Semanalmente

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Salgo corriendo sin echar la vista atrás, sé que cada vez soy más invisible, más, más y cada vez más... Llegará el día en que termine por desaparecer.
Salgo corriendo pisándome en largo vestido que llevo, y bajo la lluvia sigo corriendo sin detener las lágrimas que corren por mis mejillas.
Es un agujero que se expande, tan grande que me consume.
Estoy fría. Me toco y a veces —confieso— me siento extraña, tan invisible... indiferente hasta para mis propios ojos.
Cada semana corro más rápido y más pronto, huyendo ando, solo que no sé de qué. Le pido a Dios ayuda, porque no consigo detener este dolor que me persigue hace más de diez meses, y cada vez soy más invisible. Es como si mi lugar hubiese sido ocupado por alguien más y nadie lo notara. Como si estuviera gritando y nadie pudiera oírme. Es este sentimiento contradictorio de querer un abrazo y no saber como pedirlo...
Me muero mientras corro, y mis tacones ya no hacen ruido en el asfalto. El viento ya no mueve mi pelo ni mi abrigo, solo siento lluvia, lluvia en mi piel, lluvia en mis ojos.
Hoy he vuelto a correr, he llegado al portal y me he derrumbado.

Esta desnudezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora