Querido Diario: Día 76

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20 de Diciembre de 2016

Querido diario, hoy es el último día de clases antes de las vacaciones de Navidad.

Flashback

Para mi sorpresa, mi madre parecía muy entusiasmada con que fuese a la fiesta del instituto y, aprovechando que mi padre se encontraba en paradero desconocido de nuevo, me estuvo probando un centenar de vestidos diferentes que tenía guardados de otros familiares.

No dije nada, solo los probé y sonreí falsamente frente al espejo antes de apartar la mirada rápidamente de esa persona desconocida que me devolvía la sonrisa rota.

Casi al borde de las lágrimas de la emoción, mi madre se despidió de mí mientras vestía un llamativo vestido cuya cola plateada ondulaba bajo los últimos rayos de sol del día.

Cuando estuve en la calle y mi progenitora ya no podía verme, me dirigí en dirección contraria al instituto, doblando cada esquina implorando no encontrarme con nadie conocido y deseando poder vislumbrar el enorme caserío que resaltaba frente a sus edificios acompañantes lo antes posible.

Con el corazón palpitante llamé a la oscura puerta de roble, la cual se abrió casi al instante dejándome ver a mi amiga con el mismo vestido que con tal porte llevaba el día de la fiesta de su hermano mayor.

—Estás preciosa—repetí al igual que lo había dicho la primera vez que nos habíamos visto sumergidos en aquella situación.

Y ella sonrió como lo había hecho aquella persona desconocida que se había colado en el espejo mientras mi madre me probaba los vestidos.

Y ella conocía esa mueca más que nadie.

—Me gustaría decir lo mismo—respondió por fin—pero creo que estarás mucho mejor con lo que te tengo preparado.

Esta vez los dos sonreímos de verdad y nos encaminamos hacia su cuarto.

Sólo pude fijarme en su escritorio, inundado por hojas en las que descansaban hermosos dibujos de personas, más concretamente, mujeres llorando. Mujeres que se arrancaban los ojos y aún así las lágrimas seguían brotando de sus cuencas vacías. Algunos llegaban a ser demasiado macabros como para describirlos.

—Siento el desorden—se disculpó al ver que no podía dejar de observar sus dibujos.

No supe contestar, lo único que se me pasó la cabeza fue el número de veces que ella se había encontrado en esa situación de perdición absoluta, al igual que yo.

—Es lo único que he podido rescatar de mi hermano cuando era más pequeño—dijo sacando un traje negro de su armario.

Así es, la única razón por la que no había protestado al ponerme los vestidos era porque Nat y yo ya habíamos previsto que mis padres no me dejarían ir a la fiesta en traje, por lo que ella se ofreció a buscar un antiguo traje de Aiden para poder ir al instituto. Así podría cambiarme en su casa y al acabar la fiesta, volvería a ponerme el vestido como si nada hubiese pasado.

Nat se ofreció a arreglarme la americana mientras sonreía en dirección al espejo de su habitación, en el que esta vez sí reconocí al muchacho que se reflejaba en él.

—Ahora sí que estás guapo—dijo ella abrazándome por la espalda aún mientras me miraba al espejo.

Tan solo pude agradecerle su ayuda y partimos hacia la fiesta que estaba a punto de comenzar.

Al llegar, lo primero que hice fue busca con la mirada una cabellera albina que resaltase sobre las demás.

Según me había explicado la risueña pelirroja, Aiden había salido antes hacia el instituto para ayudar a prepararlo todo antes de que nuestros compañeros llegasen.

Al no poder localizarlo, acompañé a Nat hacia el gimnasio que es donde se celebraría la fiesta.

En un magnífico palco descansaba una mesa de mezclas que sería la envidia de cualquier DJ, acompañada de focos de colores y monstruosos altavoces.

Acabando de colocar la decoración reconocí a algunos compañeros y a la persona que esperaba.

Llevaba un atuendo oscuro, su traje, corbata y camisa eran de un negro brillante, haciendo que resaltase aún más su cabellera casi perla y los más puros diamantes que tiene en lugar de ojos.

Al vernos, sonrió con esas brillantes perlas que parecían esculpidas por dioses y se acercó a nosotros.

Empezamos a hablar, Nat balbuceó una excusa y nos dejó inmersos en una conversación que ni siquiera recuerdo, solo pude apreciar el brillo en su mirada y perderme en sus palabras.

Antes de que nos diésemos cuenta, la fiesta ya había comenzado, la gente empezó a entrar en bandada por la amplia puerta del gimnasio y un DJ de dudoso reconocimiento manejaba la mesa de mezclas con agilidad.

Nos apartamos y proseguimos con nuestra conversación hasta que apareció Nat entre la muchedumbre y nos sacó a bailar.

Empezamos a movernos sin ritmo alguno y a reír como no lo había hecho nunca.

Fue entonces cuando Aiden me cogió de los barzos y empezamos a hacer una coreografía improvisada que daba más pena que risa.

Seguimos riendo, nos despojamos de nuestras chaquetas para seguir bailando y no paramos hasta que nos dolieron los pies.

Nos apartamos y, tras notar la ausencia de Nat, Aiden sacó un nuevo tema de conversación.

—He estado pensando y creo que no es mala idea que te enseñe a boxear—comenzó—si a tí te parece bien, podríamos empezar cuando tengas tiempo.

Lo miré sin saber bien qué decir. No me había tomado enserio lo de las clases. Pero tras pensarlo mejor, decidí que no era una mala idea.

—Yo... Claro, me parece bien, pero no me puede coincidir el horario con el de la psicóloga—contesté en bajo.

Me observó durante un rato sin hablar. Notaba su mirada sobre la mía como un hierro incandescente sobre la piel.

—Claro, no te coincidirá, y déjame decirte que no necesitas un psicólogo—acto seguido se levantó y desapareció en la pista de baile.

Tiempo después apareció con Nat y entre los tres empezamos a idear planes y excusas que decirles a mis padres.

Salimos del gimnasio y empezamos a caminar sin rumbo.

Aiden sacó una cajetilla de cigarrillos y empezó a fumar.

Cansados del intento de baile que habíamos practicado durante la fiesta, volvimos cada uno a su respectiva casa.

No sin antes, darme la dirección del gimansio en el que entrenaba Aiden, cambiarme el traje por el vestido plateado y escuchar una frase que salió de los labios del albino con tal sinceridad que no me la puedo sacar de la cabeza.

—No dejaré que nadie te haga daño, no te lo mereces.

Fin del flashback

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