Capítulo IV: La gran capital

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Dayn y Kírdan empezaron a andar hacia Rohirrim.
Al lado de la taberna había un camino de tierra, y empezaron a andar por allí.

Parecía que el camino sería largo.

Al principio, Kírdan iba bastante callado. Era extraño, pues en la taberna había hablado bastante.
A una hora de empezar a ir a Rohirrim, ya se habían alejado de la taberna y ahora los únicos ruidos que había era el de los grillos, los búhos y los cascos de los caballos.

Dayn se fijó en el rostro de Kírdan. Se veía serio, quizás por los hombres muertos. Kírdan, viendo cabizbajo a su caballo, pareció haber leído sus pensamientos.
"Nunca había matado hombres", dijo con una voz como que si tuviera un trauma, "Pero tampoca es muy distinto a matar animales. Los hieres, y caen. Si no es rápido, entonces será lento".

"No sabía que podías esquivar así", le dijo Dayn, con una voz amigable.

"Lo aprendí porque cazaba osos, y no se porqué, pero siempre parecía que los quería matar cuerpo a cuerpo, cuando podía fácilmente matarlos a distancia", respondió Kírdan sonriendo y casi riendo por sus anécdotas.
"¿Matabas osos? Yo también", dijo Dayn, "Aunque en realidad los ahuyentaba con mi honda, pero había ocasiones en las que los animales morían".
Dayn hizo una pausa.
"Una vez maté un oso térro".
Kírdan se volvió, mirando sorprendido.

"Un Kilvan y un oso térro" respondió Kírdan cómo contándolos, "Sólo falta que mates un dragón".
Ambos rieron. Kírdan tenía razón, solo eso faltaba y le podían empezar a hacer canciones de sus proezas. Dayn rió con ese pensamiento.
De repente a Dayn le vino un pensamiento sobre su sueño. En el sueño montaba en un dragón. Si era real, no debía asesinar a ningún dragón. Tendría que idear un plan para hacerlo, ya que todos los dragones fuera de Argarya eran salvajes y atacaban a cualquier humano que vieran. Aunque sus alimentos preferidos eran las ovejas y las cabras e incluso los más grandes a veces comían caballos. Los caballos de las regiones de los Ocho Reinos eran grandes y fuertes, y serían un buen alimento para los dragones.

Dayn y Kírdan siguieron caminando. El silencio volvió durante otro rato. Debían ser como las diez de la noche. Estaba oscuro. Decidieron descansar.
Bajaron de los caballos. Dayn se puso a buscar leña; cuando la trajo, Kírdan encendió el fuego con el que cocinaron la comida. Kírdan tenía carne de venado en su bolsa, y Dayn tenía un pequeño queso. Cocinaron ambas cosas en una especie de bandeja de metal blando.

Cuando se terminó de cocinar, comieron la carne con el queso fundido encima. Estaba delicioso.
Después de la comida Kírdan y Dayn se quedaron charlando sobre sus vidas. Dayn le contó de que antes en Portuorr era antisocial, y también que su padre era criador de caballos, y por tanto Dayn tenía acceso a las caballerizas mas importantes. Por su parte, Kírdan le dijo que nunca tuvo madre, siempre estuvo solo, con su padre. Nunca tuvo el amor de una madre, y aunque su padre siempre lo amó lo mas que pudo, siempre sintió el vacío. El padre de Kírdan le decía a este que su madre era un mujer hermosa, de cabello rojo y pecosa como su hijo.

Kírdan empezó a lagrimear un poco. Dayn le entendía, pues el pasó la mayor parte de su vida sin su madre.
Kírdan intentó parar de llorar. Al parecer le daba algo de vergüenza. No era raro; un cazador, y muy joven, parecía que fue obligado a madurar pronto.

"Hey, tranquilo. Llora si quieres, no te diré nada" le dijo Dayn en un tono suave y reconfortante.

Se escuchó un ruido. Kírdan instintivamente dejó de llorar y tomó su arco y sacó de su carcaj una flecha.
Apuntó cómo un cazador maestro y disparó la flecha.

Se escuchó un chillido de muerte. Era un triste conejo.

Ambos dieron su mejor cara de decepcionados por lo que acababa de pasar, y después empezaron a reír.

"¿Quedaste con hambre, Dayn?" preguntó Kírdan, todavía riendo.

"La verdad que no" respondió Dayn "Guardemoslo para mañana al mediodía"

Para cuando se acostaron a dormir, bajo el cielo estrellado, ya era la medianoche

*

Dayn y Kírdan ya iban continuando el camino, ya eran las dos de la tarde.
El conejo no supo mal, pero al parecer estaba enfermo, ya que les cayó mal a los dos y ahora se aquejaban de dolores estomacales.
Estuvieron así hasta que se les pasó el dolor. La verdad era mejor no hablar de como se les pasó.

Durante el resto del día no hablaron, excepto durante la cena.

Para cenar habían cazado otro conejo, pero ésta vez se aseguraron de que estuviera sano.

Hablaron de cosas irrelevantes durante la cena. La política de Portuorr, leyendas y supersticiones argaryanas, etc.

En el día siguiente, al despertarse temprano, ambos galoparon en una carrera hasta lo que quedaba de ciudad. Durante cuatro horas galoparon, los caballos vadorrojíes eran famosos por su resistencia.

Entonces llegaron. La gran capital. Por fuera, las murallas parecían tan duras como la roca volcánica, y en la entrada, había dos guardias, protegiéndola.

"¡Alto! ¿Que deseáis, forasteros?" preguntó uno de los guardias.

"Deseamos entrar para salir, ¿Que te parece?" le respondió Kírdan de forma sarcástica.

"Esta bien", dijo el guardia acomodándose el tabardo, "Pero no os hagáis mucho los graciosillos allí dentro, no es de lo mas seguro".

Dicho esto por parte del guardia, les abrieron la puerta y entraron a Rohirrim.

Las Desventuras de DaynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora