Martina

201 5 11
                                    

15 de Abril, 2012

Martina:

Supe tu nombre ayer en la mañana, cuando antes de entrar al restaurante, uno de tus compañeros te lo gritó al llamarte. Tú volteaste y la brisa jugó con tu cabello, desordenándolo pero de una manera tan perfecta que mi impresión creo que todos la notaron en el autobús. Mi nombre no lo sabes, y me has visto solo hace diez minutos cuando me viniste a preguntar a la mesa si quería más café.

Te vi por primera vez hace una semana. Todos los días, el autobús en el que voy al trabajo se detiene en el semáforo justo en la esquina del restaurante donde trabajas. El bus se detiene alrededor de cinco minutos, pero fue solo eso lo que me basto para darme cuenta que te quería, o que al menos quería saber tu nombre.

Esa mañana después de verte, en el trabajo pensaba en ti, en tu cabello largo moviéndose por el aire y aquella sonrisa que acompañaba siempre tu trabajo. Supe que había algo. A lo mejor un enorme interés o tal vez un tímido amor. Sea como sea, me tenías ansioso, inquieto por regresar y saber tu nombre, conocerte, hablarte. De regreso a mi casa, el autobús no se detiene, pero te volví a ver, esta vez saliendo del restaurante, parecía que tu turno se había acabado y ahora caminabas rumbo a tu hogar tal vez, pero perdiéndote entre la oscuridad y la ciudad, dejándome un recuerdo eterno.

Ahora todos los días rogaba por encontrar el lugar cerca a la ventana en el autobús y poder observarte. Lo lograba algunos días, otros no. Pero aun así hacia un esfuerzo desde donde estaba para poder verte al menos, por unos segundos. Tú siempre en la mañana radiante, dichosa, llena de energía, con una sonrisa que parecía nadie poder borrar, y eso era lo que me gustaba de ti y ahora lo confirmo. Me tomo mucho tiempo atreverme a venir aquí, al restaurante donde todas las mañanas te veía, pero al que jamás me acercaba por miedo. Muchas noches antes de dormir me preguntaba si era necesario para mí acercarme a ti, o solo con solo verte de lejos era suficiente, pero no pude más y decidí venir a verte más de cerca, al menos a escuchar tu voz.

Te confieso que muchas veces pensé en bajarme del autobús y entrar al restaurante, decidirme a hablar contigo y conocerte, pero es más fácil cuando lo dices que cuando intentas hacerlo. Porque lo intenté varias veces, pero el miedo me ganaba. Para estas cosas no soy muy bueno, yo soy de los que se funde en sus libros y letras y parece solo encontrar esa manera de expresar sus sentimientos, por eso esta carta. Porque es lo mejor que sé hacer, escribir.

Entré al restaurante, pero no te vi. Te busqué con la mirada pero aún no había rastros de ti. Me ubique cerca a la ventana y no esperé mucho cuando apareció frente a mí una chica rubia preguntando sobre mi pedido. Me sentí frustrado. Sólo pedí un café, esperaría un poco al ver si aparecías y me acercaría luego, o a lo mejor corría con suerte y me seguirías atendiendo tú, ya había practicado lo que te iba a decir. Venía aclarando las ideas en el autobús, el único cómplice de mis sentimientos.

Pasaron unos diez minutos y aún no te veía, pero no estaba dispuesto todavía a irme, esperaría un poco más. Saqué mi libreta y comencé a escribir algunas cosas, algunas ideas para el trabajo, no sé, algo que matara el tiempo y pudiera calmar mi acelerado corazón. Creo que ahí me llevé otro par de minutos, hasta que escuché cuando la puerta del restaurante se abrió y tú entraste. Ese momento creo que sucedió en cámara lenta, entrabas, mirabas a todos, sonreías, pasabas tu mano por tu cabello dando paso a tu hermosa cara y a tus brillantes ojos azules. Llegaste rápidamente al fondo y entraste por una puerta, y yo ahí impávido después de haberte visto y tú sin aún determinarme.

Saliste luego ya con tu uniforme, te paseabas por algunas mesas atendiendo a otras personas, caminando cerca de mí pero aún sin acercarte. Podía sentir tu perfume, fresco y profundo, haciéndome sacar más de un suspiro. Miré mi reloj, y ya se me hacía un poco tarde, el sol empezaba a ocultarse y fue entonces cuando decidí escribir esta carta. Ya te había visto más de cerca, ahora para mí era más que suficiente, era un avance, otro día regresaría, a hablarte no sé, a contemplarte era más probable.

Pensando como comenzar mi párrafo de despedida fue que un susurro llego a mis oídos y cuando regresé mi mirada me encontré con tus enormes ojos azules y tu sonrisa intacta. Tuve que parpadear varias veces y asegurarme que de verdad estaba sucediendo, me tendiste una jarra de café y preguntaste si quería un poco más a lo que tuve que asentir porque las palabras no me salían muy bien, luego serviste un poco y te marchaste.

Ya estoy complacido. Te pude escuchar y ver. Con tan solo eso estoy feliz. Tal vez regrese en otra ocasión, aunque no espero que recuerdes mi rostro, pero a lo mejor esta carta que te dejo sobre la mesa si la recuerdes.

Antonio.

Pd: Ya lo habrás notado, pero, desde la ventana de tu restaurante, los atardeceres son maravillosos.


12 cartas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora