C A P Í T U L O 2

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Me tomó algunas semanas descubrir el nombre de la flor. Gracias a eso mi mamá ya no quería usar la computadora por un tiempo.

Le había insistido tanto, que ella estuvo investigando por mucho tiempo a pesar de que mis descripciones no eran muy buenas.

Cuando supe el nombre, estaba segura de que nunca lo olvidaría; estaba fascinada con aquella flor desde aquel día lluvioso.

Diphylleia grayi, también conocida como Skeleton flower.

Cuando tuve la oportunidad, tomé la laptop de mamá y subí a mi habitación para investigar más, y fue así como me enteré del extraño fenómeno por el que pasa esta especie de planta.

Cada vez que los pétalos se mojaban con la lluvia, perdían su coloración, volviéndola transparente y al secarse volvía a su estado normal: unos bellos pétalos blancos.

-¡Es increíble! ¡Eres increíble! Has creado una flor muy bella Señor.

Mis diálogos con Él eran constantes, pues mis padres me transmitían su fe, la cual se iba nutriendo en la Iglesia.
Especialmente me gustaba cuando lo recibía en la Eucaristía, porque lo sentía más cercano.

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Sin darme cuenta, el tiempo pasaba a la vez que yo crecía en aquella casa de campo pero –a diferencia de lo que pensaba –aquella solitaria flor no se marchitaba. Seguía viva y de cierta forma, ya me había acostumbrado a su presencia en el enorme jardín.

En los días de lluvia me gustaba sentarme a observarla, lo que resultaba extraño para mi madre, teniendo en cuenta que ya tenía dieciséis años.
Pero al verla no podía evitar evocar la dulzura y sencillez de Jesús. Era en esos momentos cuando el diálogo surgía más naturalmente y podía meditar sobre Él.

Y precisamente fue un día nublado cuando ocurrió aquello. Con el cielo cerrado y oscuro en la tarde, aún cuando había amanecido soleado.

Aquel día, la lluvia no era la que humedecía la flor; eran mis lágrimas. Puedo recordarlo como si todo hubiera pasado en cámara lenta.

El viento mecía a la flor y mi cabello desordenado. Pronto la coloración blanca desapareció, dando paso a unos pétalos de cristal.

La razón podría parecer insignificante para algunos, pero difícilmente alguien puede comprender lo que uno siente.

Una mujer del pueblo cercano —la dueña de la florería— a quien yo quería mucho, había fallecido inesperadamente.

Frente a la flor, me sentí consolada por Él, quien parecía susurrar dulces palabras al corazón.
En los momentos de sufrimiento es cuando agradeces la presencia de Dios en la familia.
Recordé muchas de sus palabras sobre la vida eterna, y pronto empecé a alegrarme al saber que la señora había fallecido con la gracia de los sacramentos; además de saber que ella había amado mucho en esta vida y ya estaba amando eternamente.

Y así, mi corazón fue abrazado por una dulce paz, acompañada de la presencia de Jesús y la dulzura de María.

F L O S [ 花 🌺]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora