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Luisa está acostada en el piso de su cuarto, viendo el techo. Se pregunta por qué rayos, si ya está de vacaciones y ya ha resuelto lo que debía resolver, la maldita ansiedad le sigue tensando los músculos de la cara y el cuello. "Si tan sólo dejara de existir", piensa, agotada. Cierra los ojos y está punto de quedarse dormida, cuando escucha que alguien toca la puerta de su departamento. "¡Emily, Emily!", grita un hombre. "¿Emily? Aquí no vive ninguna Emily..." Luisa no tiene ganas de ver a nadie, así que espera a que el hombre se vaya, pero éste no se va. "¡Emily, tenemos que hablar! ¡Vamos, te traje algo!". Luisa frunce el entrecejo, "¿cómo es que no se va? No es posible que esté haciendo tanto ruido, y para colmo en un departamento equivocado", pero aun así, no se levanta. El chico sigue gritando el nombre de Emily como si no lo hubiese estado haciendo ya durante 5 minutos. Luisa está harta, se dirige a la puerta y, sin abrirla, grita: "¡Aquí no vive ninguna Emily!". El chico guarda silencio por unos segundos, luego se ríe y dice: "¿De qué hablas, Emily? Si hasta te delatas con tu voz. Vamos, ábreme, tengo que darte algo". Luisa mira hacia la puerta, completamente confundida. "¿Y a este qué le pasa?". Como no responde, el chico vuelve a gritar "¡Emily, Emily!" sin parar. "¿Y si sí soy Emily...?" se pregunta Luisa, "¿Cómo me... llamaba...?" "...De cualquier forma, a nadie le gusta la persona que soy..." "Ni siquiera a mí..." "Y Emily es un nombre bonito..." "Yo... preferiría ser Emily". Lo poco que queda de Luisa abre la puerta. Sonriente, el chico la mira fijamente a los ojos, "Por fin te dejas ver, Emily". En trance, la chica responde, "Sí... ¿Qué me has traído?". "Te lo he dado cuando has abierto la puerta", dice resueltamente el chico. Emily se ríe y lo toma del brazo, "Tienes razón, tienes razón". Entre risas, ambos entran al departamento. Luisa ya no vive ahí.

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