Ella, el ser más perfecto que pude ver jamás. Nunca quise verlo, la ignoraba, la trataba como una más. Como tantas que me llevé a la cama. Pero el tiempo hizo borrar esa imagen, me abrió los ojos y despejó la niebla. Llevaba años construyendo está coraza, ese muro que rodea mi corazón para que nadie fuera capaz de traspasarlo y arrebatarmelo para luego devolverlo destrozado, apuñalado...
Y sin esperarlo, pude ver más que sus ojos, que sus labios, que su cuerpo.
Era perfecta, tenía una sonrisa cálida, capaz de acelerar mi corazón sin explicación alguna, con una voz tan dulce... Que hacía calmar por más que estuvieras en una mala situación.
Esa simpatía y bondad que hacía debilitar esa capa protectora que costó tanto construir.
Siempre intenté acariciarla, sentir su piel era lo mejor que podía pasarme.
Creí que no volvería a pasar, pero volvió a pasar. Puede que distinto, que sea aún más fuerte.
Cambié, sin darme cuenta cambié.
No podía hacer daño a nadie, y toda confianza que tenía en mi mismo la deposité en ella.
Era lo que más me importaba, la cuidaba e intentaba protegerla. Pero claro, ya estaba él para ocupar ese puesto.
Solo me quedaba mirar, nadie puede imaginar cómo me arde la piel cuando los veo besarse. Cómo él es dueño de su piel y su amor le corresponde.
Me duele más que nada. Mi muro se desvanece y poco a poco está revelando ese corazón dañado. No puedo permitir eso.
Ella nunca me querrá, no puedo seguir aquí para que me destrocen de nuevo lo que tanto protegí durante años.
Decidí volver a reconstruir cada pedazo de coraza que comenzó a romper. Y mis palabras frías volvieron a mis labios, mi mirada de superioridad volvieron a mis ojos. Aún así, no podía evitar dejar de sentir. Pero está bien así. Que me odie. Que odie cada palabra que pronunció, y cada acto que hago.
Será mucho más fácil para los dos.
