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    Jamás creí que encontraría a alguien que llorara al ver películas como lo hacía él. Con las mejillas empapadas y la mano sobre sus labios para evitar hacer sonido alguno que lo delatara, pero su nariz lograba estropear cuarquier esfuerzo suyo.

   Metí la mano en el bolsillo sacando un pañuelo que siempre llevaba conmigo, una costumbre que adquirí gracias a mi padre quien solía decir: "Un hombre, siempre debe llevar un pañuelo consigo. Porque uno nunca sabe cuándo lo puede necesitar"

  De niño no entendía muy bien esa referencia hasta que con los años le fui hallando el sentido, el pañuelo era para alguien más, una mujer que es consolada con caballerosidad siempre es fácil de conquistar. ¿Pero un hombre...? No tenía ni la más mínima intención de conquistarlo.

  Pero tampoco tenía la intención de verlo secarse los mocos con el dorso de la mano así que se lo extendí.

   Sus mejillas adquirieron un adorable tono rosáseo que no sabía distinguir si era un sonrojo o solo efecto del llanto. Cuando enpezaron a aparecer los créditos en la pantalla él alzó la vista hacia mí. Habíamos compartido un largo sofá frente al televisor, aunque él se había mantenido incómodo a la orilla de este yo me había hundido completamente en él, extendiendo ambos brazos por encima de este con las piernas cruzadas.

  Sus labios estaban muy rojos, pasó la lengua sobre ellos, tanteando la sal de sus lágrimas.
— Te lo devolveré mañana —. Musitó, asentí en contestación y guardó el pañuelo en el bolsillo de su pantalón.

  Tenía un montón así que no me preocupaba si no me lo devolvía, las chicas siempre se los quedaban de todas formas.

   Nos levantamos en silencio, saqué de la secadora su ropa, y esperé a que se cambiara. Me devolvió la ropa prestada perfectamente doblada y volvimos a la oficina, donde nos despedimos. Él subió a su auto y se fue.

   No lo volví a ver en varios días, pero sabía que se encontraba con mi novia para los detalles de la boda. Ella siempre hablada de él, cuando los dos estábamos desnudos bajo las sábanas, con ella entre mis brazos, antes de dormir.

   Fue hasta luego de dos semanas que coincidimos, entré a la casa de ella con las llaves que me había dado y los encontré en la sala de estar conversando amenamente.
— ¡Entonces me dio el anillo! —. Finalizó ella, JAY sonreía hermosamente, llevó la taza a sus labios y bebió un corto sorbo.
— Fue muy romántico —. Comentó él.

No sabía por qué de repente me escondí, queriendo escuchar más. Aunque sabía que ella acababa de contarle nuestra historia de amor completa.
— ¿Y qué hay de ti? —. Preguntó con un tono juguetón, oí sonrisas cómplices luego de eso.
— No siempre me va bien — comentó — ya sabes, viajo mucho y eso trae muchos celos en una relación, además creo que no soy bueno escogiendo.
— Pero debe haber alguien...
— Creo que lo hay.
— ¿Y?
— Me gusta, pero no estoy enamorado, aún... A este paso creo que caeré rendido a sus pies así que me alejé un poco.
— ¿Por qué lo hiciste?
— Es platónico.
— ¡Por Dios! ¡Eres JAY! No existe nada platónico para tí.
— Es heterosexual.

   Entonces se me cayó de las manos el juego de llaves con aquella afirmación.
— ¿June? —. No tuve más opción que fingir estar llegando.
— Hola encanto —. La saludé, ella rodeó mi cuello con sus brazos y me besó con pasión.

   Una vez que nos separamos, dirigí mi atención hacia él, quien bebía un sorbo más del contenido de su taza ignorándonos, como si fuera lo más normal del mundo, miraba hacia el juego de cortinas que decoraba el ventanal.

  Cuando caminé hacia él, se puso de pie de inmediato.
— Buenas noches —. Saludamos a la par, pasándonos la mano.

   Su piel era tan suave, olía tan bien, estaba perfectamente peinado y llevaba unos pantalones negros con una camisa roja desprendida hasta el segundo botón mostrando su nívea piel y sus clavículas, sobre ella llevaba un saco negro sin prender.
— Se nos pasó la hora conversando, pero ya me iba —. Informó.
— Pero qué dices, quédate a cenar —. Insistió ella, al parecer olvidando nuestros planes.

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