Un pequeño inconveniente rojo

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POV TIKKI (Especial, único)

Revise que Marinette estuviera bien después de que tuviéramos esa inesperada visita por parte de su poco prudente admirador. Ella dormía plácidamente, cubierta hasta el cuello. No parecía que hubiera advertido la presencia del chico que hasta hace poco estuvo en la misma habitación observándole dormir. O al menos eso esperaba yo, porque si él había intentado algo más, se las vería conmigo y no solo él, sino que Plagg tendría que responder muchas cuestiones. 

Suspire, pues aunque había advertido la presencia de mi compañero de batallas, jamás pude haber imaginado quien se escondía detrás de las garras y el antifaz. Sonreí pensando en las cosas que Chat noir y mi portadora habían pasado juntos, preguntándome que pensaría ella si supiera que había abrazado, cuidado y hasta besado al chico por el que suspiraba cada vez que podía. 

Me acomodé en mi almohada, y aunque trate de conciliar el sueño, en aquel momento demasiadas cosas pasaban por mi cabeza como para dejarme sumergir en mi psique. No pensé que la noche acabaría así, pero debí prever que algo no estaba bien desde el momento en que Plagg apareció ante mí, insistiendo en sacándome de la casa a pesar de que aún no espabilaba y seguía soñolienta. 

Decir que no me alegró verlo era una mentira, siempre que podía disfrutar de la compañía de mis amigos kwamis, lo hacia encantada. Especialmente disfrutaba mucho estar con Plagg, aunque a veces esté no entendía lo que significaba el respeto por el espacio personal. Sabía que a pesar de toda la fachada de desinteresado, un poco egoísta y demasiado burlón que usaba normalmente con sus portadores, muy en el fondo todo eso era solo una máscara para evitar demostrar sus verdaderos sentimientos,  para protegerse de cualquier desenlace que tuvieran. 

Ni siquiera tuvo consideración despertarme de manera tranquila, sino que me sacudió con mucha insistencia y en cuanto me incorpore, me tomó de la mano y me sacó por trampilla que daba al balcón de Marinette. Aunque no comprendí bien todas sus palabras, entendí que quería un lugar lejos de nuestros portadores y que solo conversaríamos sobre como no estaba yendo hasta el momento. 

Buscó un lugar íntimo, discreto, algo que considere bien pudimos haber hecho en el balcón de Mari, pero no dije nada, más por consideración que otra cosa. Al final Plagg encontró un jardín de azotea lleno de flores y vegetación. El dulce aroma de la lavanda y especias fue lo que terminó por hacerme espabilar y perder por completo el sueño que tenía, aunque no por eso mi mente estaba trabajando al cien. 

-¿Te gusta el lugar?- me preguntó mientras soltaba mi mano y daba vueltas entre las macetas de helechos y las enredaderas.

-Es bonito- contesté, dejando que la atmósfera comenzará a construir un recuerdo en mi memoria. Plagg me conocía bien, sabía que apreciaba mucho el tiempo que pasábamos despiertos, y por ello había desarrollado una especie de fascinación por coleccionar "memorias". Deje que los olores me envolvieran poco a poco, que mis ojos se acostumbraran a la luz de luna y las sombras que está creaba, mientras las calles por debajo del edificio se encontraban llenas de pequeños puntos de luz, tanto estáticos como en movimiento. 

Era fácil perderme en el ambiente, tanto que olvide por un momento con quien había venido a este lugar, hasta que dando un recorrido entre la vegetación y las sombras me encontré con dos ojos verdes brillantes observándome atentamente. Gemas esmeraldas que siempre me habían fascinado, aunque nunca lo había admitido en voz alta. 

-¿Qué sucede?- él no me dijo nada, sino que cerró sus ojos y se movió hacia el centro del recinto, le seguí, algo extrañada por el comportamiento callado y reservado que estaba teniendo aquella noche. Una vieja mesa de manera se encontraba repleta de utensilios y herramientas para la jardinería y el cultivo. El olor de la tierra húmeda estaba esparcido especialmente por el área, combinándose con los demás aromas de la flora. Nos acomodamos en una orilla desocupada de la mesa. Un poco de distancia entre nosotros, aunque lo suficientemente cerca para tocarnos las manos. Pero ninguno de los dos hizo el intento por hacerlo. 

Diario de un gato pervertidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora