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—¡Goku! —Resonó por todas las paredes de la casa, el imponente grito de la ama de casa Chi-Chi ante la visión de su esposo con ese ridículo y sudoroso atuendo de combate en vez del traje de Santa Claus, que ella minuciosamente compró batiéndose en duelo con otras 7 desesperadas mujeres que no entendían lo importante que era para ella que su marido vistiese eso precisamente hoy y mañana.

Con esa inocencia que lo caracterizaba, el hombre saiyajin la miró sin entender su enfado.

—¿Qué ocurre, Chi-Chi? ¿Tienes esos dolores otra vez? —Preguntó acercándose a tocar su vientre. Ella enrojeció de la cara por el malhumor y la vergüenza y le golpeó la cabeza con su puño.

Obvio, eso a él no le dolió pero a ella sí y eso a Goku no podría importarle menos. Sólo por eso Chi-Chi quiso meterle el pavo que apenas se cocía en el horno en la garganta y dejarlo morir asfixiado. Y eso si él no se lo comía primero.

Pero ante todo era una dama. Con elegancia, sobó su mano con ayuda de la otra mientras trataba de contar hasta cien.

—Goku, esta navidad me prometiste qué harías todo lo que yo te dijera —enfatizó la palabra clave con firmeza—, y lo último que quiero es verte con esos estropajos en estos dos días —luego señaló lo que él llevaba puesto.

No comprendiendo del todo lo que su esposa le trataba de decir, Goku se incorporó para verla sin el ápice de duda que adornaba su cara. Ella arrugó el puente de la nariz con asco por el olor a tierra y sudor que desprendía de él, Chi-Chi no pensaba lavar esos harapos ni aunque bajase el mismísimo Kaio-Sama y se lo pidiese en persona. Esa cosa definitivamente no tenía arreglo.

—¿Qué tiene de malo? Estábamos entrenando, ¿no es así, Gohan? —Goku miró a su primogénito, el cual desvió la mirada avergonzado cuando vio a su madre taladrarlo con los ojos.

Chi-Chi agradecía a todas las deidades que conocía porque su hijo claramente tenía más sentido común que su padre. Ella amaba a Goku, siempre lo amó y por eso juro respetarlo, cuidarlo y adorarlo. Sin embargo jamás sería puesto en duda que normalmente su marido la sacaba de quicio y hoy era uno de esos días en los que la pobre mujer se preguntaba cómo es que aún no le había partido la cabeza a golpes.

Porque lo amaba.

Y porque la cabeza de Goku era más dura que cualquier diamante o metal conocido.

—Goku, por estas fechas trataré de ser paciente contigo —Goku suspiró aliviado—, pero vas a cumplir tu problema. Ahora, vas a quitarte esa cosa, vas a darte una larga ducha hasta que rechines de limpio y vas a ponerte ropa decente, ¿me has oído?

—Sí señora —dijo él mecánicamente poniéndose en firmes. Exagerado, pero a final de cuentas obtuvo lo que quiso, evitar más gritos por parte de su esposa.

—Bien —gruñó cruzándose de brazos, dirigiéndose a su hijo esta vez—. Gohan.

—Sí mamá, yo también me daré un baño y me cambiaré de ropa —el pequeño sabía cómo complacer a su estricta madre, a lo que ella asintió orgullosa.

—¡Vamos, rápido! ¡Rápido, el agua ya está lista!

Padre e hijo corrieron a preparar el agua caliente para poder irse a bañar. Por su parte, Chi-Chi inhaló profundo.

—Nunca podemos tener una navidad tranquila —masculló pensando en el disfraz de Santa Claus, retirándosea la cocina.

𝙽𝚒𝚎𝚟𝚎 𝙽𝚎𝚐𝚛𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora