Capítulo IX: La Leyenda del Desventurado

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Dayn había tomado su decisión. Ya no necesitaba de aquel viaje absurdo para conocerse.
Ya sabía quién era.

Ese día estaba soleado. Dayn tenía camino fácil hacia donde el quisiera. Solo quería matar y saciarse de la sangre de cuanta persona pudiese.

Las colinas, grises y verdes, parecían apartarse de Dayn, y si así fuese no sería para menos. Su rostro era terrorífico, de un tono blanco como los cadáveres y con los ojos inyectados en sangre.

Había notado un par de cabañas por los alrededores; estaba cerca del final de las colinas.

Después de un rato, escuchó en la lejanía gritos de personas. Al parecer estaba cerca de una cabaña habitada.

Espoleó al caballo y galopó rápidamente hacia los ruidos, que parecían de personas.
Las primeras víctimas del Desventurado.

Llegó al poco tiempo. Era una cabaña pequeña, de paredes de madera y techo de paja. A sus dueños les estaban saqueando la cabaña. Dayn observaba desde su caballo.

-¡¡Ayúdanos, te lo suplico!!- gritaba el hombre.

Su mujer daba alaridos de desesperación.

Dayn desmontó y desenvainó el cuchillo, listo para asesinar.

Los bandidos se prepararon para defenderse, pero lo que recibieron no se lo esperaban.

Dayn le cortó el cuello a la mujer.

-¡¡NOO!!- Gritó el hombre, desesperado.

Dayn, irritado por su griterío, también le cortó el cuello.

-Tú nos servirías bastante- le dijo uno de los bandidos.

-Yo solo sirvo a mi sed- les respondió Dayn.

-¿Y eso que significa?- preguntó de nuevo el bandido.

Dayn sonrió maléficamente.
Enterró el cuchillo en el vientre del bandido.

-Eso significa- le respondió Dayn.

El tipo se desplomó. Otro intentó atacar, pero Dayn fue mas rápido, clavándole el cuchillo en la sien.

El último, un chico de apenas trece años, lo observó asustado. Dayn lo observó, complacido de notar el miedo.

-Ve y diles a los señores colinenses del norte. Diles que vengan a por mí. Diles que vengan a por el Desventurado-

Entonces Dayn prendió fuego la casa. El niño salió corriendo de allí, aterrorizado.

Y así fue. Dos enormes pelotones de jinetes, unos treinta en total, llegaron buscando al Desventurado. Lo encontraron a el y a la muerte juntos. Apenas cinco colinenses huyeron.

Desde ese día hasta hoy, lo llaman el Desventurado, el Carnicero y el Pirómano. Todo por sus actos.










No todas son historias con finales felices.

Las Desventuras de DaynDonde viven las historias. Descúbrelo ahora