Capítulo 1:
Soy Ekain Blair, estoy a nueve meses de cumplir mis dieciocho años. Estoy consciente de que hace poco tiempo atrás, cumplir la mayoría de edad te hacía libre. De una manera extraña. Empezabas a responsabilizarte legalmente de tus actos y uno se debía empezar a independizar de los padres. Pero tras años de notar que los adolescentes no hacían más que descarrilarse luego de cumplir esa edad, el nuevo gobierno de la nación, decidió imponer una nueva ley.
Esa mañana me levanté con una fuerte resaca. La noche anterior me la había pasado en casa de Derek, mi mejor amigo, que había organizado una espectacular fiesta y tuve el privilegio de usar la habitación de sus padres con su consentimiento, cosa que me benefició cuando Stefanie quiso "pasar un momento a solas" conmigo. La pasé de maravilla, y el fuerte dolor de cabeza sólo era la evidencia de una buena fiesta.
Bajé las escaleras con el pantalón de satén negro que se suponía que era de un pijama de dos piezas, pero alguna de las señoritas que solía acostarse conmigo, se había quedado la camisa. No me importó averiguar quién había sido, ni mi madre había preguntado. Cuando llegué a la planta baja, caminé descalzo por el frío mármol del suelo, casi corriendo con largas zancadas para alcanzar el tibio piso de caoba del comedor. Allí, en la esquina mas lejana de una enorme mesa para veinticuatro personas, me esperaban mis padres para desayunar.
-Buen día mi niño- dijo mi madre bajando la taza de té y dejándola en su pequeño plato, a la vez que me dedicaba su más hermosa y cálida sonrisa. La adoración que yo tenía por mi madre no tenía comparación. Bien sabía que yo la amaba más que nadie en el mundo, más que mi padre, más que su amante, más que su estilista. Mataría por ella si me lo pidiera, sin dudar, ni preguntar.
-Buen día padres- sonreí somnoliento. Mi padre, sentado frente a mi, estaba enfocado en el discurso que daba en vivo y en directo el presidente, en una enorme pantalla a mi izquierda. Miré de reojo, pero me limité a sentarme en mi lugar, servir leche en mi taza y unos pocos chorros de café. Pretendía seguir durmiendo luego del desayuno, no necesitaba la cafeína.
Tomé un pequeño bizcocho, me lo comí en una sola mordida, y bajé mi bebida hasta la mitad en un sólo sorbo.
-Oye ésto Ekain- dijo mi padre, mientras subía tanto el volumen, que automáticamente, generó una mueca de molestia en mi rostro. Hablaba nuestro nuevo gobernante, leyendo lo que claramente sería una pantalla en su atril, en medio de una plaza pública que se había adaptado para su seguridad.
-"Todo aquel hombre de dieciocho años de edad en adelante, que no esté comprometido, o casado con una mujer, deberá reportarse para formar parte del ejército Nacional, antes de cumplir los tres meses ya siendo mayor"-Bla, bla, bla...
Mis ojos desorbitados se perdieron viendo la nada misma. Y escuchaba, ahora, los sonidos a mi alrededor, como debajo del agua. Sabía que debía enfocarme y seguir oyendo, pero no pude. Sin decir palabra me retiré a mi habitación, en el camino iba oyendo como mi madre lo reprendía por "estresarme". Me encerré bajo llave, no quería afrontar esa realidad, no quería hablarlo con nadie. Me arrojé de cara a la almohada, y aunque me costó unas cien vueltas, me dormí hasta el anochecer. Cuando me desperté a las nueve de la noche, la realidad me golpeó justo en el rostro, brotaron nuevamente los hechos de esta mañana en mi cabeza. Salté de la cama, me duché para refrescarme, me puse lo primero que encontré, tomé mis llaves, mi móvil y escapé por la puerta del servicio. No es que necesitara escapar realmente, pero me gustaba sentirme rebelde al no avisar que me iba. Mis padres eran muy cariñosos y atentos conmigo, y permisivos a la vez. No había una sola cosa en el mundo que ellos me negaran.
Subí a mi Lambo aventador. Adoraba los autos. Conduje más rápido de la velocidad permitida en la ciudad. Apoyé mi móvil en el soporte para manos libres y llamé en conferencia a mis tres mejores amigos.
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