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Tomaron el camino de todos los días. Al principio iban callados, ya que estaban un poco tensos después de aquel sutil desafío mental, en donde ambos median que tanto en verdad se conocían. Como Daniel se sabía victorioso, fue el primero en hablar para romper el hielo.

—¿Entonces nos vemos de vuelta el martes, en vez del lunes? ¿Tus padres ya hablaron con el colegio?—. Daniel había elegido el tema apropósito. No le interesaba realmente, lo hizo a modo de tregua, por llamarlo de alguna forma. Sabía que Matías no desperdiciaría esa oportunidad para poder vanagloriarse e inflar su ego.

—Sí, mis padres ya informaron al colegio. Con un día más a mi favor voy a disfrutar el fin de semana mejor que cualquiera—. "Demasiado fácil" pensaba Daniel mientras Matías recobraba el buen humor.

Al llegar al punto en donde sus caminos se dividían, intercambiaron agradables palabras y se saludaron sin mostrar resentimiento alguno. Daniel por dentro lamentaba que no pudieran llevarse mejor o que ni siquiera lo intentaran. Matías solamente tenía que seguir un par de cuadras hasta su casa. En cambio él, tenía una caminata de diez minutos aproximadamente.
Daniel continúo lo que le faltaba para llegar a su casa con paso apresurado. Sabía que hoy los alumnos del otro colegio habían salido hacia unos veinte minutos. Miro para atrás pensando si podía ver a Matías, pero en verdad lo hizo para comprobar que no hubiese alguien más. No había nadie en absoluto, y eso fue aún más perturbador que si hubiera visto los uniformes del otro instituto. A él le incomodaba o temía quedarse solo en lugares abiertos.
Camino más rápido, siguiendo el ritmo acelerado de sus propios latidos. Por lo general era más racional y seguro, por eso no comprendía porque le afectaban tanto esas situaciones. A veces pensaba que era un cobarde por ponerse de ese modo. Pero luego decidía que no lo era, porque un cobarde trataría de evitar sus problemas, y todo lo que él quería era superarlos por sí solo.
No se encontraba lejos de su hogar ahora. Su casa estaba enfrente de una plaza que ocupaba toda una manzana. Era uno de esos espacios verdes donde muchas personas, familias y grupos de amigos les gustaba pasar la tarde bajo la fresca sombra de los frondosos árboles, leyendo un libro, hablando, haciendo algún deporte o jugando a algo.
Cuando llego a la plaza, está se encontraba desierta. El parque de juegos estaba vació. Sin vida por la falta de los niños que siempre iban, corriendo por todos lados, peleándose por ser los primeros en usar los juegos. Eso era entendible debido a la hora que era, pero ni siquiera estaban los perros que suelen vagar por ahí, en busca de comida, con los que Daniel compartía muchas tardes.
"Me hubiesen avisado que hoy era el día del Juicio Final". Pensó mientras cruzaba por una de las sendas, de color naranja por las piedritas de ladrillo, que dividían a la plaza diagonalmente.
Desde donde se encontraba ya podía ver su casa. Se sintió más relajado y seguro, aunque el presentimiento que tenía cuando algo malo iba a pasarle no desaparecía. Lo había sentido todo el día, desde que se levantó para ir a la escuela. Era como una punzada en el centro del pecho, un malestar sofocante en sus momentos más intensos. Al principio pensó que se debía al examen de matemáticas. Pero como no tuvo problema alguno con eso, no podía asociar ese presentimiento con algo específico. No tardaría mucho en averiguarlo.
De la nada, enfrente de él, aparecieron cuatro chicos, que se habían escondido detrás de los troncos de los arboles más gruesos. Impresionado por las súbitas y amenazadoras apariciones, Daniel se detuvo de golpe. La débil briza, que hasta ese momento había soplado en la plaza, se detuvo por completo.
Estaban vestidos con uniformes escolares. Dos de ellos llevaban puesto el mismo que tenía él. Pero los otros dos usaban el uniforme del otro colegio. Daniel los conocía, no era la primera vez que lo molestaban. Y a pesar de que todos ellos eran alumnos del último año, la diferencia con el cuerpo de Daniel era poca.
Daniel instintivamente se dio vuelta, sabía que no eran ellos solos. A unos diez metros de él estaba parado otro chico. Se encontraba apoyado sobre la base de una gran estatua de bronce, de un histórico General y su caballo, que había en el centro de la plaza, la cual le había servido para ocultarse cuando Daniel pasó por ahí. Este era más alto que los demás, incluso que Daniel también, ya que le sacaba una cabeza. Tenía el cabello corto, castaño oscuro como él, pero el flequillo estaba peinado para arriba formando un elevado jopo. Su nombre era Iván Núñez e iba al otro colegio, puesto que vestía con el pantalón gris y la camisa blanca, con la corbata también de color gris.

SOÑADORES #PGP2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora