Capitulo 5

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CAPITULO 5
—. ¿No te encanta este momento del día? — preguntó con un gesto grandilocuente que cubrió de cenizas las sábanas de satén negro—. Y ahora, cariño —dijo —, tenemos que descubrir un montón de cosas el uno del otro. Nunca antes había tenido a un niño pequeño por casa y,
vaya, aquí está el desayuno. Bueno, veamos —prosiguió muy animada. Rebuscó entre el caos de papeles que tenía sobre la mesilla y sacó una copia del testamento de mi padre, que había adornado con un montón de números de teléfono y una lista de la compra o dos. También sacó un cuaderno de hojas amarillas y un enorme lápiz de color negro—. Soy tu tutora legal. Ambos lo sabemos, así que no vale la pena hablar más del asunto. Tu padre dice que debes recibir una educación protestante y yo no tengo nada que objetar, aunque me parece una lástima privarte de los exquisitos misterios de algunas
religiones orientales. Pero tu padre siempre fue un poco chapado a la antigua. Y no es que quiera hablar mal de mi propio hermano. ¿A qué iglesia ibas, cariño? —A la Cuarta Iglesia Presbiteriana — dije sintiéndome un poco incómodo. —Dios mío, ¡no irás a decirme que hay cuatro iglesias presbiterianas en un sitio como Chicago! Bueno, no importa. Supongo que podremos encontrar alguna iglesia por aquí cerca. —Con gran dramatismo, elevó la mirada al techo dorado—. De todos modos, no creo que a tu padre le molestase mucho que te presentase a monseñor Malarky, es un
hombre tan culto y encantador, ¡y tiene unos ojos como zafiros! Vendrá un día de la semana próxima a tomar una copa, pero haré que me prometa no hablar de negocios contigo. —La tía Mame volvió al testamento—. Bueno, con eso queda resuelto lo de tu formación religiosa. Ahora el colegio. ¿En qué curso estás, cariño? —En la quinta clase de la escuela latina para chicos de Chicago. —¡En la quinta clase! Dios mío, ¿cómo es que no vas a la primera? ¡A mí me pareces bastante despierto! Con la paciencia de un niño de diez años le expliqué que la quinta clase equivalía a quinto curso. —¡Ah!, y ¿en qué curso se supone que tienes que estar a los diez años? —En quinto, pero cuando entré tenía sólo nueve. —¿Quieres decir que eres precoz? —¿Qué? — dije. —Precoz, cariño. Inteligente para tu edad. Que si vas adelantado en la escuela. —Sí — respondí—. Fui pre..., eso que has dicho, todo el trimestre. —¡Cariño, qué alegría me das! — gorjeó la tía Mame mientras escribía algo en su cuaderno—. Siempre hemos sido una familia muy intelectual, aunque
tu padre hiciera todo lo posible por disimularlo. —Volvió al testamento—. Tu padre dice que debes asistir a colegios tradicionales..., ¡nada menos! Dime, esa escuela latina ¿era muy tradicional? —No entiendo lo que quieres decir —respondí sonrojándome. —¿Era sosa? ¿Monótona? ¿Tediosa? ¿Aburrida? —Sí, muy aburrida. —Típico de tu padre —suspiró—. A propósito, sé de un colegio nuevo divino que ha puesto un amigo mío. Mixto y totalmente revolucionario. Las clases se imparten con todo el mundo desnudo y
bajo rayos ultravioleta. No queda ni una sola represión después del primer trimestre. Ese hombre que te digo está absolutamente au courant de lo que se hace en Viena, no quiere ni oír hablar de ese aburrido y viejo sistema Montessori. Y en las clases hay mucho arte no figurativo, gimnasia rítmica y grupos de discusión..., nada de libros ni cosas así. Me encantaría enviarte allí. Sería una buena sacudida para tu libido. —Yo no tenía ni idea de lo que me hablaba, pero me pareció como mínimo un colegio un tanto atípico. Adoptó una mirada tierna y ausente y dijo—: Estoy pensando si no sería buena idea enviarte al colegio de
Ralph. ¿Te parece que tienes muchas represiones, cariño? Me sonrojé. —Es que no entiendo muchas de las palabras que utilizas, tía Mame. —¡Ay, criatura, criatura! —exclamó, y sus mangas emplumadas revolotearon por encima de la cama—. ¿Qué podemos hacer con tu vocabulario? ¿Es que tu padre no te hablaba nunca? —Casi nunca —reconocí. —Cariño, un vocabulario rico es el auténtico sello de un intelectual. Verás lo que haremos —hurgó en el caos de la mesilla y sacó otro cuaderno y un lápiz —, cada vez que yo diga una palabra, o
que tú oigas una palabra que no entiendas, escríbela y te diré lo que significa. Luego la memorizarás y muy pronto tendrás un vocabulario bastante decente. ¡Oh, qué aventura — exclamó extasiada—, moldear una nueva vida! — Hizo otro gesto grandilocuente que le salió mal, pues derribó la cafetera y yo inmediatamente escribí seis palabras nuevas que la tía Mame me pidió que tachara y olvidara. Luego la tía Mame estudió con más detalle el testamento—. En cuanto a lo de que me reembolse la compañía fiduciaria... —¿Cómo se escribe reem...? —¡No me interrumpas! En cuanto a
lo de que me reembolse la compañía fiduciaria, soy perfectamente capaz de mantenerte yo misma y quiero hacerlo. —Entornó los ojos y me echó una mirada inquisitiva—. Supongo que tendrás alguna calculadora humana para cuidar de tu dinero y decirme cómo tengo que educarte. —¿Te refieres a mi fideicomisario? —Eso es, guapo, ¿cómo es? —Lleva gafas y un sombrero de paja, vive en un sitio llamado Scarsdale, tiene un hijo de mi edad y se llama señor Babcock. —Scarsdale, ¡cómo no! —La tía Mame escribió «Knickerbocker Trust» y «Babcock»—. En fin, ya veo que va a ser mi béte noire particular los próximos ocho años. ¡Para mí la responsabilidad y para él la autoridad! —Eso significa «bestia negra», ¿no? —Me pareció una descripción demasiado fascinante para tratarse del señor Babcock. —¡Cariño! —exclamó radiante y me besó—. Tu vocabulario va a las mil maravillas. Tal vez deberíamos hablar sólo en francés cuando estuviésemos en casa. —No obstante, prosiguió en inglés —: Bueno, ya me las veré con Babcock a su debido tiempo. Dios sabe que puedes aprender más en diez minutos en
mi salón que en los diez años que pasaste con ese padre tuyo. ¡Qué manera más criminal de educar a un hijo! — Consultó su reloj y agitó las plumas—. ¡Cielos, he quedado para ir de compras con Vera! A lo mejor te apetece venir. Además, ya sabemos bastante el uno del otro para empezar. —Miró mi traje fino de luto—. Por el amor de Dios, cariño, ¿no tienes otra ropa que no te haga parecer un cuervo enfermo? —Respondí que sí—. Pues póntela si quieres venir conmigo, y no olvides tu cuaderno de vocabulario. —Obediente, me dirigí hacia la puerta—. A propósito, guapo — dijo. De nuevo, me miró con ojos
inquisitivos. —Sí, tía Mame. —¿Alguna vez tu padre dijo algo..., es decir..., alguna vez te habló de mí antes de morir? Norah me había contado que los mentirosos iban derechos al infierno, así que tragué saliva y le solté: —Sólo que eras una mujer muy peculiar, que quedar en tus manos era un destino que no le desearía ni a un perro, pero que no siempre se puede elegir y que tú eras mi único pariente vivo. Soltó un grito ahogado. —El muy cabrón —dijo sin inmutarse.
Yo cogí mi cuaderno de vocabulario. —Esa palabra, cariño, era cabrón —me explicó con mucha dulzura—. ¡Se escribe c-a-b-r-ó-n, y significa «tu difunto padre»! Y ahora sal de aquí y corre a vestirte.
***
Pasé aquel primer verano en Nueva York trotando detrás de la tía Mame con mi cuaderno de vocabulario, teniendo breves «conversaciones matutinas» todas las tardes, y siendo visto pero no oído en sus tés literarios, tertulias de salón y cócteles. Ellos también empleaban un montón
de palabras nuevas y, al final del verano, había adquirido mucho vocabulario. Todavía conservo algunas de las hojas llenas de extrañas informaciones espigadas en las soirées de la tía Mame. Una, fechada el 14 de julio de 1929, incluye términos tan diversos como: día de la Bastilla, lesbiana, Club Hotsy–Totsy, guerra de bandas, el Ello, daiquiri —aunque ésta no la escribí bien—, relatividad, amor libre, complejo de Edipo —ésta también la escribí mal—, móvil, curda..., a partir de ahí, mi ortografía se vuelve delirante: narcisista, Biarritz, psiconeurótico, Schoenberg y
ninfómana. La tía Mame me explicó todas las palabras que pensó que debía conocer y luego me hizo incluirlas en frases que yo practicaba con Ito, mientras él hacía sus arreglos florales japoneses y se reía. Mis progresos ese verano de 1929, aunque no fuesen exactamente los que recomendaría la Every Parent's Magazine, fueron notables. A finales de julio, ya sabía preparar lo que el señor Woollcott llamó un «martini luculiano en miniatura» y había aprendido a no asustarme de los amigos más sorprendentes de la tía Mame. La tía Mame pasaba el tiempo en un perpetuo torbellino de compras, recepciones, fiestas en casas ajenas, arreglos de la extravagante ropa del día —y la suya parecía más extravagante que ninguna—, salidas al teatro y a obras experimentales que se abrían y cerraban como almejas en todo Nueva York, cenas en casa de diversos caballeros intelectuales y exposiciones de cuadros y esculturas incomprensibles. Pero, a pesar de su vida frenética y vacía, todavía le quedaba mucho tiempo que dedicarme. Me llevaba consigo a la mayoría de las exposiciones, expediciones de compras con su amiga Vera y cualquier función.

La Tia MameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora