Cap. 4.3 - La muerte del rey

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La muerte del rey

Castillo de Abberfraw, Gwynedd, País de Gales, junio de 870


Los pasos apresurados del caballero Marc de Belac crearon ecos macabros en las altas murallas del castillo de Abberfraw. No era común que los patios del castillo del rey Alorus albergaran tal silencio, pero luego de la partida de los soldados con rumbo del valle de Aled, todo se había vuelto quietud hasta el grado de ser insoportable. El menor de los sonidos resonaba fuerte en los pasillos abiertos, como el choque de las cacerolas en la cocina, una paloma aterrizando sobre el tejado o el estornudo de uno de los guardias en las puertas, todo podía escucharse incluso en el extremo opuesto del palacio. Parecía un lugar desierto y aunque en otros tiempos, aquella paz hubiera resultado placentera, en este día era algo aterrador pues era el primer síntoma de la desolación que deja a su paso la guerra.

Marc llegó por fin hasta uno de esos patios y al escuchar el sonido fofo de una espada de madera al golpear un muñeco de entrenamientos, dejó de correr. Se acercó a pasos lentos y plantó cara a un jovencito que estaba descargando contra los muñecos toda la furia y la frustración que sentía por no haber recibido el permiso de marchar a la guerra. Era el príncipe Alaris, segundo hijo de los reyes, quien a sus quince años se pensaba listo para marchar junto a su padre y su hermano mayor a enfrentar al caudillo Gutrhum y sus guerreros "vikingos", como solían llamar a todos los adoradores de Odín que llegaban de Escandinavia y Jutlandia.

El jefe de la guardia del castillo, Roibert estaba junto a Alaris, cuidándolo y le alababa como era su costumbre, intentando apaciguar el volcán de furia del pequeño príncipe.

— Se está volviendo usted muy fuerte mi señor.

— No lo suficiente a los ojos de mi padre — respondió por fin el jovencito retomando su ejercicio y golpeando una vez más al muñeco.

Marc interrumpió en ese momento con su gentil y suave voz.

— Llegará su momento príncipe, no se precipite.

Alaris volvió la vista y contempló al caballero, segundo al mando en el ejército de su padre, completamente sucio y manchado con barro y sangre. Cansado y con el alma rota.

— ¡Marc! —se sorprendió Alaris al verlo y corrió hacia él para abrazarlo, pero se detuvo al entender que el apuesto guerrero solo venía cargando un puñado de malas y trágicas noticas —. ¿Qué sucede? ¡Habla!

Marc tardó un poco en descargar sus palabras pero finalmente lo hizo al borde del llanto, el dolor podía sentirse en sus palabras y gestos.

— Fuimos a Aled a enfrentar a los vikingos y nos encontramos con nuestro aliado, el ejército del reino de Mercia. Éramos numerosos y nuestras armas poderosas. Nos encaminábamos hacia una victoria segura, como la que hiciera famoso a tu padre hace veinte años, contra Gorm el vikingo.

— ¿Qué fue lo que sucedió? — escupió con voz imperativa el príncipe.

— Llegamos a la batalla e hicimos los preparativos. Las fuerzas de Gutrhum no parecían ser una amenaza, pero sucedió algo... algo que...

— Termina Marc. ¿Qué paso?

Mercia nos traicionó, se unió a los vikingos y nos masacraron el valle de Aled. Perdimos al ejército principal y ahora el rey retrocede a su castillo, perseguido por Guthrum.

— ¿Mercia? Son un reino de vasallo de Wessex y ellos son nuestros aliados... lo que dices no tiene sentido.

— Príncipe, en Mercia se ha alzado un nuevo rey, Coelful le llaman y yo mismo lo vi marchar junto a Gutrhum

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