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Una intensa luz lastimaba sus ojos verdes, haciendo que los mantuviera entrecerrados. No podía determinar el origen de la misma, ya que a dónde voltease se encandilaba. Levantó la cabeza y parcialmente ciego como estaba alcanzó a descubrir el sol en el firmamento. Pensó que tapándolo con sus manos bastaría para ver mejor. Pero en ese momento, cuando se llevó las manos encima de la cabeza y las observó junto con sus brazos, comprendió lo que pasaba.
Era desde él. Todo su cuerpo era el que irradiaba esa extraña y fuerte luminosidad. Un aura de color esmeralda que lo envolvía en su totalidad. Y que si hubiese sido de noche, estaría iluminando todo a varios metros a su alrededor. Era un brillo constante, sin ninguna variación de intensidad.
Daniel Smith estaba tan desconcertado que se pasó largos segundos contemplando cuidadosamente su pecho y extremidades, con miedo hasta de tocarse. Cuando por fin lo hizo, no alteró en el más mínimo detalle esa ridícula fluorescencia suya.
Abandonando el escrutinio de su cuerpo, empezó a buscar algún indicio de dónde rayos se encontraba. Forzando su mente al máximo, trató de recordar. Se vio a si mismo desplomándose en su cama, sintiendo como una fuerza lo obligaba a dormirse, pese a que él se rehusaba a hacerlo y todo su ser se alteraba por el miedo. Basándose en ese recuerdo y viendo lo extraordinario de su situación, cayó aliviado en la cuenta de que estaba soñando.

—No hay duda de que tendría que haber ido al psicólogo hace años—. Se dijo en voz baja, moviendo negativamente la cabeza.

Con el paso del tiempo, su vista lentamente se fue acostumbrando a su esplendor. Daniel no entendía porque no se despertaba, si él ya sabía que eso era obviamente un sueño. Recordó lo que una vez leyó en Internet, en una de sus tantas búsquedas por descifrar algo de su sueño recurrente. Existían algunas personas que permanecían dormidas después de que sus mentes descubrían que estaban soñando. Incluso eran capaces de controlar su sueño a voluntad, podían caminar sobre el agua, modificar el paisaje o hasta volar por los cielos si quisiesen. Eso se llamaba sueño lúcido, pero jamás lo había experimentado y no lo creía posible, y menos ahora que no se sentía en control de absolutamente nada.
Su cerebro no encontraba lógica alguna. Hasta todas sus heridas y cicatrices habían desaparecido, dejando atrás un cuerpo delgado, fuerte, vigoroso y si... Resplandeciente. Todavía vestido con el short negro para dormir, empezó a tener frío por las constantes ráfagas de viento que traían consigo un aire helado. Era lo más raro que había soñado, y en el caso de Daniel, eso era decir bastante.
Se encontraba descalzo, parado en el medio de lo que parecía ser un gran valle. Bajo sus pies, la suave hierba de color gris crecía salvajemente, aunque se notaba visiblemente pisoteada. Todo el paisaje se presentaba ante él completamente avasallante.
El valle estaba rodeado a la distancia por enormes cadenas montañosas, la mayoría de las cuales tenían sus cumbres nevadas. De entre esas montañas se desprendía una densa cascada de agua cristalina, la cual alimentaba el desbocado arroyo pedregoso y ensordecía cualquier sonido con su estrépito.
En el cielo no había ni una sola nube, en vez de ellas, estaba el espectáculo más hermoso que Daniel jamás haya visto. Incontables luces surcaban el firmamento de día. Una infinita aurora danzaba con sus rayos luminosos más coloridos. Verde, violeta, amarillo, azul, tonos de rosa y naranja acompañaban al sol, como un gran barco en un vaivén de olas multicolores.
Hubiese sido inevitable poder dejar de ver ese hipnótico resplandor, semejante al de su cuerpo, sino fuera por las cientos de esculturas de piedra desparramadas por todo el lugar, sin un orden específico, hasta donde la vista alcanzará a ver.
En ningún momento, y en contra de su fobia, se sintió solo. Por más extrañas que fueran esas grandes esculturas de hombres o animales, no supo decidirse por cual, Daniel sentía que lo acompañaban, y por esa razón no tenía miedo.
De pronto un llamado directo al corazón. Inseguro se dio vuelta para ver qué era lo que tanto lo atraía. Atrás de él se encontraban varias de estas formaciones, aunque solo una le interesó. Se quedó contemplando esa especie de tótem, la más próxima a él. Parecía la figura de un hombre pero el rostro era muy confuso. Se le ocurrió que se debía al paso del tiempo dado que no sabía desde cuanto hace que la habían colocado ahí. Media más de dos metros, y a pesar de que estaba cubierta de plantas y musgo, era visible que su cuerpo había sido majestuosamente tallado. Estaba erguido y en una pose como si estuviera montando guardia.
No podía quitar sus ojos de la escultura y sin darse cuenta se fue acercando a ella. Con cada paso que daba su mente iba ganando un sentido de confianza y determinación. Daniel extendió el brazo y colocó la palma de su mano sobre el pecho de la figura. Lo hizo de una forma cariñosa, como si estuviera apreciando un viejo y querido trofeo suyo. Nada ni nadie lo hubiese preparado para lo que sucedió después.
A los pocos segundos de apoyar su mano, la escultura lo aferró. No fue que cobró vida por arte de magia o hizo algún movimiento para atraparlo. Sino que la mano de Daniel repentinamente se hundió en el pecho de ese tótem, antes firme y ahora cálidamente líquido. Lentamente sintió como comenzó a succionarlo, mientras que él, desesperado tiraba con todas sus fuerzas para poder zafarse. Todo el cuerpo de Daniel estaba tensionado por el esfuerzo que hacía, cada músculo de su ser trabajaba para liberarse. Sin embargo, poco a poco la figura iba ganando terreno. Centímetro a centímetro el cuerpo de Daniel iba adentrándose al del tótem.
Daniel gritaba pidiendo ayuda. Sus palabras retumbaban en todo el valle pero nadie respondía a su llamado. Con su mano libre golpeaba a los costados de la maciza estructura pero solo conseguía lastimarse. Ya con la mitad de su cuerpo absorbido Daniel dejo de pedir ayuda y en cambio comenzó a gritarse enojado para logar despertar al fin de esa pesadilla.

SOÑADORES #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora