Vaya que era un día perfecto. Varias nubes estaban dispersas en el amplio cielo y el cálido sol iluminaba todo el parque. Una leve brisa rondaba por el suelo agitando las copas de los árboles. Pero yo sentía toda una ráfaga de viento en mi rostro que movía mis cabellos por todos lados divirtiéndome inmensamente.
Toda la emoción lleno mi cuerpo cuando unas horas antes la profesora anunció que terminaríamos la clase en el parque. Unos días atrás, mi reacción podría haber sido completamente opuesta. Pero gracias a la ayuda de mi hermano ya puedo volar, me costó un poco aprender porque tenía miedo a caer. Si él no me hubiese alentado a intentarlo tal vez no estaría viendo todo el mundo desde arriba. Es un poco raro ver lo pequeño que puede ser el mundo.
Tres figuras planeaban varios metros por debajo de mí. Sin pensarlo descendí a gran velocidad para detenerme entre medio de dos de ellas. Mis amigos se tambalearon de un lado a otro sorprendidos por mi repentina aparición y por intentar mantener una distancia prudente entre todos. A mí no me importaba en lo más mínimo, solo me hacía más divertida la situación. Sobre todo cuando comenzaron a discutir sobre mi intromisión que casi los hace caer. La verdad no entendía por qué tanto problema, para mí también era uno de mis primeros vuelos y de todos modos prefería volar bien alto. Es como mi hermano me enseñó: hay que arriesgarse a volar alto y confiar en que si el cansancio o algún viento nos ha de derrumbar, nuestras alas se abrirán y evitaran la caída o al menos reducirán el dolor. De ahí en más dependerá de uno volverse a poner de pie.
Volví a ascender mientras viraba de un lado a otro para entretenerme un rato. De repente una corriente de aire medio de frente y me desvió de mi camino. Pero hay que saber adaptarse a los cambios, así que extendí mis alas para aceptar de buena gana el empujón. Fue entonces cuando lo vi, aquel pequeño punto negro-azulado en medio de todo el verde del parque. Mi curiosidad me vence siempre y en un segundo aterricé.
Me pregunto por qué estará Florencia llorando. Tal vez sea porque se cayó. No la conozco mucho, aunque ella va a mi clase nunca habla con nadie. Lo he intentado un par de veces pero es como si el resto del curso no le cayéramos bien. Es una lástima, a mí sí me cae bien.
De pronto se corrió a un costado del camino. Seguro no me reconoció ni se dio cuenta que me dirigía hacia ella.
- ¿Por qué estas llorando?
- No estoy llorando, los grandes no lloramos...
No volteó a verme y una pequeña risa se me escapó. Contenerla era imposible ya que su respuesta era muy infantil. Claro que los grandes lloran, todos lloramos. Además, ella no es precisamente grande en ningún aspecto. De todos modos le seguí un poco la corriente y cambie mis palabras.
- Entonces, ¿Por qué estas triste?
De esa no se podía escapar. Tal vez era raro hablar con un extraño pues todavía no había volteado a verme. Por lo que me incliné a su lado, entonces si giró a verme y sus ojos se cruzaron con los míos. Aunque enseguida miró hacia otro lado, estoy segura que alcanzo a reconocerme. Sin embargo, no sé porque mi corazón se aceleró cuando nuestras miradas se encontraron.
- Ya déjame en paz...estoy bien sola.
Típico de los que se creen mayores, piensan que deben hacerse los fuertes. Probablemente lo mejor sea cambiar de tema.
- Nadie está bien sola...ven, vamos a volar.
Le sonreí con toda la alegría que esa palabra me daba. Según mi hermano esa es una sonrisa mágicamente convincente, que es capaz de hacer decir si a cualquiera. Para mí no era más que una simple sonrisa. Por algún motivo Florencia pareció estar molesta unos segundos. ¿A que se debería?