronto, y desde dos automóviles que frenaron aparatosamente, levantando tierra, comenzó una balacera dirigida a los guardaespaldas que, parapetándose en sus propios vehículos, respondieron con una andanada de balazos. El fuego era intenso y el ruido estruendoso y letal. La razón del sorpresivo ataque era, sin duda, eliminar a esos dos líderes políticos que estaban dentro. Las balas rompieron los ventanales de la casa y entraban por todos lados silbando y buscando un punto de impacto. Afuera, ya había muertos y heridos en ambos grupos rivales y la balacera continuaba feroz. Adentro, todos tendidos en el suelo, y el llanto de un bebé acompañaba el sonido de las armas de fuego. Al poco rato frenó otro vehículo con cinco hombres más que venían en apoyo de los atacantes. Se incrementó el cruce de balazos y no paró hasta que los ocho guardaespaldas estaban fuera de combate, cinco muertos y tres gravemente heridos. Por parte de los atacantes, se desconocen las bajas, aunque con dificultad subieron a los autos a cuatro cuerpos ya sin vida, antes de huir del lugar. Hubo un corto silencio y luego... el caos se desató dentro de la casa atacada. El resultado era trágico: los dos líderes políticos yacían acribillados, sin vida, hechos un ovillo en el suelo. La balacera entrante había causado muchos destrozos. Sobre el bebé, en una última y desesperada actitud protectora, estaba Lucía, la tía abuela, muerta. Cerca de una de las ventanas y aún empuñando un fusil, estaba Pepe Albanés agónico, tratando de decir algo, antes de exhalar un último suspiro. Bajo una mesa, y aún temblando de pánico, estaban Matilde y María Isabel que sobrevivieron, al igual que el bebé, a ese infierno desatado únicamente por razones políticas.

Con el ataque, la casa quedó literalmente convertida en un colador. Tantos orificios de bala; tantos destrozos que, Matilde, su hija y su nieto Leopoldo,  fueron trasladados a otra casa mucho más pequeña. Su marido y su tía abuela fueron sepultados en Gijón.

Y la violencia no paró. Efectivamente, al año siguiente, comenzó la tristemente famosa Guerra Civil Española, que duró hasta 1939. Y, ese mismo año, con la invasión de la Alemania nazi a Polonia, se desencadenó la segunda Gran Guerra, conocida posteriormente como la Segunda Guerra Mundial. Y el joven líder alemán, a quien se había referido Matilde, mucho tiempo atrás, resultó ser ni más ni menos que Adolf Hitler, que era el ente motivante de las multitudinarias juventudes hitlerianas, extremadamente nacionalistas y dispuestas a cualquier acto con tal de imponer su ideología ultra derechista, nazi.

Con el pequeño Leopoldo, de casi cuatro años (1938), debió quedarse Matilde una noche en espera que regresara su hija (20) cuando en las calles había estricta prohibición de circular. Al día siguiente no llegó; ni al subsiguiente. Después se supo que se había marchado con el muchacho, padre del pequeño, a integrar unas juventudes armadas oficialistas para luchar por lo que ellos consideraban una causa política justa. Lamentablemente, nunca más se supo de ellos. María Isabel Albanés Jaraquemada  fue dada por desaparecida, al igual su pareja, José Santander Villanueva, de tan solo diecinueve años de edad.

Matilde estaba devastada. Completamente deshecha. Impotente y con la rabia marcada en su frente por no tener la capacidad de anticiparse a sus propias desgracias, y ser tan certeras en lo general. No entendía por qué su cerebro funcionaba así.  Quiso parar un tiempo con esto de los vaticinios y sus clarividencias. Trataría de escribir en su Diario lo que se le viniese a la cabeza; contar sus experiencias, sin hablar de vaticinios.  Y empezó a teclear en su máquina dactilográfica, en el momento preciso en que el bebé, Leopoldo, se ponía a llorar estridentemente. Se levantó y, meciéndolo en sus brazos acunados, lo hizo dormir.

DIARIO DE UNA CLARIVIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora