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El timbre que significaba el final del horario de clases lo despertó. El paso hacia la realidad fue lento y desorientador. Cuándo comprendió donde estaba, su corazón se desacelero y pudo ordenar sus ideas. Era el mismo sueño que tenía desde hace ya cuatro años, y nunca pudo llegar a traspasar esas puertas.
Se encontraba en su silla, sentado de costado con la espalda apoyada contra la pared izquierda del salón. Alrededor suyo varias personas estaban guardando todas sus cosas. Algunos ya salían del aula con sus mochilas o con las carpetas bajo el brazo, y cada uno de ellos con una expresión de alivio en el rostro.
Calculo que se había quedado dormido unos quince minutos, los suficientes para provocarle un agudo dolor en la nuca y el cuello. Mientras se acomodaba en su silla, con una mano se seco el sudor de la frente y con la otra se masajeo el cuello entumecido por la mala postura. Luego se volvió a acostar, esta vez sobre el escritorio, apoyando la cabeza arriba de sus brazos.

—¿Te traigo un café?-. Le dijo un compañero con tono irónico y una sonrisa burlona, parado al lado de su banco. —¿O te vas a hacer otra siestita más?

—No me vendría nada mal un cafecito—. Respondió Daniel con vos cansada, levantando la cabeza y frotándose el cuello, todavía adolorido. -Por lo menos se pasó rápido esta última clase ¿O no Mati?

—¡¡Vos porque dormiste cómo el Conde Drácula!! No tenes idea de los que nos divertimos con Platón—. Le dijo Mati riendo y dándole un golpe en la espalda. Matías con su pelo largo, lacio y rubio, era el perfecto contraste de Daniel, que tenía el cabello corto, pero tupido, y de color castaño oscuro.

—Pero bueno... Voy saliendo, nos vemos abajo.

—Espera que guardo mis cosas y nos va... —. No alcanzó a terminar la frase, cuando vio a su amigo que salía del salón, sin que pudiera escucharlo. —Gracias por el aguante—. Se dijo molesto, hablando sólo, ya que el salón estaba vacío. El recuerdo de las emociones de su sueño empezaron a aflorar de nuevo en él, por suerte ahora podía controlarlas y no ser desbordado.

Cuando termino de ordenar sus útiles y guardarlos rápidamente en la mochila, salió del salón. Moviendo la cabeza de lado a lado observó los pocos metros hasta la escalera. Satisfecho, bajo corriendo los escalones esquivando a varios chicos que bajaban o subían sin prestarle atención.
Al bajar los dos pisos correspondientes, para llegar a la planta baja, se detuvo en los últimos tres escalones. Ahí en lo alto busco por todos lados en la marea de uniformes color blanco, gris y marrón o beige de los alumnos del colegio. En pocos segundos alcanzo a ver a Matías, con su camisa blanca y la corbata gris a rayas, ya desajustada, que casi había llegado a la puerta de salida. Se abrió paso hacia él lo mas rápido que pudo, tratando de no empujar o golpear a las demás personas que caminaban a su lado.

—¿No podías esperar unos segundos más?—. Le reprocho Daniel, dándole una palmada en el hombro derecho, mientras cruzaban la puerta y salían del colegio.

Ambos tenían la misma estatura, un metro setenta y seis, pero Matías pesaba noventa y cinco kilos, casi unos veinte más que Daniel. Los dos se conocieron en primer año, y con el correr del tiempo, ya que vivían relativamente cerca, entablaron una buena relación yendo o volviendo juntos del colegio. Sin embargo, se veían pocas veces fuera del mismo. Tanto Daniel como Matías sabían que eran buenos compañeros pero no se consideraban amigos en sí. Una vez afuera se detuvieron a pocos metros para charlar con los demás chicos del curso.
Toda la mañana estuvo muy calurosa, propio de Rosario a principios de noviembre. Pero al mediodía ya el calor era insoportable y la humedad que había en el aire era agobiante, haciendo que toda la ropa se pegara al cuerpo. Además, el hecho de que todos los alumnos se quedaran conversando formando varios grupos, todos juntos y apretados bajo el sol, no ayudaba a mejorar la situación.
Alrededor de ellos un montón de chicos, los de los grados inferiores generalmente, se dirigían a los autos donde sus padres los esperaban. Debido a esto, se producía un gran congestionamiento de autos a la salida del colegio. Ya que la mayoría de los padres siempre estacionaban en el primer lugar que encontraban o lo hacían en doble fila, bloqueándose unos a otros hasta que sus hijos llegaran a ellos. Si los primeros de la fila demoraban más de la cuenta, se producía la tradicional melodía de esa hora, compuesta por las diferentes bocinas de los autos.
La charla seguía el curso habitual de todos los días. Conversaban sobre temas comunes a ellos: Los hechos importantes del día, los más graciosos o increíbles; las tareas que tenían que hacer para el próximo día de clases; los planes para el fin de semana, puesto que era viernes y algunos no se verían hasta el lunes; o algún que otro comentario o broma ocurrente.
Esporádicamente se producía alguna que otra pelea entre compañeros o entre alumnos de distintas escuelas, debido a que por esa zona se encontraba otro colegio cerca. Pero hasta ese momento todo estaba tranquilo y sin indicios de algún conflicto.
Con el paso de los minutos varios chicos y chicas empezaron a formar otros grupos, y así entre hermanos o vecinos emprender el regreso, todos juntos, a sus casas. La entrada del colegio se iba despejando cada vez más. Daniel se percato que iban quedando pocas personas y comenzó a preocuparse.

—Hey Mati. Vamos yendo que se hace tarde—. Daniel lo apuro, interrumpiéndolo en medio de una historia sobre a dónde iba a viajar el fin de semana.

—Para un poco. En un rato vamos—. Matías, sin prestar atención a lo que Daniel murmuraba, continuó su relato.

El haber estado bajo el sol todo ese tiempo, hizo que Daniel empezara a transpirar más de lo normal. Por suerte, en vez de la camisa mangas largas del uniforme, llevaba puesta la chomba blanca, con el nombre y el logo del colegio, que era más fresca.

—Dale que hace un calor tremendo y me quiero sacar estos pantalones—. Todos los chicos debían llevar pantalones largos de vestir o de gabardina, color marrón o beige. Las chicas en cambio, debían usar una pollera gris a cuadros. El calzado era el mismo para ambos, zapatos negros o marrones.

—Bueno Dani. Anda yendo si estás tan apurado—. Lo desafió Matías, con un tono de voz suave y tranquilo, mirándolo a los ojos, sabiendo que Daniel prefería no irse solo.

—Si, mejor me voy. Mucho calor y además me estoy muriendo de hambre—. Daniel enfatizó ésto último, sin dudar un segundo en seguirle el juego. En cambio Matías, al oír esto, cayó en la cuenta de que él también tenía mucha hambre. De pronto, la idea de ir a su casa a comer fue más fuerte que cualquier otra cosa, y no quiso seguir perdiendo el tiempo ahí.

—Está bien, vámonos—. Concedió al final Matías a regañadientes.

"Yo también se jugar sucio". Pensaba Daniel mientras se despedían de sus compañeros, él con una sonrisa más grande que la de Matías. Sonrisa que no duraría mucho.

SOÑADORES #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora