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Salvo las veces que Daniel se molestaba al sorprender a su madre mirándolo con una expresión de preocupación en el rostro, el almuerzo transcurrió normalmente. Comieron viendo las noticias y hablando un poco sobre sus respectivos trabajos, dado que Gustavo era abogado y Clara dentista. Por ese día no le preguntaron a Daniel como le había ido en la escuela, como era habitual. Sin embargo para no excluirlo y charlar todos juntos, se dedicaron particularmente a comentar sobre el noticiero, que solo hablaba de un fuerte terremoto que ocurrió esa mañana en Japón. Al principio se mostraron videos tomados en el momento del desastre por cámaras de seguridad o de celulares. Luego se debatió, con un grupo de especialistas, los inconvenientes que provocó el temblor y las diversas hipótesis de por qué se generó en un radio de tan solo dos cuadras. Por último pasaron un nuevo video, sobre un extraño e efímero resplandor que ocurrió a mitad del terremoto. Video que captó por un instante la atención de Daniel, no tanto así la de sus padres.
Una vez que terminaron de comer, Daniel decidió ayudar a su madre a levantar la mesa y lavar los platos. No era de hacerlo muy seguido pero hoy ella se lo había ganado. Después de un rato, un incontenible cansancio cayó sobre él y les dijo a sus padres que se iría a dormir una siesta. Y así lograr descansar un poco para no llegar tan agotado a la práctica de la tarde. Daniel, sin saber porque, se fatigaba muy seguido en los últimos días, necesitando dormir varias horas extras a la tarde. Saludando a su mamá y papá se fue a su cuarto, dejándolos conversando entre ellos, seguramente sobre él, aprovechando su ausencia.
La habitación de Daniel era el típico santuario del hijo único que no tiene que compartirla con ningún hermano. A medida que pasaba el tiempo y él crecía, la iba redecorando con sus propios gustos, abandonando el elegido por sus padres cuando él era más chico. Estaba pintada de verde, su color favorito. En las paredes habían colgados varios posters, ya sea de sus jugadores o equipos favoritos de básquet y fútbol. También había lugar para sus bandas favoritas de música y alguna que otra foto de él con su equipo o compañeros del colegio en distintas excursiones.
Lo primero que hizo fue abrir las ventanas y subir las persianas para que circulara un poco el aire. Después corrió las oscuras cortinas así no le molestaba la luz para dormir. Como su cuarto era grande, tenía una cama de dos plazas ubicada debajo de una de las ventanas. Desde la cual, si él se subía a la cama y corría el mosquitero, podía atravesarla y pararse en un pequeño balcón, de apenas unos cincuenta centímetros de ancho, donde antes Clara solía tener unas masetas con flores. Ahora solo había una soga con varios nudos a intervalos enrollada, de unos cuatro metros de largo, que Daniel había amarrado fuertemente de una gruesa rama del árbol de la vereda, utilizándola si así lo quería, para descolgarse y salir de su casa por ahí. Sus padres sabían de esa soga. No era que se escapaba por las noches sin avisar. Tan solo era una forma de irse, según su propia definición, con estilo.
Enfrente de la cama, al lado del viejo ropero de varias puertas y cajones, había un televisor que estaba conectado con su infaltable consola de videos juegos. Cuyos juegos se hallaban ordenados junto con su colección de libros, en una gran biblioteca de madera colgada en la pared a la derecha del televisor.
Después de prender el ventilador de techo al máximo para ahuyentar el calor, Daniel se sacó la camiseta para dormir con el torso desnudo. Al dejar la prenda arriba del escritorio de la computadora, se vio tentado a prenderla y quedarse navegando o jugando como acostumbraba hacer a esa hora, pero se convenció que era mejor descansar. Dejo su celular, arriba de la mesita de luz, sobre el libro que estaba leyendo, ya programado para que lo despierten sus múltiples alarmas dentro de cuatro horas. Se acostó rápidamente, saltando a la cama sin destenderla siquiera. Por el efecto del analgésico se había olvidado de su golpe pero al chocar la cara contra la almohada se acordó de él y de toda la familia de Iván Núñez. Se dio vuelta furioso y acariciándose suavemente con la punta de los dedos el pómulo inflamado, se fue quedando profundamente dormido.

—Ikén. Ya es tiempo Ikén. Solo quedamos nosotros ¡Ayúdanos!

Daniel se despertó sobresaltado. Otra vez había tenido el mismo sueño. En su mente recordaba la angustia, la desesperación y las diferentes imágenes y sonidos hipnotizadores. De vuelta vio ceder la puerta ante su fuerza y ser devorado por una ola de calor y una intensa luz. Hasta ahora nunca lo había soñado dos veces en el mismo día, pero eso no era lo más perturbador de todo. Tampoco era el hecho de que lo llamasen Ikén, puesto que ya estaba acostumbrado por más que no hubiese podido averiguar su significado y porque razón se sentía a gusto con él. Sino que al recordar las palabras de la extraña y a la vez inexplicablemente familiar vos, se dio cuenta de que algo había cambiado. La última palabra no era la misma de los últimos cuatro años, debido a que en vez de escuchar "Apúrate" había escuchado "Ayúdanos", con un tono de urgencia y ruego desconsolador. Esto nunca había pasado, nunca en esos años el sueño había variado en el más mínimo detalle.
Eran las cinco de la tarde, durmió tres reparadoras horas a pesar del sobresalto, y en dos tendría que ir al club. Después de permanecer unos minutos acostado contemplando el techo y tratando de descifrar ese peculiar cambio. Daniel se levantó de la cama y se dirigió a la computadora para investigar sobre su sueño, como tantas otras incontables veces lo había hecho.
Mientras encendía la maquina cerró la puerta de su habitación para que nadie entrara y viera lo que estaba haciendo. Ya sea Clara como Gustavo eran de pararse en la entrada y sin hacer ruido ver cómo estaba. Nunca le había contado a alguien lo de su sueño recurrente. Al principio cuando recién se dio cuenta de que repetidas veces había soñado con lo mismo, considero decírselo a sus padres. Pero dudo en hacerlo debido a la naturaleza rara e indescifrable del mismo. Más tarde cuando le dijeron que no eran sus verdaderos padres descarto totalmente la idea de decirles, dado que temía que lo mandarán con un psicólogo.
No sabía porque había comenzado a tener ese sueño. Tampoco era algo que pudiera controlar. Las primeras veces que lo tuvo fue dos años antes de que se enterara de que era adoptado. Por eso ahora, cuatro años después, se rehusaba a creer que tenía que ver con algo referido a su madre biológica, por más que la voz de esa mujer fuera extrañamente familiar. Además estaba el hecho de que ella siempre hacía referencia a que estaba acompañada por alguien más.
La única teoría lógica que él manejaba era que ese sueño era una manifestación de su miedo a quedarse solo en lugares abiertos. Daniel al ser una persona que reflexionaba mucho sobre si mismo, sabía que esa fobia se había manifestado en él desde que se enteró que había sido abandonado. Igual por alguna razón eso no lo conformaba.
Daniel se perdió en el ciberespacio, enfocado en su búsqueda y sin tener noción del tiempo. Al cabo de un poco más de una hora de estar navegando por Internet, de nuevo no encontró nada que pudiera develar el significado de su sueño. Sintió que lo único que hizo fue releer temas que ya conocía, tales como los estados del sueño, la relación con la vida real o que son según las diferentes culturas. Conceptos interesantes aunque a la vez inútiles a la hora de ayudarle.
Consulto la hora y vio que era tiempo de comenzar a prepararse para ir a practicar. Agarro las vendas, las zapatillas para entrenar, un par de medias, alguna que otra cosa que necesitara y las metió en la mochila recién lavada por su madre. Se cambió la malla que llevaba puesta por una bermuda azul de básquet y se volvió a poner la camiseta gris y roja que tenía en uso.
Bajo las escaleras y se fue al escritorio de su padre para saludarlo. Después fue al garaje, tomo su bicicleta y salió. Antes de irse, Daniel se detuvo en la vereda y a través de la reja del jardín saludo a su madre que estaba regando las plantas. Luego monto la bicicleta, prendió su reproductor de música y partió hacia el club que quedaba a unos diez minutos de su casa. Sin tener vergüenza alguna de que lo vieran con el rostro golpeado.
El torneo ya había terminado para el equipo de Daniel. Los habían eliminado bochornosamente y no lograron llegar a las semifinales. Sin embargo a pedido del entrenador no interrumpieron las prácticas. Al verlo llegar sus amigos, los únicos que él consideraba como tales, se acercaron y le preguntaron que le había sucedido. Daniel siempre les decía la verdad, pero tampoco podía mentirles, dado que ellos ya sabían sobre el problema desde el principio. En verdad la mayoría de los chicos de su misma edad lo sabían. Son sucesos que solo escapan a los ocupados ojos de la mayoría de los adultos.
Después de interrogarlo y jurar que se vengarían de Iván Núñez, cosa que Daniel trató de apaciguar, dejaron que se fuera a cambiar. Cuando llegó el entrenador Gutiérrez, una persona no muy alta pero si atlética, Daniel tuvo que tranquilizarlo por el shock inicial al verlo tan golpeado. Se tomaron cerca de cinco minutos para hablar a solas y en los cuales él le explicó que fue lo que paso. Después de volver a escuchar consejos parecidos a los que su madre le dio y tener que jurarle como tres veces que se encontraba bien para entrenar, la práctica comenzó.
Debido al calor, el estado de Daniel y que no tendrían un partido oficial hasta el año que viene, el entrenador optó por dar una práctica liviana, sin mucho desgaste físico, lo cual fue demasiado bien aceptado por todos. Igualmente Daniel no pudo concentrarse completamente en el juego y al terminar, se sintió muy agotado por el esfuerzo. Tanto así que no se quedó a tomar algo con los chicos, como siempre solían hacer en el bufet del club. Todos sus amigos lo comprendieron y sin ningún inconveniente, salvo la fatiga, pedaleo hacia su casa mientras el sol se ocultaba entre los edificios.
En el corto trayecto hasta su hogar el cansancio se acrecentó aún más en él. Desde que se levantó a la mañana tuvo un mal presentimiento en el pecho y no lograba precisar a que se debía. Cuando rechazó que fuera por la prueba de matemáticas, pensó en su encuentro con Iván y sus amigos. Pero en verdad, después de la pelea, solo había disminuido y él se olvidó de eso. Y ahora mientras llegaba a su casa volvió a sentirlo. No era una sensación mala en este instante, más bien Daniel lo juzgo, sin saber porque, como una señal de alerta hacia algo importante, pero sobre todo próximo e inevitable.
Movido por un nerviosismo o ansiedad, no supo identificar cuál de los dos era, Daniel había acelerado el ritmo de su pedaleo para llegar rápido a su casa. Cuando llego estaba empapado en sudor e inexplicablemente exhausto. Como si una fuerza externa le drenara la energía y lo obligara a irse a dormir. Entrando de vuelta por el garaje dejo su bicicleta ahí y sin ver a sus padres les grito para informarles que había llegado y que se iría a bañar.
Cuando Daniel termino de lavarse y refrescarse, seguía con la misma somnolencia. Bajo a la cocina vestido solo con el short que usaba para dormir y sus ojotas. Tanto la señora como el señor Smith estaban cocinando. Ese era un pequeño ritual de sus padres los viernes por la noche, con la única compañía de unas copas de vino tinto y música de fondo.

—Hola lindo—. Dijo Clara al verlo. —¿Todo bien?

—Hola ma. Sí, todo tranqui. Hola gigante.

—Hijo—. Dijo Gustavo con una copa en la mano. —Que carita que tenemos... lindo—. Enfatizó la última palabra, burlándose de él —¿Te sigue doliendo, no?

—Más o menos—. La verdad era todo lo contrario, a Daniel le dolía bastante pero más que nada la cabeza. —Ir a practicar no fue una buena idea. Existir hoy no fue una buena idea. Tuvieron que haberme dejado dormir todo el día sin siquiera llamarme para ir a la escuela. No saben cómo los odio.

—Así es la vida chiquito—. Dijo Gustavo. —¿Y ahora qué haces vestido así? No me digas que te vas a dormir ahora, sin comer mi especialidad.

—Bueno, bueno... ¿Si es tu especialidad porque estoy haciendo todo yo?—. Le dijo Clara sonriente a su esposo mientras limpiaba unas verduras.

—Voy a comer unas frutas no más y me voy a acostar—. Dijo Daniel con vos cansada, sin darle tiempo a su padre a ensayar una defensa. —¿Mami puedo tomar otro analgésico por las dudas?

—Está bien hijito. Ahí te lo traigo pero tómalo un ratito después de que comas algo—. Y mientras Clara buscaba la pastilla, Daniel fue a la heladera y agarro una manzana, una banana y la jarra de jugo.

Daniel comía y sus padres cocinaban. Al mismo tiempo continuaron charlando por unos quince minutos más. Finalmente Daniel rendido a la fatiga se despidió de ellos. Subió a su cuarto con un vaso de agua y antes de acostarse se lo tomo junto con el analgésico. Tenía el cuerpo sumamente pesado y la mente dispersa al desplomarse boca arriba en la cama. La almohada lo recibió fresca y suave. Se hundió en ella lentamente, al mismo tiempo que el mundo se silenciaba. Lo último que Daniel percibió antes de quedar a merced de los sueños, fue una insoportable punzada en el pecho, su respiración forzada, como sofocado y sentirse completamente indefenso, como un niño de cinco años.

SOÑADORES #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora