C A P Í T U L O 3

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Pasaron muchos años y yo ya había formado una familia.

Aún recuerdo el rostro complacido de mis padres al decirles que me casaría.
Después de todo, ya tenía veintiséis años.

Lo conocí a los veinte años, primero en una florería y luego coincidimos en un curso en la universidad. Y ya que quedaba lejos de casa y él tenía un pequeño auto, me hacía el favor de llevarme a casa.
Además también asistía a la Misa de 7am.
Cuando me enteré, no pude evitar sorprenderme, puesto que había pasado desapercibido para mí.

Le hablaba a Jesús de él todas las noches, y poco a poco el Señor fue mostrando el plan y vocación que había preparado para mí desde la eternidad.

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Mis padres habían empezado a vivir en la ciudad un año atrás por el tratamiento de papá, quien había estado un poco mal de salud, por lo que era riesgoso vivir lejos de los hospitales; por mi parte, mi esposo y yo nos quedamos en la casa de campo.
Sin embargo, yo sabía que lo habían hecho también por darnos espacio ya que toda familia necesita privacidad; además un sacerdote nos había dicho que vivir con los padres, estando ya casado, no era bueno.

Pronto una pequeña llegó para alegrar nuestros días, la cual –al igual que yo –se sentía encantada con la solitaria flor del jardín.

Tengo muchos recuerdos de nuestra pequeña riendo inocentemente en el jardín, de los tres disfrutando bellos momentos y también algunos tristes.
Pero Él nunca nos había dejado solos, incluso cuando parecía que no había marcha atrás y que la familia estaba a punto de destruirse.
Pero esos son otros momentos de mi historia.

Fue un miércoles cuando mi hija entró llorando a la cocina. Traté de hablar con ella pero solo salían balbuceos de su boca.

Cuando se calmó un poco, por fin entendí el motivo de su llanto. La pequeña flor no lucía bien y en cualquier momento podría marchitarse. Decidí trasplantarla a una maceta, esperando que sobreviviera.

Esperamos pacientemente y en unos pocos días, la flor volvía a su estado natural. Ahora ella lucía  más tranquila y todo transcurrió con normalidad.

Le enseñé los cuidados necesarios de la flor, y pronto mi hija se sintió totalmente comprometida con esa labor.

A veces su papá era el encargado, cuando ella debía hacer viajes por la escuela o una simple pijamada.

Lo que me hacía sonreír, era que mi pequeña también hablaba con Jesús frente a la flor.
Me hubiera gustado tener más hijos,pero la vida es un don de Dios y solo nos concedió la gracia de tener una  hija. Mi corazón estaba  tranquilo porque Él sabe el motivo.

Años pasaron y sin darme cuenta mi hija ya estaba casada con un buen hombre por lo que tuvo que mudarse, y de nuevo, yo me encargaba de la pequeña flor.

Había pasado tanto tiempo que ya no me sorprendía que esta no se hubiera marchitado, lo cual no me era indiferente, pues después de todo la flor era importante en mis recuerdos. Por voluntad suya, Él me había concedido muy bellas consolaciones y serenidad con los diálogos internos que teníamos, pues ver la flor me ayudaba a meditar en su belleza y dulzura. Él me enseñó a contemplar su bondad a través de aquella planta.
También guardaba en mi memoria  aquella casa de campo, el enorme jardín, en incluso la vieja parrilla de papá, quien había fallecido dos años atrás.

Un día de improviso enfermé, por lo que mi hija tuvo que venir a cuidarme. Yo ya era un poco mayor y meses atrás mi esposo había fallecido  en el hospital después de haber sufrido un accidente. Ahora sabía que estaba velando por mí al lado de Él.

Lloré muy poco ante su partida, pues Jesús me dio el don de amarle aun en medio de sus defectos y fallas. Sabía que nuestro matrimonio había fructificado y eso me daba mucha paz, además de saber que había muerto con la gracia de los sacramentos y el amor de su familia.
Mi esposo ya había concluido su misión y por fin pasó bajo el santo manto de María a la casa de su Padre tan amado.
Un sonrisa adornaba su rostro después de expirar.

Siempre quedarán los bellos recuerdos en el jardín, junto a la flor.

Todos los días que pasé en cama, mi hija se encargaba del brote, con un cuidado delicado y comprometido.

Me di cuenta de que mi enfermedad me daba mucho espacio y tiempo para orar.
Tal vez había estado muy afanada en otras cosas que estaba perdiendo de vista a Jesús, por eso el permitió la enfermedad para darme descanso.

F L O S [ 花 🌺]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora