Capítulo I

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El olor del pan recién horneado sube desde la cocina hasta mi habitación por la mañana. Puedo sentir la frescura de este aroma y su inminente combinación con el fuerte pero cálido y reconfortante olor a té. El olor del pan horneado solo significa una cosa; hoy es día de ministerio.

Aún puedo alegrarme cuando llega este día, pero en unos dos años yo misma estaré sentada en las blancas sillas del ministerio escuchando al soldado en jefe y su aburrido y a veces deprimente discurso sobre los muchos problemas de nuestra supuesta "sociedad" actual. Pero por fortuna, por ahora, cada primer miércoles del mes es un día libre de pan caliente para mí.

Generalmente, uso estos valiosos días libres para ir al pueblo a ver los barcos salir y entrar en el puerto de Volnerville. A veces, voy al jardín de la casa, subo a un árbol, y "gasto" (según mi madre), todo mi día leyendo uno de los casi mil libros de la biblioteca. El resto de los días de la semana (excepto, claro, el domingo), debo ir al instituto de mujeres como cualquier otra chica de mi edad. Dentro de dos años empezaré mis prácticas como supervisora en el ministerio.

Así como las chicas subimos de nivel de educación y ascendemos a supervisión a los 19, los chicos también lo hacen para luego poder convertirse en soldados en jefe de cada una de las provincias que forman nuestro reino.

Pero llegar a los 19 no solo significa crecer de forma educativa en la sociedad; llegar a los 19 significa también tener que casarse. Y eso es lo que realmente me preocupa de mi futuro. No soy del tipo de chicas a las que los hombres buscan, no soy "bonita" (según mi opinión), no resalto en cuanto a mi personalidad, no creo ser buena líder, no tengo calificaciones sobresalientes, ni tampoco provengo de una familia muy rica. Me sentiría mejor viviendo sola, pero evidentemente esa no es una opción en una sociedad como en la que vivo, donde cada mujer se casa con un duque o un príncipe o un soldado o por lo menos con un hombre de familia adinerada. Todas encuentran su lugar en el mundo, su amor verdadero, o más bien, un hombre que le convenga a sus familias; con sus matrimonios todas encuentran una meta que perseguir, una razón para sus vidas, pero yo no, nunca lograría hacer eso; siempre he sentido que mi meta es algo más.

- ¡Lena, el desayuno está listo! ¡Baja ya! - grita mi madre con un tono gentil, pero en el fondo algo gruñón. - ¡Voy en un momento madre! - grito.

Bajo de mi cama de un salto y corro al baño, me ducho cual rayo, y decido dejar mi cabello suelto debido a la prisa que tengo. Al salir elijo mi vestido preferido para un día como este, un vestido de mangas largas hasta los codos y falda hasta los tobillos color verde pálido, me coloco mis botas y corro por las escaleras, por el pasillo, hasta llegar al comedor donde mi madre espera sentada en una punta de la mesa y Carlie (una de nuestras "sirvientas") le ofrece un panecillo, mientras Lock (nuestro hermoso perro ovejero) intenta robar el resto de los panecillos que esperan para mí en la mesa.

- ¡Muy buenos días madre! - digo con un entusiasmo que, siendo sincera, no sé cómo emerge de mí.

- Buenos días Lena - responde mi madre, pero antes de que termine la oración yo la interrumpo, como si aún tuviera prisa para bajar al desayuno, diciendo: - Buenos días Carlie - y ella responde de forma cordial y muy formal - Buenos días señorita.-

Tomo asiento alejando a Lock de la mesa y dándole un pequeño trozo de uno de los panecillos. Tomo mi cuchara, ignorando la cara de decepción por mis "inadecuados" modales de mi madre, y me llevo un poco de caldo a la boca.

- ¿Qué harás hoy Lena? - dice mi madre sin quitar los ojos de su plato. Mi mano queda helada. Nunca me pregunta sobre mis planes en un miércoles de ministerio. Empiezo a preocuparme sobre cuales sean sus intenciones al hacerme esta inesperada pregunta.

EdenWhere stories live. Discover now