Me esperó en el 7-Eleven tal y como se lo pedí. Ya me había hecho a la idea de que algo así sucedería; después de todo fui yo la que le insistió en que me visitara aunque no se supiera el camino, la que lo persuadió y enganchó al comentarle sobre la librería-biblioteca con jazz y café gratis del centro.
Lo sorprendí apareciendo por detrás, leyendo en voz alta lo que acababa de escribir en su mini libreta universitaria.
—¡Hey, no leas eso! —gritó a la vez que me abrazaba con fuerza para que dejara de leer.
Yo sólo me reí y le correspondí el abrazo.
—De acuerdo, de acuerdo. Vayamos a la librería.
Él me soltó y muy alegre acarició mi cabello.
—Espero que sea tan fantástica como dices.
—¡Claro que lo es! —aseguré entusiasmada.
No pude evitar emitir una que otra risita en todo el trayecto. Él sólo me vio raro y afirmó una y otra vez que era una chica muy extraña, como si eso le encantara. Sin embargo, una vez situados enfrente del Praga, en el centro, le dije la verdad: que lo de la librería había sido un invento.
—Ah, mira. Pero qué niña tan traviesa —contestó decepcionado—. Ahora entiendo un poco cómo te sentiste cuando te dije que Dan y Mad no existían.
—De hecho tus amigos imaginarios se la pasan en mi librería imaginaria —le dije, burlona.
—No lo dudo —se rió por mis ocurrencias—. Pero vaya, sí que me había emocionado con lo de la librería...
—¡Yo también me emocioné cuando me contaste sobre Dan y Mad! —aún molesta por aquello, le saqué la lengua—. Quería que me visitaras, y sabía que sólo lo harías si te contaba sobre una maravillosa librería...
—Ya te dije que lo de Dan y Mad es una técnica que me ayuda a incrementar la creatividad para cuando vaya a escribir. Y quiero que sepas que hubiese venido aunque no hubieses mencionado la librería.
Sus palabras hicieron que me aliviara y ruborizara. Lo abracé juguetonamente y lo empujé por la espalda para que camináramos hacia una hamburguesería nueva que sí existía. Él me observó con ternura.
—No puedo creer que ésta sea apenas la cuarta vez que nos vemos...—murmuré.
—Ni yo —observó el cielo comprobando su autenticidad—. Es como si también fuéramos imaginarios.
"Como si también fuéramos imaginarios..."
Después de caminar un buen rato, me agaché para amarrarme las agujetas. Por mientras, él echó un vistazo a los alrededores.
—Vaya ciudad, repleta de colores —aseguró satisfecho.
Sonreí porque lo mismo había pensado yo cuando visité por primera vez el centro.
—Aaah— lo escuché decir con un tono más alto de lo normal.
—¿Aaah?—una vez de pie, dirigí mi atención hacia donde apuntaban sus pupilas—. Wooow.
Unos pasos adelante de nosotros, a la derecha, un letrero que decía "libros, jazz y café gratis" se distinguía en el interior inmediato de un callejón.
—¡Wooow! —me emocioné tanto que le estrujé el brazo—. ¡Existe!
Él me miró suspicaz.
—¿Y dices que lo inventaste?
—¡Te juro que lo inventé! ¿Quién daría café gratis?
Hizo una mueca y asintió en señal de estar de acuerdo con eso. Lo tomé de la mano y avanzamos rápidamente hacia el interior del callejón. A la mitad nos topamos con una puerta color violeta que tenía un letrero igual al que habíamos visto desde afuera. La abrí sin pensarlo dos veces y enseguida nos encontramos rodeados de libros, jazz y olor a café. La atmósfera era igual a la de un sueño.
—Wow— repetí.
—Sí. Wow.
El encargado, canoso y sonriente, se acercó a nosotros para darnos la bienvenida. Cuando terminó de explicarnos la ubicación de los libros, le pregunté, inquieta:
—¿Tiene mucho este lugar?
A lo que, con tono resuelto, respondió:
—No lo sé.
Mi acompañante me miró perplejo. Yo sólo reí nerviosamente y le di las gracias al señor, quien, antes de retirarse, nos sonrió como quien oculta una maravillosa noticia.
—¿Quieres que nos quedemos aquí? —susurró en mi oreja el desconfiado chico.
—Uhm... Sí, ¿tú no?
Me tomó de los hombros e hizo que diera media vuelta para que quedáramos de espaldas al encargado.
—Esto es muy raro. Dime la verdad, ¿inventaste o no este lugar?
Como si de repente una parte de mí se hiciera consciente de lo imposible de la situación, empecé a temblar.
—Lo inventé... Estoy segura de que lo inventé. No entiendo por qué existe...
Él me rodeó con su brazo y respiró hondo.
—Bueno, sea lo que sea, no dejemos que cunda el pánico.
Probablemente lo único que hizo que no nos alteráramos de más fue el hecho de que nos teníamos el uno al otro, quién sabe. Lo que sí es que permanecimos en el lugar como si se tratara de una librería cualquiera. Con la taza de café gratis entre las manos, él elogió unos libros y despreció unos autores. Yo procuré concentrarme en lo que decía y hasta tomé nota mental de varias de sus sugerencias, pero eso no evitó que la sensación de incertidumbre perdurara en mí.
Ambos saltamos al percibir el rechinar de la puerta y volteamos a ver en su dirección. Un chico alto, delgado, rapado y lleno de cicatrices había entrado a la librería seguido de una chica pequeña, risueña, esbelta y pelirroja.
Al vernos nos sonrieron como si hubiésemos sido sus amigos de toda la vida.
—Vaya, vaya. Con que en una cita, ¿eh?
Miré a mi estupefacto acompañante con una mezcla de miedo y felicidad totales. Innegablemente eran Dan y Mad.
—Creo que nos hemos vuelto imaginarios...