Siempre que tenía la oportunidad, la chica contemplaba la isla a través de los enormes ventanales de la sala. Desde la cima del cerro en el que vivía, se preguntaba inquieta qué habría en ella.
—¿Los botes van a esa isla? —le preguntó un día a su padre, estando ambos en la sala.
—No —respondió él con indiferencia, y alzó más el celular para que lo ocultara de la curiosidad de su hija.
—¿Por qué? —cuestionó ella.
—Por alguna razón las aguas que rodean la isla siempre se hallan agitadas como las de una tormenta, por lo que ningún bote tiene permitido ir.
—Hmm...
En silencio, el padre siguió jugando con su celular y la chica siguió observando la isla.
—Será mejor que dejes de ver tanto esa isla —aconsejó repentinamente el padre, pero más que a un consejo sonó a una orden.
—¿Por qué?
—Si sigues así se te va a hacer vicio. Los vicios no son buenos —aseguró, haciendo caso omiso del vicio que traía en la mano.
—Hmm...
Pasó una semana y la chica no siguió el consejo de su padre, lo que lo llevó a consultarlo con la madre.
—Tu hija ve demasiado la isla, querida...
—Lo sé, lo he notado —aseguró ella, frustrada—. Tenías que mandar a hacer esos ventanales...
—Es que el paisaje...
—Sí, sí, muy hermoso se ha de ver el paisaje. Ya quiero ver que digas eso después de que tu hija...
—No le va a pasar nada a tu hija.
—Oh, claro que no, al igual que no le pasó nada a aquellos desafortunados...
—Por eso lo estoy hablando contigo. He decidido deshacerme de los ventanales y construir paredes.
—Eso no funcionará; aquellos que han caído bajo el hechizo de la isla intentarán verla desde cualquier sitio. Simplemente bastará con que salga de la casa para que la vea.
—¿Y si la encerramos...?
—No tiene caso, los que no pueden ver la isla se vuelven locos; no estoy para lidiar con una loca.
—Entonces, ¿la dejaremos así...?
—Pues sí, ¿o estás para lidiar con una hija loca?
—No... —el padre frunció el entrecejo—. Y pensar que así habría de terminar... Señor, ¿por qué nuestra hija? Creí que este mal ya había acabado....
—Quizá porque nunca quiso usar ese aparato que el gobierno nos regaló a todos con el fin de que no le prestáramos atención a la isla.
Ambos miraron sus celulares como si fueran sus salvadores.
—Sí... Quizá...
Las veces que la chica observaba la isla incrementaron tanto que terminó por renunciar a toda clase de actividades sólo para verla. Incluso empezó a soñar con ella. No comprendía lo que le sucedía, pero poco le importaba; aquella tranquilidad que sentía al verla era lo mejor que le había pasado en la vida. Después de un mes, sus padres la dieron por perdida y decidieron que lo mejor sería dejarla en paz hasta que su día llegara.
Una tarde, sola en la casa, sentada en el mismo sofá en el que le había preguntado a su padre si los botes iban a la isla, la chica comenzó a marearse y a cerrar los ojos. No quería cerrarlos puesto que esto impediría que vislumbrara la isla, sin embargo, al percatarse de que cuando los cerraba la figura de la isla, en lugar de desvanecerse, se volvía más nítida y colorida, los cerró de golpe. Se encontró entonces rodeada de vegetación, pájaros y extraños cuerpos traslúcidos que tenían forma humana y parecían saludarla. Sorprendida, pero experimentando a la vez un gozo y una familiaridad inexplicables, la chica levantó una mano para devolver el saludo y, con ello, darse cuenta de que también su cuerpo era traslúcido.
Al llegar a la casa, los padres encontraron el cuerpo inerte de su hija, sin tener la menor idea de que su alma residía ahora en la isla.
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Cuentos Espirituales
EspiritualCuentos relacionados con el amor verdadero, el despertar espiritual, la consciencia y las virtudes.