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Sus brazos se estiran y contraen mientras gira sobre su propio eje.

Las piernas le duelen, el sudor hace que su cabello se le pegue en la frente, pero no quiere detenerse. Sabe que aún le falta mucho para alcanzar lo que quiere, aun cuando es un mérito que nadie conocerá y que sólo lo enorgullece a él.

"Deja esas mamadas, hijo. Bailar es de putos"

Fueron las palabras que lo marcaron en la infancia y siguen marcando su mente, quemando con fuerza cada idea que surge sobre el dedicarse al baile. El rostro de su padre siempre firme y lleno de ira, los ojos llenos de decepción de su madre y las llamas que están en medio de ellos que queman parte de su equipo de ballet y los folletos que fue adquiriendo durante cada temporada de reclutamiento es el recuerdo más doloroso que tiene, pero también es el pilar más fuerte que lo sigue moviendo durante sus entrenamientos.

Da un salto, estirando ambas piernas, pero aterriza mal, lo que lo hace caer. Sin embargo, no tarda en el volver a levantarse y continuar, no quiere que la música acabe sin que él haya terminado de interpretar su rutina de hace años.

Intenta acallar las voces en su cabeza acercándose más a las bocinas, pero estas siguen, ahora con más fuerza tras esa caída.

¡Deberías hacer cosas de machito, no estas joterías!

Tu cuerpo es muy tosco para bailar, lo siento.

Ese pelo tan largo no es de niños, ¡Mujer, córtale ese pinche pelo!

Siempre supo que nunca podría ser el orgullo de sus padres, ya que no era un hombre con gustos "normales". Pero aun así luchaba para poder agradarles, no ser una decepción.

No ser más una burla para ellos. Ese pensamiento lo hizo crear una vida de la cual nunca está satisfecho, tiene amigos que no saben nada de él, asiste a una escuela en dónde no encaja, entrena en un equipo en dónde, a pesar de ser bueno, no disfruta ninguna de sus victorias. Ese cumulo de cosas siempre hacen sonreír a su papá, algo que siempre buscó. Pero él vive infeliz, viviendo una vida que no es suya, una vida que nunca quiso, pero es la que decidió vivir para poder agradar a sus padres.

Es por eso que viene cada noche a ese estudio, a bailar, a reproducir una y otra vez esa canción que lo motiva a seguir viviendo, que lo hace sentir vivo por lo menos la hora que dura entrenando. Baila y deja de lado a sus demonios. Baila y trata de respirar un aire que lo siente propio. Baila y deja fluir todas esas emociones que siempre reprime. Baila y deja que su cuerpo se sienta cómodo con aquellos pasos, aquellos giros, aquellos saltos, con aquel andar en puntas. Ese es su mundo, es su verdadero yo.

Y cuando la nota final se escucha, da el último giro y cae rendido al suelo. Su frente perlada por el sudor y sus ojos derraman lágrimas, porque sabe que aquella nota marca el final de su vida, el final de aquello que tanto ama. No se quiere ir, pero sabe que tiene que volver a esa realidad que tanto odia.

Se recuesta sobre el frío suelo y deja correr aquellas lágrimas unos momentos más, prolongando la despedida de ese día, porque odia volver a su falsa vida y quiere disfrutar un momento más a su verdadero yo: el joven que ama el ballet y que cada día se esfuerza por ser mejor.

Baila ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora