La mansión del pantano.

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La fricción del bote en el agua, causa
vibraciones excitantes para la pequeña marea de su tripulación, la brisa que los frena en su avance, peina el arcoíris de cabello de la tripulante, a su antojo. El capitán de la nave señala hacia un surco en medio de la maleza de árboles y hojas que empañan las orillas de aquel intrépido lago.

El sol a media puesta, las nubes desafiando a las montañas y dejando el amplio cielo a Merced de la noche.

-Estamos casi llegando-

Resuena casi sin compresión la voz del capitán.
Ella, mira a su alrededor, y se deleita con la nada que los acompaña. Dirige el dedo índice derecho hasta sus labios, lo chupa y sonríe al mismo instante que suspira como cuando tomas una soda. Lo disfrutaba...

Se asoman a un viejo muelle de madera
Que se pierde entre los matorrales y amarran con una cuerda atada a un árbol el bote, como si fuese un caballo.  El capitán ayuda a la señorita a bajar, sosteniéndola de una mano, misma que no le soltó hasta entrar a la casa. Cada vez que pisaban sobre uno de las cinco filas de tablones que componían el puerto improvisado, este rechinaba como si no aguantase el peso de los visitantes y fuera a desplomarse.

La chica lleva un cobertor verde oliva para la noche en caso de frío, este lo tiende en donde estaba la sala en la casa que encontraron al final del trillo podrido que los conducía.

-Alguna vez, esto fue una gran mansión-

Dijo el capitán, al subir los limosos escalones junto a la entrada principal. Estos subían hasta un balcón revestido de mármol blanco. Que dado al abandono y silencio del lugar, daban un aspecto de cripta funeral.

Ya casi no se distinguía el entorno, pero se apreciaba perfectamente los marcos sin ventanas, de la sala forrada en caoba. Lo que fue un ventanal lo componían tres grandes huecos, por donde se colaba la luz de la Luna, desquiciada por ver lo que hacían estos en el lugar más apartado del lago, donde solo los que no le temen a nada pueden venir a visitarlo.

La chica se acercó con cautela y mordió suave el hombro, cerca del cuello de su capitán. Tomándolo por las cinturas de
lado a lado, con sus manos. Él inclina la cabeza y la gira al lado opuesto del mordisco, gira con cautela para no encender el instinto salvaje del animal que lo mordió. Ella desliza las manos espalda arriba. Mientras él la toma de las nalgas, la retrae y levanta. Ella se aferra a su capitán con las piernas envueltas sobre las cinturas que antes sostenías suavemente, ahora ella es el barco que se ancla a su cuerpo.

Los sonidos de los animales del bosque ambientaban la cabaña, aturdían más la noche que ya se dejaba sentir sobre el cielo poblado de estrellas.

El capitán, elevó las velas que blancas que cubrían su barco y se refugió en la proa, con caricias y besos. Sienten el susurra de un mensaje en un oído:

-La noche está helada, calada. ¡Encienda las calderas!
A toda máquinas, el barco quiere llegar al puerto de origen.

El capitán le desprende las amarras y eleva las anclas. Las pone a descansar sobre el marco de lo que algún día fueron ventanas.

La emoción y el placer son las únicas nubes de niebla que empañan la noche fría y húmeda del recorrido por el pantano, de un capitán cuyo barco está amarrado a su cintura. Que se mueve hacia y desde él, con el ritmo del oleaje que provoca la tempestad del momento.

El viento se colaba, entre los árboles desnudos del bosque pantanoso. El suspiro hecho vapor al salir por las chimeneas del cuerpo curvilíneo, de un barco cuyo capitán lo está al borde de estallar.

Caricias y...

Besos y....

En medio de la oscuridad, el frió y...

Detonante perfecto, chispa que fluye en camino de pólvora que conducen por el cañón.

Las aves que dormían en las copas de los árboles del bosque, vuelan despavoridas, tras el susto. Por el grito fino y prolongado tras explotar en un órgano intenso y prolongado... la chica que se hacía llamar el barco que navegaba el ritmo y mando de su capitán. Yace tirada en el suelo sobre la manta verde olivo, sintiendo las caricias de los besos de unos labios carnosos sobre sus pechos, labios que dejan de besar y....

-¡Marly!-
-Eres, el vivo placer sexual encarnado en una mujer.

Dijo cesante, el capitán de su barco y Kaleb de su cuerpo.

Sie7e NochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora